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Entrevista sobre la superación de la cultura de la venganza


31.05.2015
Milena Rampoldi

Entrevista sobre la superación de la cultura de la venganza

(Imagen de Álvaro Orus)

¿Cómo podemos trabajar hoy por la paz?
¿cómo podemos dejar atrás la carga y el sufrimiento de la historia para
construir con confianza un futuro de paz?

Milena Rampoldi de la asociación ProMosaik conversó sobre éstas y
otras cuestiones con Luz Jahnen. Luz Jahnen ha llevado a cabo un estudio sobre el tema de la venganza
como elemento fundamental de nuestra cultura occidental, y la
reconciliación como una forma de superar dicha venganza. Él ha logrado
compaginar este análisis y sus experiencias personales en un taller que
se está desarrollando en diferentes países.

Milena Rampoldi: Me parece una propuesta muy interesante, en
especial para Medio Oriente, esta cuestión de ni perdonar ni olvidar.
¿Podría explicarnos más para nuestros lectoras?

Luz Jahnen: Me gustaría responder a esta pregunta independientemente
de los diversos conflictos en el Medio Oriente. En general nos faltan
apoyos para resolver conflictos. La cultura humana, en particular la
cultura occidental, carece de una cultura de superación de conflictos.
Yo iría aún más lejos para afirmar: a la humanidad y a los seres humanos
individuales, nos está faltando una comprensión más profunda de
nuestros conflictos y, por lo tanto, también profundizar en nuestra
violencia. Solo con una comprensión del fundamento se puede allanar el
camino para la superación de conflictos y, en particular, para superar
la violencia creciente.

Una forma bastante mecánica de tratar los conflictos, con algo que me
ha causado sufrimiento y dolor, es el olvido; desde el “no querer ver”
hasta reprimir y negar. De esa forma creemos que evitamos el dolor que
nuestra conciencia experimentó en un momento.

Mencionemos, por ejemplo, a los muchos soldados y combatientes que
vuelven de las guerras con la esperanza de reintegrarse a una vida
cotidiana “normal” en la familia, en el trabajo, etc. Vuelven y callan,
en un intento de borrar lo horripilante, la brutalidad, para olvidar su
propio miedo – produciendo una mutilación emocional, la deformación de
su comportamiento, que termina afectando precisamente a los ámbitos de
la familia y de las relaciones en donde pretendía encontrar su
felicidad.
¿Por qué no funciona esta estrategia del olvido? Es obvio: el
sufrimiento, ese dolor que hemos experimentado o que hemos infligido a
otros, ya no está allí en donde ocurrió, no está en el “enemigo” o en
“algún lugar ” del pasado, sino que está en nuestra memoria. Es decir
que ¡está pasando ahora mismo! Y mientras permanezca en nuestra memoria
con ese tamaño y ese dolor monstruosos, no va a haber ninguna paz
interior, no va a haber paz con el “enemigo”, no importa cuánto
intentemos olvidar. Nuestro comportamiento y todos aquellas relaciones
que tenemos van a verse afectadas e influidas por el.

Esto que es válido para los individuos en relación a sus recuerdos,
lo es también para un pueblo, una nación o grupo. También se intenta
socialmente ocultar, se trata de olvidar la violencia y el sufrimiento
que se genera a los oponentes. Una vida conjunta y en paz, digna de
llamarse “reconciliada”, solo puede ser construida si no se usan ni el
olvido ni el silencio. Los psicólogos y los investigadores de genocidios
son testigos de eso; y los conflictos reprimidos en casi todos los
países del planeta y también nuestra propia experiencia personal en
nuestras familias y vida de relación hablan un lenguaje muy claro que
desgraciadamente todavía no parece entenderse.

Otra forma similar y también ineficaz de tratar con el conflicto es
el perdón. El perdón de una culpa es aparentemente un acto generoso y
positivo según antiguas tradiciones culturales y religiosas. Pero mirado
más de cerca se asemeja a la generosidad de los ricos cuando dan
limosna a los pobres. Esto ocurre desde una situación ventajosa de uno
de los lados, de una falsa superioridad moral, una posicion elevada que
degrada a los que están enfrente e incluso los avergüenza. De esta
manera tampoco es posible construir la paz ni alcanzar la reconciliación
porque impide una convivencia desde una paridad e igualdad de derechos.

