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Fútbol: la homofobia sigue ganando por goleada

Sylvain
Ferez , The Conversation, julio 2, 2018

Es cierto
que las últimas encuestas revelan que el 85% de los
franceses considera que la homosexualidad en el fútbol
es
“aceptable”, y son muchas las iniciativas de diversos colectivos para luchar contra
la homofobia y sensibilizar
a la opinión pública, especialmente en
esta edición del Mundial de Fútbol de 2018, que se está celebrando en Rusia, un
país considerado especialmente
homófobo
.
Jugadores
y simpatizantes de los equipos de Arsenal y Brighton con calcetines LGBT en
Londres el pasado mes de octubre antes de un partido amistoso para concienciar
a la opinión pública sobre la lucha contra la homofobia. Chris J. Ratcliffe/AFP
Sin
embargo, estas campañas de concienciación tienen sus límites. Incluso parecen
reforzar una apariencia de corrección política, a cuya sombra persisten
multitud de prácticas que, en el fondo, apenas han cambiado.
Se trata
de sacar a la luz esa cultura profundamente heterosexista que subyace bajo una
actitud que se presenta como neutral y universal, incluso asexuada.
En 2009,
en un libro autobiográfico titulado Je suis le
seul joueur de foot homo. Enfin, j’etais…
(Yo soy el único jugador
de fútbol gay. En fin…), el futbolista amateur Yohan Lemaire relataba el
increíble coste que tuvo para él salir del armario entre sus compañeros de
equipo.
El
escenario que describe coincide con las experiencias descritas por la
sociología del deporte
norteamericano
. Se desarrolla en tres etapas. La primera, el miedo
del deportista a hablar y sus esfuerzos por controlar todos los gestos que
podrían traicionarle (incluso remarcando las apariencias de heterosexualidad
para evitar preguntas) en un ambiente percibido como extremadamente hostil.
Después
de su confesión, curiosamente, se sorprende por no ser excluido, teniendo en
cuenta que se trata de un ambiente en el que la homosexualidad ha sido
tradicionalmente rechazada. El temido estallido de violencia no llega a
producirse, pero la cultura heterosexista sigue ahí, llevando lentamente a la
autoexclusión a quienes al final no pueden soportarla.
¿Es por
estas razones por las que muy pocos jugadores han revelado públicamente su
homosexualidad? ¿Y que los que sí lo hicieron hayan pagado en ocasiones un
precio tan alto?
En mayo
de 1998, justo antes de la Copa del Mundo, un trágico acontecimiento sacudió al
mundo del fútbol. Justin Fashanu, considerado una de las grandes esperanzas del
fútbol inglés, se suicidó
ocho años después de revelar su homosexualidad al diario The Sun para acabar
con los rumores. Su anuncio provocó el efecto contrario. Rápidamente, Fashanu
se convirtió en el chivo expiatorio de los aficionados y de su entorno
profesional. En el Nottingham Forest, su propio entrenador no dudó en repetir
los insultos de los hinchas del club y llamarle “maricón”. Tuvo que cambiar de
equipo varias veces.
Justin
Fashanu fue considerado una de las mayores esperanzas del fútbol inglés. 

Aquí,
en 1980.

