General

La hora de la verdad para Erdogan

Yavuz
Baydar, El Pais, 21 jun 2018

El
domingo se sabrá si la mayoría de los turcos aprueba sus planes de gobernar el
país de manera autocrática
Trabajadores
ajustan un poster de Erdogan en Mardin, en el sur de Turquía Goran Tomasevic REUTERS

En medio
de esta coyuntura crucial, ha llegado el momento para el que Recep Tayip
Erdogan, el aparentemente invencible hombre fuerte de Turquía, lleva un año
preparándose. El domingo 24 de junio, Erdogan tendrá puestos los cinco sentidos
en comprobar si la mayoría de los votantes aprueba definitivamente sus planes de gobernar
el país de manera autocrática
, gozando de impunidad ante cualquier
mecanismo de control y equilibrio.

Si este
es el resultado, se cumplirá lo que los adversarios del actual presidente,
dentro y fuera de las fronteras, se temen desde hace tiempo. Turquía, que desde
1946 libra una áspera batalla por el establecimiento de una verdadera democracia
y un auténtico Estado de derecho, se sumará a la familia de las autocracias a
imagen y semejanza de los regímenes de Asia central, un modelo que se ha ido
convirtiendo cada vez más en fuente de inspiración para Erdogan y su círculo
próximo.
¿Será
esto lo que suceda? Cualquier conjetura es válida y, desde luego, no falta el
suspense. Los resultados de los sondeos son imprecisos y contradictorios. Se
prevé que la votación se desarrolle bajo un estricto estado de excepción y con
ausencia prácticamente total de medios de comunicación independientes. Los casi
60 millones de electores (de una población de 80 millones) están peor
informados que nunca y, debido al miedo y a la persecución, ocultan su
verdadera intención de voto.
No
obstante, en estas elecciones —a la “superpresidencia” y al Parlamento
, paradójicamente, Erdogan se
enfrenta a un auténtico desafío. El bloque de la oposición, integrado por
cuatro partidos, sigue fragmentado y atrincherado en su política de identidad
(un blanco fácil para un líder hábil como el actual presidente), pero su
verdadero adversario
la economía en rápido declive se escapa a su control. El segundo desafío
consiste en que, al parecer, los jóvenes que acuden a las urnas por primera o
segunda vez padecen una profunda “fatiga política” que afecta a todo
el espectro de partidos, y una gran mayoría declara que no votará.
En cuanto
a los otros dos interrogantes
si la campaña del “ya basta” de la oposición
será suficiente, y si la base tradicional de votantes del partido en el
Gobierno está “cansada” de Erdogan
, las respuestas son más que discutibles.
Özer
Sencar, un prestigioso especialista en sondeos de Metropoll, ha declarado que
los partidos del bloque de la oposición no conseguirán arrebatar votos al
Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), sino que solamente se los
restarán entre ellos. La devota base de votantes del AKP guarda silencio, pero
hay motivos para creer que la “lealtad a la causa” que representan la
retórica y las acciones nacionalistas-islamistas de Erdogan, así como el
favoritismo producto de su política de clientelismo, todavía no se han agotado.
En este aspecto culturalmente decisivo, no hay alternativa al actual
presidente. Si él y su partido vuelven a ganar, Erdogan habrá demostrado una
vez más al mundo este axioma populista.
Hay
observadores que opinan que una “doble victoria” definitiva (que
Erdogan consiga la presidencia y su partido conserve la mayoría parlamentaria)
supondría un profundo cambio de régimen en Turquía que podría tener como
consecuencia un “ablandamiento” del presidente, ya que entonces
habría superado todos los obstáculos nacionales para su gobierno despótico.
Sin
embargo, es posible que todo quede en una quimera más. Como ha hecho después de
cada una de sus anteriores victorias, Erdogan interpretará la última como otra carta
blanca para su implacable, centralista y vertical dominio férreo, y se
dispondrá a erradicar lo que quede de sus adversarios políticos y burocráticos.
Y lo mismo se puede decir con respecto al exterior. Erdogan no tendrá problema
en proclamar su “legitimidad renovada” por las urnas ante amigos y
enemigos.
Aun así,
este panorama no tiene por qué ser sinónimo de estabilidad. La judicatura, los
medios de comunicación y la sociedad civil seguirán bajo un estricto control, y
seguramente continuará la purga de los “enemigos del Estado”. Aunque,
en teoría, cabe la posibilidad de que tras las elecciones se suavice la
política represiva, quizá se mantenga la desestabilización provocada por el
fallido golpe de Estado de julio de 2016, y la actual política de depuración se
convierta en la norma. Según Marc Pierini, exembajador de la Unión Europea en
Turquía y en la actualidad analista de Carnegie, el resultado de esta situación
podría ser la perpetuación del malestar y las tensiones en la sociedad turca,
un éxodo importante de los intelectuales del país y la fuga de capitales.
¿Y qué
hay de las oportunidades de la oposición? Está claro que la noche del 24 de
junio la tensión será máxima, y todas las conjeturas son arriesgadas. Esa
noche, un millón de votos puede bastar para decidir el destino de Turquía, lo
cual ha disparado las alarmas sobre un posible fraude electoral.
Dado el
estado de excepción y el estricto control sobre las instituciones del Estado,
como la Junta Electoral Suprema, y sobre los medios de comunicación, Erdogan lo
tiene todo a su favor.
No
obstante, hay algunas incertidumbres. Si el prokurdo Partido Democrático de los
Pueblos supera el umbral del 10% que le permitiría entrar en el Parlamento, y
si Erdogan no logra imponerse en la primera ronda de las elecciones
presidenciales, la oposición podría hacerse con la mayoría parlamentaria.
Sin
embargo, con esto no bastaría para salvar la democracia en Turquía, ya que,
aparte de las urnas, apenas se mantiene alguno de los fundamentos del sistema.
Es posible
que las fuerzas del país aferradas a la idea de que “si Erdogan gana,
brillará el sol” se nieguen a reconocer que, con estas elecciones, Turquía
entra en un nuevo sistema administrativo que, al otorgar amplios poderes al
presidente, allana el camino a la posible aceptación y ampliación, e incluso al
abuso del gobierno autoritario debido a la cultura política paternalista
predominante.
Considerando,
asimismo, que todos los candidatos de la oposición rehúyen la idea del consenso
nacional y la necesidad de una nueva Constitución (que se vería obligada a
abordar el enquistado problema kurdo), la mayoría deseada por Erdogan puede ser
reemplazada por una miríada de choques de voluntades por las obsesiones con la
identidad que representan los partidos de la oposición.