Paz y reconciliación no son ciertamente las imágenes de los políticos
que se dan la mano sonriendo con muecas distorsionadas delante de un
montón de fotógrafos, cuando en realidad ya han encargado las armas
último modelo para la próxima guerra con los millones o miles de
millones que los otros países le han prometido para comprar esta paz.
Mientras tanto en la trastienda, los estrategas de ambas partes hacen
planes para sacar la máxima ventaja de la situación reinterpretando los
contratos.
Pero también en lo personal la reconciliación no comienza con un abrazo al enemigo.

La paz y la reconciliación comienzan en la persona que empieza por
comprender los conflictos a su alrededor y los conflictos en su
interior. La persona empieza a entender las causas, los factores
determinantes del dolor y la violencia acontecida. La persona logra
evitar tomar rápidamente una posicion desde la furia y la venganza, y
quiere entender cómo fue posible que ocurriera aquello. Lograr resistir
el poder compulsivo de la venganza significa resistir un impulso
primitivo del paleolítico que tiene aún mucha fuerza en nosotros.

Con esto quiero decir que la paz y la reconciliación son, en primer
lugar, un proceso INTERNO de reflexión, de comprension y de integración.
Desde alli, no está muy lejos el comprender que la mecánica
interminable de la violencia vindicativa no puede nunca llevar a la paz.
Este es el punto de partida para superar la violencia, ya sea en el
Oriente Medio o en otra parte. No empieza en ningún otro lado sino en mí
mismo.

Con mi respuesta a la pregunta sobre el concepto de: “ni olvido ni perdón” me estoy refiriendo a la afirmación del pensador y místico sudamericano Mario Rodríguez Cobos -SILO- en una memorable charla del año 2007 que me parece fundamental einspirador para tratar este tema.

¿En qué se basa este concepto cultural fundamental de la venganza?

La venganza es un elemento central del fenómeno de la violencia
humana. Y vale la pena, creo yo, cualquier esfuerzo para comprender
mejor este fenómeno si queremos superar verdaderamente nuestros
conflictos y la violencia. Estoy hablando sobre la respuesta que
nosotros damos generalmente, ya sea de forma sutil o directa, cuando nos
sentimos heridos. “Agredidos” no sólo en el sentido físico, sino
“heridos” en algo con lo que nos identificamos, en lo que siento que me
pertenece: esto es por supuesto mi cuerpo, pero también “mis” hijos,
“mi” familia, “mi” casa, “mi” tribu o pueblo o estado, “mis” creencias,
“mi” religión, “mi” coche o incluso “mi” equipo de fútbol…
Si movidos por la curiosidad, quisiéramos remontarnos en la evolución
de la historia para explorar de dónde viene este comportamiento, nos
encontraríamos con un ser humano en constante lucha por la
supervivencia, debiendo responder de forma refleja e instantánea a
cualquier amenaza a su cuerpo, a su grupo o a su tribu para defender su
vida, su alimento y sus escasas pero vitales posesiones.
Más aún, equipado con su memoria asombrosa, estos seres humanos se
ven obligados a actuar y a elaborar un plan para tomar medidas contra
los ataques y violaciones en un momento posterior y diferido, para
castigar y vengarse de los competidores en la lucha por la
supervivencia. Al ‘enemigo’, debe quedarle claro que él es fuerte o
quizás incluso que tiene superioridad. Sólo entonces, se restaura el
“respeto”, el miedo que el otro tiene, evitando así las incursiones y
ataques futuros. En esto radica el origen de la desafortunada cultura de
“honor”, de orgullo y “respeto “, fuente de innumerables conflictos y
guerras hasta la actualidad.

