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Que Clinton no se pegue un trompazo

10 Agosto, 2016

orprende y entristece, pero las cosas son así: en pleno siglo XXI, el camino para que en EEUU gobierne una presidenta está sembrado de minas.

Hace un montón de años, con motivo de unos Juegos Olímpicos -me parece que eran los de Seúl-, un pariente mío, entusiasta partidario de EEUU y firme detractor de la Unión Soviética, dejó a la concurrencia boquiabierta cuando afirmó que esperaba que Rusia ganara la medalla de oro en baloncesto. Cuando se le preguntó por qué, dijo que, de este modo, al menos ganarían “los blancos” (en referencia a los jugadores); es decir, los rusos cerrarían el paso a “los negros”.

En las profundidades abismales de la ideología reside, pues, una especie de pecio ideológico que en el momento de la verdad, potentísimo, aflora. Solo eso explica que una persona que alababa siempre el sistema de vida yanqui renunciara a él para ir a favor de los blancos -aunque fuesen comunistas- en detrimento de los negros -a pesar de que eran yanquis-. Emergía del fondo de su personalidad como una cuestión más esencial, más primaria; descarnada y atávica.

Lo he recordado ahora que en la convención de Filadelfia Clinton acaba de aceptar la candidatura para ser presidenta de EEUU tras ganar las primarias.

Miras a Clinton y miras a Donald Trump, y parece que no hay color. Que sólo existe una candidata a la presidencia. Sobre todo, mirado desde aquí: la distancia y el desconocimiento empequeñecen y quitan importancia a las carencias, errores, etc., de Clinton. Es alarmante, sin embargo, saber que los actos que ha contraprogramado Trump durante la convención demócrata han tenido más audiencia que la convención y que las encuestas electorales no vaticinan en absoluto un triunfo de Clinton.

Es alarmante saber que los actos que ha contraprogramado Trump durante la convención demócrata han tenido más audiencia y que las encuestas no vaticinan en absoluto un triunfo de Clinton.
A pesar de todas las maldades que Trump perpetra día sí, día también. Por mucho que hable de odio, de exclusión, de supremacismo macho y blanco, de erigir muros y barreras. Por muchas líneas rojas que pise. Acaba de insultar a una madre y a un padre que perdieron un hijo, un soldado estadounidense musulmán caído en el frente de Irak, un patriota, como explicaron en la convención y a los medios de comunicación padre y madre.

En cambio, a Clinton se la examina con una lupa de muchos aumentos: que si es demasiado racional, que si es fría, que si es ambiciosa (¿acaso Trump no lo es?). Incluso que es poco humana. ¿Se imaginan lo que se diría de ella si no fuera racional y fría, si fuera intuitiva, irracional y emotiva? Si incluso se le exigió que demostrara que sabía hacer galletas…

Ya puede hacer Trump chapuzas como puños, que tiene barra libre. Las líneas rojas le excitan tanto como a su electorado. A pesar de las vaguedades de su programa respecto a su política exterior, no se cansa de pedir a Putin -jefe absoluto de una potencia extranjera y, en cierto modo, enemiga- que actúe contra Clinton; se supone que entre sesión de Photoshop y lucimiento de bíceps y pectorales de éste último. Una deslealtad, una traición que no se toleraría al Partido Demócrata. Sabemos de qué va la cosa: si un tímido y vergonzante PSOE se reúne con soberanistas o independentistas, la derecha vocifera que se rompe España, que se trata de una traición a la patria. Si lo hace el PP, es por puro sentido de Estado o por altura de miras; sea lo que sea eso último.

A Clinton se la examina con lupa: que si es demasiado racional, que si es fría, que si es ambiciosa (¿acaso Trump no lo es?)… ¿Se imaginan lo que se diría de ella si fuera intuitiva, irracional y emotiva?
La admiración de Trump por Putin roza la idolatría; está a favor incluso de su invasión a Ucrania. No es raro, Putin es un energúmeno de tal categoría que, cuando supo que Moshe Katzav, presidente de Israel, había violado y acosado a varias mujeres, exclamó admirado que Katzav era “un pedazo de hombre” y que todos los hombres de Rusia lo envidiaban. Tal para cual.

Lo más desesperante es que, por muy misógino, brutal e insultante que se muestre Trump, el número de sus votantes no retrocede sino que aumenta.

¿Cuántos hombres, cuántas mujeres, votarán a Trump a pesar de su disparatado pensamiento y de la aberración de las propuestas en las que se basaría para gobernar a su país, a pesar de su oscura trayectoria profesional? ¿Cuánta gente votará a Trump, caiga quien caiga, por votar a un hombre, por no votar a una mujer?