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Kate Millett: “Política sexual” y valores familiares

Judith Shulevitz – Traducción: Lucas Antón
Cuando Kate Millett murió, semiolvidada, el pasado 6 de septiembre, a la edad de 82 años, los redactores de necrológicas se debatieron para apreciar plenamente las dimensiones de esta pionera, escritora y activista del feminismo. 
Acaso el feminismo de la Segunda Ola quede hoy tan distante que nos sintamos confusas por algo que lo hacía antaño excitante y amenazador. Permítanme afirmarlo llanamente: Millett inventó la crítica literaria feminista. Antes de ella no existía. Su apremiante y elegante obra maestra de 1970, Sexual Politics [Política sexual, Cátedra, Madrid, 2010], con sus irónicas arremetidas contra la misoginia casual y las escenas de violación que habían consagrado la reputación de los revolucionarios sexuales du jour —Norman Mailer, Henry Miller, D.H. Lawrence— presentaba una idea nueva y notablemente perdurable: se podía interpretar la literatura a la luz de su dinámica de género. Se podía recurrir a novelas y poemas en busca de una educación en el sexo como poder. Podemos no estar de acuerdo con que la literatura sea el medio adecuado para despertar conciencias, pero no se puede negar que Millet hizo de la lectura un acto que te cambiaba la vida e incluso cambiaba el mundo. 

A Millett le precedieron muchas otras grandes “damas de la crítica”, como se las llamaba entonces de modo irritante, la más estimable de las cuales fue, por supuesto, Virginia Woolf. Pero Woolf era una lectora más tradicional, si bien asimismo más sutil y brillante, y no tan centrada de modo tan decidido en el sexo. Después de Millett vinieron Adrienne Rich, Elaine Showalter, el feminismo académico, la teoría de género, los estudios “queer” y todo el desmantelamiento, todavía con ramificaciones, del patriarcado que domina hoy en día el estudio de la cultura.
Millett era una sintetizadora. Popularizó las ideas que bullían en los círculos feministas radicales de Nueva York y Londres, lo cual no le granjeó las simpatías de esos círculos, a los que no les gustó que una hermana se convirtiera en estrella de los medios. Germaine Greer y Shulamith Firestone hicieron otro tanto, sólo que no aparecieron en la portada de Time como Millett. Pero lo que la situaba aparte era la amplitud de su ambición intelectual. EscribióSexual Politics como tesis en el departamento de Inglés de [la Universidad de] Columbia, pero ya fuera o no estudiante licenciada, iba a llegar al fondo de cómo su sexo había llegado a estar tan degradado, aunque tuviera que repasar toda la historia humana para llevarlo a cabo. “El segundo capítulo, en mi opinión el más importante y de lejos el más difícil de escribir, trata de formular una visión sistemática de conjunto del patriarcado como institución política”, declara en el prólogo. ¿Excesivo? Desde luego. Pero asimismo: ¡vaya redaños!
Si alguna parte de Sexual Politics, como su larga disquisición sobre Freud, parece anticuada, eso se debe parcialmente a que Millett cambió la forma en que pensamos acerca de figuras como él. Nadie apenas lee ya a Freud de forma literal. “Envidia del pene” suena hoy como una frase con la que salpicar algún irónico cartel retro, no un diagnóstico de verdad. La idea de que un orden político que se basa en la dominación tiene su origen en la subordinación de las mujeres…bueno, no parece ya novedosa y Millett tiene también cierta responsabilidad en ello. Lo que sigue siendo cautivador son las lecturas tan atentas que hace Millett, su denuncia de los emperadores al desnudo de la izquierda literaria. “Después de recibir las felicitaciones de su sirvienta por su deslumbrante desempeño, Rojack se dirige tranquilamente al piso de arriba y arroja a su mujer por la ventana” es la impávida descripción de Millett de lo que sucede después de que el héroe sodomice a una criada en An American Dream, de Mailer. Millett observa entonces: “Al lector le es dado comprender que por el hecho de asesinar a una mujer y darle a otra por detrás, Rojack se ha convertido en un ‘hombre’”.