En pocas palabras, en la venganza nos encontramos sobre todo con un
mecanismo de supervivencia primitiva de nuestra conciencia.Y parte de
este mecanismo es negar lo humano, negar cualquier similitud con el que
se tenga enfrente, con el “enemigo”. Esto sucede de forma refleja: el
agresor malvado, el enemigo, se convierte en el objetivo de mi furia, en
un objeto. El no es como yo, “no es una persona”. Esta reducción de la
persona a una cosa, un objeto, facilita la forma de castigo, la muerte,
la destrucción y evita una de las grandes capacidades humanas: sentir
compasión por el otro. Por eso el vengador responde con gran enojo
-incluso en su entorno más cercano – a quien le recuerde que el otro, el
“enemigo”, es un ser de la misma especie.

Hoy, sin embargo, en este momento histórico en el que la humanidad
convive estrechamente, se ha fusionado y está inextricablemente
entrelazada, este mecanismo se ha convertido en algo no solo y
totalmente inútil, sino que ademas representa el peligro más grande y
permanente de nuestro desarrollo común. El gran avance tecnológico que
la humanidad ha alcanzado – que dio lugar a la revolución de la
comunicación, la medicina, la producción, el transporte, y también al
desarrollo de las armas más refinadas y terribles – contrasta
marcadamente con la falta de desarrollo a nivel humano. Aquí veo el reto
más grande y más urgente de nuestro tiempo de convivencia actual:
superar la venganza.

Pero, en el camino para enfrentar este reto, nos encontramos con otro gran obstáculo.
Y aquí, creo que tocamos un punto central en el conflicto de Medio
Oriente: la civilización occidental, como cultura dominante e influyente
del mundo de este momento histórico, tiene poco o nada que ofrecer
cuando se trata de cuestiones de paz y reconciliación, cuando se trata
de resolver conflictos. La venganza está profundamente arraigada en los
cimientos de esta cultura y se expresa en todas sus formas, ya sean
abiertas, sutiles o larvadas. Además todas las partes involucradas en el
conflicto del Medio Oriente comparten el mismo fundamento cultural.

Aunque ellos difícilmente quieran reconocerlo, se trata de pueblos
hermanos. En los tiempos de Hammurabi, unos 4.000 años atrás, cuando el
hombre vivía medio nómada y medio sedentario, lo hacía organizado en
tribus o en pequeños reinos. En la zona de los ríos Tigris y Eufrates
surgió entonces un primer imperio que agrupó a diversas etnias, tribus,
lenguas, religiones y costumbres. Hablamos de una época y una estructura
donde se puede observar los inicios de la ciencia y el progreso
tecnológico occidental. Para pacificar y hacer gobernable a este
entramado – que en términos generales, podríamos llamar el primer estado
moderno–, se inventó algo que hoy conocemos como legislación escrita y
que damos por sentado. Muchas de las formas existente hasta entonces de
venganza personal o tribal como respuesta a los conflictos, pasaron a
ser sustituidas por un código universal y escrito de sanciones y de
comportamiento. Este código es el Código de Hammurabi, una estela de
diorita negra, cuyo texto es posible leer hoy en día en muchas
traducciones.

En su momento probablemente significó un paso adelante porque intentó
sustituir a las extensas formas de venganza de sangre, determinando
criterios claros para las sanciones: si cortas a alguien una oreja, se
te cortara a ti también una oreja… Al mismo tiempo -y esto es algo que
en la consideración histórica se pasa fácilmente por alto- formas muy
antiguas de resolución de conflictos (la venganza) fueron aquí adaptadas
y perpetuadas en una nueva forma institucionalizada de la venganza. El
estado como institución vengadora con palabras elevadas de justicia e
igualdad, con su aparato “vengador” de la policía, los tribunales y las
cárceles hacia adentro; y su aparato “vengador” de militares, de
servicios de inteligencia y armamento hacia afuera. Eso es lo que hoy
conocemos como una forma natural para organizarnos y solucionar
aparentemente los conflictos.

Se podria discutir mucho todo esto con respecto a su futura
proyección. Pero, lo que está claro es que
que ya en estos primeros días
de la cultura occidental, forjamos una cultura de resolución de
conflictos que se olvida de los más fundamental: cómo hace el ser humano
-siempre confrontado al conflicto por su situacion de convivencia- para
restablecer la paz interior, el equilibrio interno y la curación del
daño sufrido, de sus “heridas”. Este “error de construcción”, por
llamarlo así, hoy se ha vuelto en obstáculo doble y múltiple en el
camino hacia esa paz y reconciliación tan urgentemente necesitadas. En
el fondo, nos está faltando una cultura de reconciliación, de paz y
salud interna. Y sin una cultura así, quedamos con las manos vacías en
esta aceleración creciente de eventos enfrentados al peligro constante
de confrontaciones explosivas en cualquier lugar.

