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La Unión Europea, Latinoamérica y los derechos humanos en Cuba

Por Pedro Corzo, Infobae, 6 de
febrero 2018

La
permanencia de un régimen dictatorial que ha pretendido imponer su modelo de
gestión en el resto del hemisferio no ha sido una preocupación para la gran
mayoría de los gobiernos latinoamericanos y ahora ha dejado de serlo para los
de Europa.
 
Antes que
todo es un deber reconocer que Europa fue mucho más sensible ante la tragedia
cubana que Latinoamérica. Este hemisferio nunca instrumentó una estrategia
contra la dinastía de los Castro a pesar de la proclamada fraternidad
hemisférica, además de haber sido víctima en numerosas ocasiones de la
capacidad subversiva y desestabilizadora de la dictadura insular. Ni aun para
fortalecer la democracia en sus respectivos países los líderes políticos del
continente fueron capaces de concertarse para cerrarle el paso al régimen que
procuraba destruirlos.
Hace
varios años, en Caracas, en la Venezuela republicana, finales de los ochenta,
durante un intercambio de opiniones auspiciado por la Embajada de Estados
Unidos en ese país por medio del sistema Wordnet, un participante uruguayo
reprendió al moderador y a los cubanos presentes por acusar al régimen
castrista de violar los derechos humanos. La respuesta fue unánime: “Los
derechos humanos son universales y los países que se dicen hermanos del pueblo
cubano no han asumido el protagonismo necesario en Ginebra para cumplir el rol
que les corresponde”, una penosa actitud que no ha sido rectificada hasta
el momento.
Por su
parte, la Unión Europea estableció, en 1996, una posición común en su trato con
Cuba que instituía las pautas sobre las cuales se desenvolverían las relaciones
entre los Estados, incluido el comercio, estrategia que intentaba promover
cambios pacíficos hacia la democracia en la isla. El proyecto lo promovió y
concretó el Gobierno de José María Aznar en España, contrario a la línea
complaciente y generosa hacia la dictadura castrista del Gobierno de Felipe
González.
Sin
embargo, esa política ha sido quebrantada por factores dentro del bloque que
siempre han favorecido el entendimiento con el castrismo, elementos
particularmente estimulados con el cambio de política hacia Cuba del presidente
Barack Obama, lo que influyó también entre los indecisos, al igual que ocurrió
con otros gobiernos del resto del mundo que, a partir del restablecimiento de
relaciones entre Washington y La Habana, iniciaron con la dictadura un acercamiento
sin precedentes.

La Unión
Europea, que ha defendido con vehemencia las libertades individuales y los
derechos humanos, es un foro donde conviven, basados en el respeto a los
valores democráticos, 28 países de diferentes culturas y tradiciones, lo que convierte
en una fuerte contradicción y hasta negación de sus fundamentos el
estrechamiento de los vínculos con una dictadura cruenta que sigue siendo el
reflejo del socialismo estalinista que por casi una centuria negó los
postulados de Europa.

El más reciente
informe de la Unión Europea sobre los derechos humanos en Cuba no deja de ser
una aberración cuando refiere que en la isla hay una democracia unipartidista,
cuando los principios de la entidad se basan en el pluralismo y en el respeto a
los derechos ciudadanos.

No
obstante, el fin de la posición común europea hacia Cuba no justifica en
ninguna medida que los “hermanos” latinoamericanos sigan siendo
obsequiosos amigos de la dictadura, aunque algunos podrán argüir que en la
década de los 60 la totalidad de las naciones del hemisferio, con la excepción
de México y Canadá, rompieron relaciones con el régimen insular y que el
gobierno de la isla fue separado de la Organización de Estados Americanos, una
decisión que respondió a las gestiones diplomáticas de Estados Unidos, no por
la amenaza que La Habana significaba para la sobrevivencia de cada gobierno del
hemisferio, tampoco por solidaridad con el oprimido pueblo cubano.

La
situación de los derechos humanos en Cuba, la permanencia de un régimen
dictatorial que ha pretendido imponer su modelo de gestión en el resto del
hemisferio no ha sido una preocupación para la gran mayoría de los gobiernos
latinoamericanos y ahora ha dejado de serlo para los de Europa.

La
desidia y la falta de solidaridad han sido constantes. Considerar que la
permanencia de la dictadura es consecuencia de la conducta del vecino poderoso
del norte es ignorar el verdadero escenario: la complicidad de muchos gobiernos
con la tiranía y la incapacidad del pueblo, a pesar de sus sacrificios, para
destruir el régimen.