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La vida a cuestas

Mariano
Gasparet, El Español, 18 marzo, 2018

Una de
las fotografías de Siria que más se ha reproducido y comentado en los últimos
días ha sido esta de un bebé adormecido en el interior de una maleta.

Se trata
de una de las miles de instantáneas que llegan de una guerra lejana y molesta
por su persistencia en tragedias atroces a la hora de los postres y por su
excrecencia de refugiados menesterosos llamando a las conciencias sordas de
Europa.
Esta
imagen, este curioso detalle captado en la amazónica monotonía del infierno
sirio, resulta impactante por razones de oportunidad y contraste.
Por un
lado, ha sido tomada durante una semana en la que todos los niños del mundo,
nuestros hijos, los pequeños enjugascados camino del colegio, los niños de los
vecinos, le guardan un aire inquietante al pequeño Gabriel, el pececito de
Almería.
Por otro
lado, los elementos de la composición parecen tan extraños que resulta
imposible no conmoverse e incomodarse, no sentirse embargado por una amable y
desasosegante dulzura: en esa antítesis emocional estriba la fuerza de esta
imagen.
Porque
una mano de hombre porta un extraño bártulo. Porque, desde tiempos de Herodes I
El Grande, nunca hubo un moisés tan insólito. Porque la placidez del pequeño es
al mismo tiempo la prueba perfecta de que la vida se abre paso en las circunstancias
más endemoniadas y un doloroso símbolo del coste en sangre inocente de la
devastación producida por el conflicto sirio.
También
porque con esta imagen comprendemos que los refugiados sirios no llevan más
consigo que el tesón de la biología -tan inexplicables a veces- y la ley
natural de la perpetuación. Porque la rigidez de la muñeca del porteador es una
metáfora perfecta de la indiferencia de Occidente ante el genocidio de la
población civil a manos del régimen de Bachar al Asad y su aliado Vladimir
Putin. Y porque quienes hayan reparado en esta foto serán mucho más cuidados, a
partir de ahora, al abrir sus portafolios.