Otra cosa, si realmente queremos entender de dónde venimos, sería
hora de reconocer que estas tres expresiones de la espiritualidad humana
que conocemos como el judaísmo, el cristianismo y el Islam nacieron en
la misma zona geográfica y del mismo sustrato cultural. No es casualidad
que estos tres hermanos histórico-culturales, que se han estado
enfrentando de modo tan vehemente desde la antigüedad hasta el dia de
hoy, están negando reconocer como seres humanos en condición de igualdad
justamente a aquellos que provienen de su misma raíz histórica, su
misma religión. El implacable castigo por supuesta justicia divina, la
venganza en todas sus formas, cultivado a través de generaciones y
llevado en las tradiciones de los pueblos hasta los rincones más
recónditos de la convivencia familiar, se expresa en cultura de
intransigencia y “victimismo”.

Mientras no podamos superar el mantenimiento de este tipo de lucha
prehistórico por la supervivencia -la venganza- no lograremos el
progreso hacia una convivencia pacífica a la que tanto aspiramos desde
hace tiempo.

¿Qué principales estrategias para la lucha contra la violencia cree usted que son importantes para el Medio Oriente?

Como sabe Ud. muy bien no soy un especialista declarado o
autodeclarado del Oriente Medio y sus evidentes conflictos. En más de
los 50 años que tengo ahora, las noticias casi diarias de los
interminables conflictos, exclusión, bombardeos y terror de cualquier
tipo, guerra, tortura, aparentes tratados de paz, pobreza, desesperanza,
ira y el odio en el Medio Oriente me han acompañado como triste música
de fondo a lo largo de mi vida. Pero para muchos más, para cientos de
miles, millones personas esto ha sido su triste y opresiva realidad en
la vida diaria.

Los líderes de las fuerzas políticas involucradas – a mi entender –
provienen casi todos de ámbitos militares o de otros contextos
violentos. ¿Cómo podrían surgir estrategias de paz real desde semejantes
sectores?. Estamos hablando de los conflictos que afectan muy
profundamente a la población, presionando a tomar posición, a dividirnos
en amigos y enemigos. Presión para elegir un bando que prometa ventaja y
un poco de seguridad para la propia vida. Y nos encontramos con
fundamentalismos de todo tipo, más allá de toda razón y de toda
misericordia, también con duros comerciantes de todo tipo y además con
muchos países y sus intereses. Cuando miro a estos gremios, no veo
ninguna razón para tener esperanza. Todo lo contrario. Y me gustaria
saber por cuánto tiempo más las personas van a continuar eligiendo a
estas agrupaciones que no ofrecen esperanza alguna ni futuro.

Y no sé si es más una esperanza mía que una estrategia. Me refiero a
las madres y padres, a los jóvenes, que pueden llegar a conocer la
libertad interior de la reflexión personal – tal vez en un momento de
fracaso personal de sus antiguos conceptos – más allá de las creencias
políticoreligiosas y los límites geográficos en los que nacieron. Así
que yo asocio esperanza a la comprension necesaria de que el futuro
puede abrirse paso sólo y exclusivamente con la no violencia. Aún cuando
miles de voces de cabezas cuadradas organizadas, de los aparatos de
violencia y diferentes partidos griten ¡que ingenuidad!, Es la esperanza
de madres y padres que no enseñan a la siguiente generación el deber de
la venganza, sino que les transmiten y dan el ejemplo del sentido de la
cohesión entre nuestra especie humana.

Es la esperanza para las generaciones futuras, para que todas las
personas por igual puedan sentir el futuro cálido, feliz y abierto. He
oído, leído y visto muchas veces que existen iniciativas personales y
grupos más allá de su pertenencia, su nación, y su fe religiosa, que se
conectan y se ayudan unos a otros. Mi esperanza brota de estos grupos y
de esta gente sencilla. De ellos surgirá la necesidad de una cultura
totalmente nueva que supere la violencia, la injusticia y los miedos que
están profundamente arraigados.

