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Ahogados por el progreso en Camboya

Por Pascal
Lamy, IPS Noticias, 12 abr 2018

La
extensa selva de Stung Treng, una provincia de Camboya del tamaño de Líbano,
con apenas 120.000 habitantes, es el hogar del grupo étnico bunong, que desde
hace 2.000 años vive al ritmo de la naturaleza, pero que ahora está por
desaparecer bajo el agua.
La aldea
de Kbal Romeas, en Camboya, poco a poco desaparece bajo el creciente nivel del
agua del lago de la represa de Bajo Sesan II. Crédito: Pascal Laureyn/IPS
KBAL
ROMEAS – Este periodista de IPS se dirigía en moto a la aldea, cuando de
repente el camino se desvaneció bajo el agua de un vasto lago, y debió seguir
en canoa.
 
El
aumento del nivel del agua comenzó hace ocho meses, cuando la central
hidroeléctrica cerró las compuertas por primera vez. Desde entonces, Kbal
Romeas se sumerge un poco cada día.
Según una
medida al costado del camino, el agua detrás de la pared de concreto llegó a
los 75 metros, superando los 68 metros marcados, y nadie sabe por qué, pues el
gobierno no da explicaciones.
Las
viviendas inundadas de desmantelan para vender la madera.
El pueblo
es un mundo aparte con respecto a Phnom Penh, ubicada a 450 kilómetros al sur;
no hay comercios, restaurantes ni alumbrado público. Y desde hace unos meses,
tampoco caminos.
IPS se
traslada con Vibol, un guía que estudia en la capital provincial y regresa a su
casa. “Mis padres están en problemas desde que nuestra aldea se inundó. El
gobierno quiere que nos vayamos, pero nunca lo haremos”, sentenció.
Concreto
versus agua
A unos
pocos kilómetros de la aldea se erige una torre gigantesca sobre los árboles.
La represa de Bajo Sesan II (LS2) es un poderoso símbolo del crecimiento
económico de Asia Sudoriental, pero también de los desastres creados por las
actividades humanas.
En
septiembre, cuando se cerraron las compuertas, se creó un lago que pronto
llegará a los 360 kilómetros cuadrados, el tamaño de Dublín, y que dejará bajo
las aguas a una cultura única.
El hijo
de 10 años del guía conduce la canoa hacia Kbal Romeas, y hábilmente evita
chocar contra los árboles de la selva sumergida.
“Cuidado
con las ramas y su cabeza”, alerta su padre. “Las pitones y las cobras se
treparon a los árboles”, apuntó.
Hay un
camino más corto para llegar a la aldea, pero no es una opción para un
periodista extranjero; el ejército aisló el área, y no se permiten intrusos, lo
que derivó en una travesía surrealista de dos horas por una selva sumergida.
Hay menos
peces y el agua no se puede tomar. Desde que la inundación trastocó sus vidas,
los bunongs tienen que pagar para tener agua y pescado. Pero el dinero es un
concepto extraño para esta comunidad animista, acostumbrada a vivir en total
armonía con la naturaleza.
Gracias a
que sus viviendas están sobre pilotes, siguen secas, a pesar de que el camino
está a un metro bajo la superficie del agua. El silencio es total, hasta que
aparecen unos niños en la puerta de sus casas y saludan.
Un
poblador de Kbal Romeas, en Camboya, rema entre dos casas semisumergidas.
Crédito: Pascal Laureyn/IPS

Todavía
viven unas 250 personas en la aldea, alrededor de la mitad de su población
original. Tras bajarse de una canoa e ingresar a una vivienda, una mujer recibe
a IPS y le ofrece arroz y cerdo con especies.

“Teníamos
todo lo que necesitábamos acá. Pero desde que el agua comenzó a subir, tenemos
que ir al mercado”, explicó Srang Lanh, de 49 años, cuyo rostro parece estar
curtido por una vida difícil.
“En la
estación seca, demoramos unas tres horas en llegar. Y en la de lluvias
directamente no podemos usar el camino”, relató.
El
gobierno construyó un nuevo pueblo, en un terreno más alto. “Pero no tenemos
intenciones de ir”, explicó Vibol.
“Los
camboyanos budistas no comprenden nuestra religión. No podemos dejar nuestro
cementerio”, arguyó. Los pequeños techos de láminas de metal corrugado, que
apenas emergen por encima del agua, se usan para dar sombra a los seres queridos
fallecidos.
“¡Miles!”,
contestó emocionado el exsupervisor del cementerio, cuando IPS le preguntó
cuántos muertos había. “Toda persona que vivió en Kbal Romeas está enterrada
aquí”, subrayó.
Todos los
días, la ola del progreso se lleva otra tumba, que llega de la mano de una
represa china. Los bunongs creen que están protegidos por sus ancestros, y
abandonarlos sería un desastre.
El grupo
chino Hydrolancang invirtió 800 millones de dólares en la represa, que operará
durante 30 años. Parecería buena idea una central hidroeléctrica en Camboya que
produzca 400 megavatios, ya que este país vive en la oscuridad. De hecho, las
tres cuartas partes de los poblados camboyanos no tienen tendido eléctrico.
Pero Kbal
Romeas no verá ni un vatio de Kromhun, como le llaman los bunongs a la compañía
china, porque 90 por ciento de la electricidad se destina a Phnom Penh, donde
se usa para aires acondicionados, carteles publicitarios de neón y fábricas de
ropa.
El arca
de Noé
Hay una
pequeña ceremonia para el visitante, el primero desde que el ejército cerró la
zona en julio de 2017.
Ta Uot es
el espíritu guardián más importante de Kbal Romeas. Su templo no es más que una
choza sobre pilotes, ahora rodeada de agua. Pero desde que el patriarca le dijo
a los bunongs que había visto dónde había que construir su santuario, ahora no
se puede mover.
La visita
se comunica a Ta Uot, le mencionan el último nivel de agua registrado y se
bendice a un recién nacido. A pesar de la inundación, esta es una aldea animada
con una sencilla cabaña como única arca de Noé espiritual.
Set Nhal
vivió en esta aldea toda su vida. Con 89 años, recuerda a los colonos
franceses, al Jemer Rojo y a los soldados vietnamitas que expulsaron al régimen
genocida, y ahora llegaron los chinos.
“Siempre
supimos que los franceses y los comunistas se irían algún día. Pero los chinos
nunca se irán. La represa se quedará donde está”, se lamentó.
“El
gobierno logró esconder la catástrofe”, subrayó Meng Heng, de la proscrita
organización no gubernamental Madre Naturaleza. “Por culpa de la represa LS2,
uno de cada 10 peces desaparecerá; y perturba rutas migratorias fundamentales
de peces, y se extinguirán”, denunció.
Unas 70
millones de personas dependen del río Mekong para sus necesidades básicas, y
actualmente 200 están en uso, en construcción o en diseño. La LS2 es solo una
de ellas.
Para los
bunongs, la historia es tan importante como el ayer, pero tienen los días
contados. Cuando empiece la temporada de lluvias, en junio, Kbal Romeas será
historia.
En la noche,
una moto devuelve al periodista de IPS al mundo exterior, y lo deja con su guía
en una estación dispensadora de combustible, un oasis de luces de neón y donde
pronto pasará un autobús.
Al
preguntar a Vibol qué podía hacer este periodista por él a su regreso a Phnom
Penh, respondió: “Nadie sabe lo que pasa aquí. Cuenta nuestra historia”.