 En 1998,
la revista LGBT mensual Têtu ironizó sobre la invisibilidad de la
homosexualidad en el fútbol profesional en su portada de septiembre hablando
sobre “misterio de Barthez”. Se refería a la posible homosexualidad del
guardameta de la selección francesa. La revista se preguntaba sobre la
presencia de “una o dos perlas raras” entre los 22 jugadores de la selección
francesa que recientemente había ganado el Mundial. Y pusieron sobre el tapete
que muchos jugadores reclaman una heterosexualidad por defecto, o simplemente
evitan que se hable del asunto. (Têtu, No. 27, p. 7)
La
heterosexualidad como norma es inseparable de la historia de los deportes
modernos. Estos constituían “prácticas independientes”, separadas del resto de
las actividades sociales, durante la segunda mitad del siglo XIX (La raison des sports de
Jean Michel Faure y Charles Suaud, 2015). La Federación Internacional de
Asociaciones de Fútbol (FIFA) fue creada en 1904.
El
contacto corporal necesario en el juego descansa en una asexualización de los
cuerpos, una neutralización de su poder erótico. El propósito de ese contacto
es meramente utilitario. El roce con otros cuerpos es solo instrumental. La
sexualidad se separa radicalmente de estas prácticas deportivas y las
expresiones colectivas de alegría (para celebrar un gol o la victoria) se basan
en el mismo principio. Los jugadores utilizan expresiones ritualizadas que,
para ellos, no implican
ninguna sensualidad
.
De hecho,
si el fútbol permite adivinar la sexualidad, es de manera indirecta y derivada,
mostrando una virilidad fría y pragmática.
Ese
contacto físico se basa en dos ideas implícitas: en el fútbol no hay lugar para
la sexualidad ni hay lugar para los gays.
Por eso,
la revista Têtu pilló a contrapié a la cultura futbolística al hipersexualizar
a los jugadores de alto nivel y al tratar de dar visibilidad a los gays que
había entre ellos. En junio de 1996, el mítico Eric Cantona formó parte del
grupo de iconos de la “nueva generación gay”, apareciendo en el cuarto número
de la revista. Esta estrategia de erotización continuó, no sin ironía, después
del Mundial de 1998, con un artículo que se regodeaba hablando de “La rabadilla
de Zidane”, “La loca de Barthez” y “La boca de Pirès” (Têtu, n° 33, abril
1999).
Eric
Cantona en 2014. El exfutbolista, declarado ‘nuevo icono gay’ en los años 90,
ha seguido utilizando su imagen en cine y publicidad. Stephane de Sakutin/AFP
Al margen
de estas excepcionales salidas mediáticas del armario, el cuerpo del futbolista
sigue sujeto a cánones heterosexuales. En Francia, Olivier Royer fue el único
futbolista profesional que, en 2008, reveló
públicamente su homosexualidad
. Tenía 52 años y hacía mucho que
había acabado su carrera deportiva. Su testimonio se enmarcó en la estrategia
de la asociación Paris Foot
Gay (PFG)
para poner la homofobia en el fútbol en la agenda de los
medios de comunicación.
Creada en
diciembre de 2003, esta asociación de futbolistas desafió a los dirigentes del
París Saint-Germain (PSG), que un año después se comprometió a luchar
activamente contra la homofobia en las gradas de su estadio.
En 2005,
Vikaj Dorasso, jugador del equipo, aceptó apoyar al PFG publicando una carta
contra la homofobia en el fútbol, un escrito que sería firmado más tarde por el
presidente de la Liga de Fútbol Profesional y por nueve de sus clubes. Pero el
29 de septiembre de 2015 un lacónico comunicado anunciaba la disolución
del PFG
:
“Ante la
notable indiferencia general, el miedo de las instituciones a comprometerse
realmente y la vergüenza de algunos al tratar este asunto, debemos enfrentarnos
a los hechos: ya no conseguimos avanzar en nuestra lucha contra la homofobia”.
‘Tarjeta
roja contra la homofobia’, durante un encuentro del Paris Foot Gay en 2012. Paris Foot
Gay/Wikipedia
, CC BY
Hace ya
diez años de la confesión de Olivier Royer. En este tiempo, ningún otro
futbolista profesional se ha atrevido a salir del armario en Francia.
Es cierto
que han proliferado los discursos y las iniciativas “antihomófobas”. Pero, a
pesar de estas movimientos, enmarcados en las políticas de comunicación
oficiales, hay algo que resiste, que pertenece a la esfera de lo no oficial y
se transmite en los pequeños gestos de la vida cotidiana; en definitiva, una
cultura.
Las
actitudes homófobas rara vez se muestran públicamente; pero a veces ocurre. Es
el caso del club Créteil Bébel, que en 2009, en vísperas de un partido contra
el PFG, envió un
correo electrónico
para justificar su negativa a jugar:
“Lo
siento, pero en relación con el nombre de su equipo y de acuerdo con los
principios del nuestro, que es un equipo de musulmanes practicantes, no podemos
jugar contra usted, nuestras convicciones son mucho más importantes que un
simple partido de fútbol, una vez más discúlpenos por haberle advertido tan
tarde”.
Los
medios de comunicación y los líderes de opinión reaccionaron rápidamente,
tachando la actitud del club como “resurgir identitario”. Vilipendiado, el club
terminó rectificando. Pero ¿acaso no se había limitado a expresar de manera
clara la vergüenza y el rechazo que normalmente se disimulan con maneras menos
explícitas?
También
en 2009, Louis Nicollin, presidente del Club Deportivo Hérault Montpellier, fue
pillado por el radar. El 31 de octubre de 2009, al final de la duodécima
jornada de la Ligue 1, llamó
“maricón” al jugador del Auxerre Benoît Pedretti
en una entrevista
televisiva. Se anunció una sanción contra Nicollin, famoso ya por sus excesos
verbales. Él admitió que fue un desafortunado error causado por su excesiva
franqueza y expresó sus disculpas.
Sin
embargo, en los campos de fútbol, la homofobia está lejos de
haber desaparecido
. Lo que llama la atención, sobre todo, es la
brecha entre su omnipresencia imaginaria y su invisibilidad en la realidad.
Pero proyecta una pesada sombra; su espectro siempre surge. El “maricón”, el
“nenaza”, señalan inevitablemente al otro, al adversario, al que comete un
fallo (“tirar como un marica”); en definitiva, al que fracasa o pierde.
El
insulto se repite incesante, con la fuerza de la costumbre. Cuando se pregunta
a la persona que lo profiere, no argumenta ninguna razón sexual; solo trata de
calificar el fallo del otro; en una palabra, su intención es sumarse al
lenguaje que todos utilizan para referirse a los que fallan. La sexualidad del
insultado no se pone en duda. Su heterosexualidad se da por supuesta, al igual
que la de los demás participantes.
Ese
calificativo proferido como insulto es una manera de afirmar lo que, a su
juicio, deberían ser los “futbolistas”; es una manera de recalcar los valores
compartidos dentro de la familia del fútbol y la orientación sexual asociada a
esos valores.
De este
modo, el fútbol es una ficción mediática regida por reglas claras, aunque no
oficiales, con un guión, una trama y unos actores que intentan –más o menos en
vano– “controlar su imagen”, dejando poco, o ningún espacio, para un discurso
diferente.