Además, debemos seguir con conversaciones como ésta, con maestros,
padres y jóvenes. Podemos y debemos alcanzar una comprensión más
profunda de la violencia y revisar todas las tradiciones relacionadas
con ella. Es aquí donde veo oportunidades y esperanzas; no en los
discursos o en conferencias de los gremios que sonríen frente la cámara,
con la pistola debajo de la mesa lista para disparar…

¿Cómo surge la reconciliación y por qué? ¿Cómo se puede trabajar?

La reconciliación surge de un profundo deseo de superar el dolor de
la propia conciencia herida para recuperar la paz y el equilibrio
perdido. Surge de un profundo deseo de una verdadera reorganización y
reestructuración de mi vida y de la vida con otros. Pero también surge
de un rechazo consciente de la violencia y de todos los impulsos que me
piden venganza.

La reconciliación es ante todo una interacción personal conmigo mismo
para entender el dolor, el sufrimiento y la violencia que yo mismo he
sufrido; para entender lo que la ha desencadenado en mí y en los demás,
que son gente como yo. No perdonar ni olvidar, sino hacer un acto
reflexivo, casi meditativo, que requiere intención y propósito. Todo lo
demás se dará como consecuencia.

Convendrá intercambiar sobre esta comprension de la cultura y un
equilibrio interno con aquellos que estan cansados de esta violencia
interminable. Valdría la pena hablar sobre esto con quienes se
relacionan con las nuevas generaciones, con los niños, los jóvenes.
Podrían surgir iniciativas y proyectos muy diversos.

En mi opinión, ésta sería la única via para erradicar las injusticias
cementadas, y eliminar crecientemente el caldo de cultivo a los
predicadores de la violencia de todos lados.

¿Cómo cree Ud. que se puede trabajar por la paz en el Medio Oriente?

Creo que se debe profundizar en este tema fundamental hasta alcanzar
un rechazo sentido y fundamentado de la violencia. Es necesario
comprender el fenómeno de la violencia en todas sus facetas, sus efectos
y su origen histórico; hay formas de violencia físicas, económicas,
raciales, psicológicas, religiosas. Hay que promocionar cada ejemplo,
cada testimonio ya sea de un individuo o de un grupo, que logre superar
la violencia y el odio. Sería de importancia – para aquellos que
realmente estén buscando soluciones – cuestionar con ojo crítico las
antiguas tradiciones de la venganza, las justificaciones de la violencia
en la propia cultura, en su comunidad, su propio barrio, su propia
familia, en sí mismo, e incluso llegar a buscarlas en las sagradas
escrituras hasta ahora intocables. Tenemos por delante la tarea de crear
un capítulo que todavía no ha sido escrito en la humanidad.

Una y otra vez necesitamos la búsqueda del diálogo muy personal, el
intercambio de opiniones, la cooperación, la unión más allá de las
aparentes fronteras étnicas, religiosas y nacionales, con aquellos de
buena voluntad. Indispensable para promover el establecimiento de una
nueva cultura es respetar la diversidad (¡no la violencia!) compartiendo
el sueño común de una cultura humana universal. Es necesario dar apoyo a
cada conversación, cada reunión, cada artículo, cada libro, cada
conferencia o lección en este sentido. No podemos desanimarnos, aunque
suframos reveses, no dejaremos de alzar la voz contra la violencia, para
desenmascararla, descubrirla y exigir el derecho de una vida digna para
todos.

¿Qué ha logrado con su importante trabajo y qué planes tiene para el futuro?

No hemos alcanzado mucho todavía pero sí al menos la claridad del
camino que tenemos delante de nosotros. No parece mucho, pero tener una
dirección clara tiene un gran significado en este mundo confuso,
violento, explosivo y tan lleno de agitación. Para el futuro deseo lo
que respondí en la pregunta anterior y, por lo tanto, agradezco mucho la
oportunidad de nuestra conversacion.

Traducción del alemán por Mariana Garcia.

Ham2