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‘La manada’, el caso que ayudó a muchas mujeres a hablar de las agresiones sexuales que sufrieron

Ana Requena Aguilar y Marta Borraz,
El Diario, 24/04/2018

Mujeres
de varias generaciones han empezado a compartir, en muchos casos por primera
vez, sus propias agresiones sexuales a raíz del caso

La
‘manada feminista’ que reivindicó el lema “Yo sí
te creo”
ha ayudado a muchas a no sentirse solas

“Yo
me veía todo el rato defendiendo que no había sido culpa de la chica, hasta que
fui consciente de que tampoco había sido la mía”, explica una de ellas
Un
momento de la manifestación del 8M en Madrid. Olmo Calvo
Era julio
de 2016 y la noticia saltó a los informativos: cinco jóvenes eran detenidos por
una violación grupal la primera noche de los sanfermines de Pamplona. Casi un
año y medio después  comenzaba
uno de los juicios por violencia sexual más seguidos y mediáticos.

Lo hacía, además, entre protestas que criticaban el cuestionamiento de la
víctima y reivindicaban el lema “Yo sí te creo”. Era la
llamada manada feminista
, que se reapropió del término con el que se
identifica a los presuntos agresores para convertirlo en algo más que una
consigna: el caso y todo lo que le rodeó ha animado a varias generaciones de
mujeres a compartir, en muchos casos por primera vez, sus experiencias de
violencia sexual.
 
Como Noelia
que, como todas las protagonistas de este reportaje, prefiere aparecer con un
nombre ficticio. Cuando saltó la noticia de la detención, su propio caso le
vino a la mente. Pero lo apartó con rapidez. “Estaba embarazada y
desenterrarlo en ese momento me resultó demasiado duro”, recuerda esta
zaragozana de 36 años, a la espera de que este jueves la Audiencia de
Navarra comunique la sentencia. 
Sin
embargo, la semilla se había sembrado y, cuando meses después comenzó el
juicio, dio el paso: escribió un relato que compartió con un círculo de amigos.
“Recibí muchas reacciones positivas”, dice Noelia, que recuerda, sin
embargo, como unos años antes, un par de amigos cercanos evitaron hablar con ella
del tema una noche en la que se lanzó a decirles que había sido víctima de una
violación.
“Empezaron
a hablar de denuncias falsas y a cuestionar a las mujeres y se lo solté. Se
callaron y no seguimos la conversación. Esos mismos amigos me han escrito ahora,
al recibir mi relato, para decirme que recordaban el episodio y para mostrarme
su apoyo”, cuenta. Ese texto, apunta, ha sido una parte importante de un
proceso de curación al que le faltaba el colofón. Y esa manada feminista que
clamó credibilidad para las mujeres fue el empujón que necesitaba. 
A Rocío le
sonaba de algo el cuestionamiento
 que, afirma, empezó a
escuchar de los medios de comunicación y de algunas personas de su entorno
cuando el caso saltó.  Había sido
agredida sexualmente por un compañero de instituto hacía 26 años
,
pero había dejado enterrado aquel episodio y pocas personas lo
sabían. “Yo me veía todo el rato defendiendo que no había sido culpa de la
chica, hasta que fui consciente de que tampoco había sido la mía”,
explica.
Ponerle
nombre a la agresión
Fue la
primera vez que Rocío le puso nombre a su propia violación y ahí inició una
etapa de recuperación y tratamiento psicológico que ha logrado traerla hasta
aquí: “Es duro, pero también es liberador”, explica. Una de las
primeras cosas que hizo fue hablar con su entorno más cercano y con las amigas
de aquella época y contarles lo que había pasado. Se niega a asumir el relato
que convierte a las víctimas de una agresión sexual en eternas sufridoras y
apuesta por la movilización. “El ‘Yo si te creo’ fue una pasada porque le
estábamos diciendo a la víctima de sanfermines que le creemos, pero también
había muchas mujeres diciéndome a mí que me creen”. 
Aquel
movimiento también supuso un punto de inflexión en la historia de Lucía, para
la que el proceso de denunciar la violación que sufrió por parte de un chico
con el que había quedado se convirtió “en un infierno”. Cuando se
publicó la noticia de la detención de los cinco jóvenes, ella estaba inmersa en
el procedimiento judicial y no quería ni oír hablar de ello. Ni leía ni
escuchaba ni prestaba atención a lo que estaba pasando, como una especie de
mecanismo de defensa contra su propio dolor. Fue así hasta que las protestas
feministas recorrieron varias ciudades después de trascender que un detective
había espiado a la joven de sanfermines tras la agresión.
“Comprendí
que todas sufrimos por lo que nos hacen, pero hay un sufrimiento añadido que es
el sistema. Por un lado es descorazonador, pero por otro te hace sentir aliviada
porque sientes que no estás sola”, asume.
La
reparación de contarlo
Laura
vivió con mucha intensidad las dos semanas que duró el juicio a la manada. Su
trabajo en la redacción de un medio hizo que tuviera que escribir sobre ello en
alguna ocasión. “Tenía que estar al día. Pasé unos días muy malos,
mordiéndome la lengua, escuchando comentarios, aguantando las lágrimas”,
dice esta periodista, que hace unos años sufrió una agresión sexual. Las
pesadillas que habían desaparecido desde hacía tiempo volvieron con el juicio:
“Me levantaba cansada y tenía un malestar de fondo. Mi pareja me dijo que
por las noches estaba otra vez gritando y dando golpes en sueños”. 
Finalmente,
Laura decidió contarle a su jefa y a algunos compañeros la agresión que sufrió.
“Lo necesitaba para sentirme más cómoda, para que supieran por qué estaba
así y que eso estaba afectando a mi trabajo”, recuerda. El siguiente paso
fue escribir su propio relato, que se publicó en un medio de comunicación,
aunque con pseudónimo. “Siempre tienes miedo de la reacción de la gente.
Pero fue algo reparador: escribirlo, que la gente lo leyera, los comentarios de
apoyo…”.
En cuanto
a la sentencia, dice Laura, fuera cual fuera el resultado no lo iba tomar como
algo personal, pero sí tiene claro qué es lo que más daño le ha hecho del caso:
“Que se pusiera en cuestión el relato de la chica de la forma en que se
hizo, porque es algo por lo que pasamos todas cada vez que decidimos contar lo
que nos pasó”.