Las últimas testigos del horror nazi
Alberto Rojas 29 ENE. 2019 |
Anette Cabelli, presa número 4065 del campo de exterminio de Auschwitz tatuado en el antebrazo, griega de la Salónica de preguerra, francesa del París de la Guerra Fría y española por genética, habla del horror en la vieja lengua de los sefardíes, el ladino, separada del castellano actual por 500 años de evolución casi detenida, encapsulada en el tiempo, pura arqueología idiomática.
No espera a que el periodista haga las preguntas. Ella cuenta lo que tiene que contar: “Te puedo decir lo que pasó, pero no explicarlo. Aún no me lo creo, pero todo fue real”. Cabelli tiene hoy 93 años y es una de las pocas supervivientes del Holocausto que quedan con vida y que, además, sigue testimoniando lo ocurrido. “Quedamos vivos muy pocos. No sé el tiempo que me queda. Es importante que sigamos haciendo esto”, dice Cabelli.
Hédi Fried nació en Sighet en 1924, en la frontera entre Rumanía y Ucrania. También es superviviente de Auschwitz y de Bergen-Belsen, el campo al que fue a parar después. Lleva el número A-7603 tatuado en el brazo. Calló durante 40 años hasta que decidió contar su experiencia para que ningún otro tuviera que repetirla, pero reconoce estar muy enfadada por el surgimiento de ideologías venenosas que creía olvidadas. “Nuestro testimonio es importante, pero parece que la gente no quiera escucharnos”, comenta.
Fried vive hoy en Suecia, donde cada vez ve más pruebas del crecimiento del antisemitismo que emerge de nuevo, misma semilla que cristalizó en el Holocausto y el asesinato de seis millones de judíos, gitanos o eslavos en Europa. Presenta en España su libro Preguntas que me han hecho sobre el Holocausto (Plataforma Editorial), donde refleja años de conferencias en la Universidad intentando explicar su experiencia. “No hay preguntas estúpidas ni prohibidas, pero es necesario hablar para no olvidar, dar testimonio y contar todo con el objetivo de ayudar a los jóvenes a aprender de la tragedia de la Segunda Guerra Mundial y evitar un genocidio en el futuro”, afirma.
La única solución es hablar y enseñar. Los libros de Historia por sí solos no sirven
Una pregunta para ambas: ¿qué le dirían a aquellos que aseguran que el Holocausto nunca sucedió?
Cabelli: “En Grecia había 65.000 judíos. Cuando acabó la Segunda Guerra Mundial quedábamos 100 supervivientes. Todo lo que sucedió en Auschwitz no me lo ha contado nadie. Yo lo vi”.
Fried: “Auschwitz es un horror difícil de creer incluso para mí. Es como si lo hubiera vivido a través de otra persona”.
Cabelli, de paso por Madrid gracias a Casa Sefarad, es un torrente de recuerdos cristalinos de resistencia, matanzas y anécdotas: “Cuando los rusos liberaron Auschwitz ya nos habían sacado de allí a los que podíamos caminar. Nos llevaron, en las marchas de la muerte, hacia el interior de Alemania. Por el camino íbamos descalzos, semidesnudos, con un frío terrible, sin comer ni beber nada durante días. Los que caían al suelo eran rematados por los soldados de las SS con sus armas”.
Experimentos con mujeres
Por momentos, mueve las manos como si pudiera tocar a los protagonistas de sus recuerdos: “Recuerdo perfectamente hoy ver a mi compañero de la enfermería de Auschwitz, donde me pusieron a trabajar, con la cabeza agujereada por las balas”, cuenta, emocionada, una mujer que conoció allí al doctor Mengele, el ángel de la muerte. “Después llegamos a Ravensbrück física y mentalmente destruidos. Nos pusieron a trabajar haciendo cerillas y, días después, los guardias de las SS tiraron los uniformes y huyeron. De repente, no sabíamos qué hacer. Tras años recibiendo órdenes y palizas, no sabes cómo gestionar tu libertad. Éramos un grupo de siete judías griegas que hablábamos ladino y cuatro judías húngaras con las que los nazis habían hecho experimentos. Estaban muy debilitadas, más aún que nosotras”.
Fried cuenta que la experiencia de Auschwitz ha marcado cada acción de su vida: “No puedo acumular comida en casa porque en el campo de concentración era peligroso guardar alguna ración de alimento. Si te encontraban un pedazo de pan escondido durante una inspección, te castigaban con una paliza o la muerte. Como resultado, hoy sólo compro lo que necesito para el mismo día”.
Ambas han pasado varias veces por Auschwitz a lo largo de su vida. A veces junto a su familia, a veces como parte de algún homenaje: “Yo cada vez que he ido lo he visto como lo que es, un gigantesco cementerio”, comenta Cabelli. “El campo era muy grande. Nosotros estábamos en el campo A, que tenía cinco bloques. Para llegar a él tuvimos que atravesar esa puerta que dice Arbeit macht frei (El trabajo os liberará). Todavía hoy me pregunto qué querían decir con esa frase ahí”, afirma Fried, que también vivió las marchas de la muerte, en su caso hacia Bergen-Belsen, donde fue liberada por los soldados soviéticos.
“A mi madre la gasearon el primer día, nada más llegar en tren”, recuerda Cabelli. “A mí me pusieron a trabajar en una barraca que era utilizada como hospital. Eso me salvó. La persona que entraba a aquel lugar no salía más. Por la mañana sacábamos todos los muertos. Había mujeres que no estaban todavía muertas. Moribundas. Pero tenían parte del cuerpo comido por las ratas”.
Compromiso con los muertos
“Esto nunca debe ser olvidado. Se lo debemos a todos estos millones de personas que murieron, entre ellos mi padre y mi madre. Deseo que nadie nunca, nunca, tenga que pasar por lo mismo. La única cura es hablar de ello y enseñar. Los libros de Historia no son suficientes. Nuestra historia debe ir de boca en boca”, asegura Fried.
“Tras el Holocausto nadie sabía qué hacer con nosotros”, cuenta Cabelli. “Como no tenía papeles y no quería volver a Grecia, me inventé que era francesa. Los rusos nos dejaron pasar al lado aliado a cambio de comida y viajamos en un viejo Citröen sin gasolina tirado por un caballo cojo. Cuando los americanos vieron llegar a esos espectros dentro del coche no podían creérselo. Nos metieron en un camión con destino a París y nos juntaron a todos en el hotel Lutetia. Allí nos recuperamos poco a poco de la desnutrición y las enfermedades. Y volvimos a la vida”.