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La relación entre la deforestación y las enfermedades infecciosas

Katarina Zimmer 06/04/2020
A medida que se talan más y más bosques en todo el mundo, los científicos temen que la próxima pandemia mortal pueda surgir de lo que vive dentro de ellos.

En 1997, las nubes de humo cubrían las selvas tropicales de Indonesia, donde se quemó un área del tamaño aproximado de Pensilvania (unos 200 000 km²) para dedicarlo a la agricultura[1]. La humareda de estos incendios, agravados por la sequía, asfixió los árboles, por lo que dejaron de producir frutos. Por ello, los murciélagos autóctonos, que son frugívoros, se vieron obligados a volar en busca de alimento, portando así una enfermedad mortal.
Poco después de que los murciélagos se establecieran en los árboles de los vergeles de Malasia, los cerdos que se encontraban a su alrededor empezaron a enfermarse, probablemente tras comer los restos de fruta que dejaron los murciélagos, al igual que hicieron los ganaderos locales de los cerdos. Hasta 1999, 265 personas habían desarrollado una inflamación cerebral severa y 105 habían muerto. Fue la primera vez que se supo que el virus Nipah infectó al ser humano. Virus que, desde entonces, ha provocado una serie de epidemias recurrentes en el Sureste Asiático.
Se trata de una de las muchas enfermedades infecciosas que se originan en la fauna silvestre y que se transmiten al hombre en zonas sometidas a la tala forestal acelerada. De hecho, en las dos últimas décadas, un número creciente de pruebas científicas demostraron que la deforestación desencadena una serie compleja de sucesos que crean las condiciones necesarias para que un conjunto de agentes patógenos letales (como el virus de Nipah y de Lassa, así como los parásitos que provocan la malaria y la enfermedad de Lyme) infecten al ser humano.
Dado que los incendios se siguen produciendo masivamente en los bosques tropicales de la Amazonia y algunas partes de África y del Sureste Asiático, los expertos temen por la salud de la población que vive en el perímetro de las áreas deforestadas, así por una próxima pandemia surgida de los bosques de nuestro planeta. «Es bien sabido que la deforestación puede ser un factor importante de transmisión de enfermedades infecciosas», asegura Andy MacDonald, un ecologista de enfermedades del Instituto de Investigación de la Tierra de la Universidad de Santa Bárbara (California). «Es matemático: cuanto más degradamos y destruimos los hábitats forestales, más probable es que nos encontremos en estas situaciones en las que se producen epidemias de enfermedades infecciosas».
Deforestación: causa directa
Desde hace mucho, se sospecha que la malaria, que mata a más de un millón de personas al año por la infección de parásitos Plasmodium transmitidos por los mosquitos, va de la mano de la deforestación. En Brasil, se controló cuidadosamente la propagación de la malaria: se pasó drásticamente de 6 millones de infectados al año en la década de 1940 a 50.000 en la década de 1960. Sin embargo, desde entonces el número de casos no ha dejado de aumentar en paralelo a la rápida tala de bosques y la expansión de la agricultura. Así, a principios de siglo, había más de 600.000 casos al año en la cuenca amazónica.
Un trabajo de finales de los años 1990 de Amy Vittor, epidemiologista del Instituto de Patógenos Emergentes de la Universidad de Florida, sugería un motivo. Las parcelas de bosques deforestadas parecen crear el hábitat ideal en las lindes para la reproducción del mosquito Anopheles darlingi, el vector más importante de la malaria en la Amazonia. Mediante estudios exhaustivos en la Amazonia peruana, Vittor halló una cantidad mayor de larvas en aguas calientes y parcialmente sombrías. Este tipo de aguas se estancan junto a las carreteras que cortan los bosques y bajo los escombros, ya que no es absorbida por los árboles. «Estos eran los lugares donde los Anopheles darlingi suelen estar», recuerda Vittor.
En un análisis complejo de datos sobre la salud obtenidos por satélite publicado recientemente en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, MacDonald y Erin Mordecai, de la Universidad de Stanford, informaban de que la deforestación en la cuenca amazónica suponía un impacto significativo sobre la transmisión de la malaria, lo cual coincide con investigaciones previas. Así pues, se estima que, de media, un incremento anual entre 2003 y 2015 del 10 % en la pérdida de bosques provocó un aumento del 3 % en los casos de malaria. Por ejemplo, en un año de ese estudio, se vinculó una parcela adicional de 1.600 kilómetros² de bosque talado (lo equivalente a 30 000 campos de fútbol) a 10 000 casos más de malaria. Este fenómeno se agravó en el interior del bosque, donde aún quedan parcelas forestales intactas que proporcionan un hábitat fronterizo y húmedo, el cual es adecuado para los mosquitos.
Dados los continuos incendios en la Amazonia, estos resultados no son buena señal. Los últimos datos, publicados a finales de noviembre del año pasado , muestran que en 2019 ya se había destruido un área 12 veces más grande que la ciudad de Nueva York. «Me preocupa lo que ocurrirá con la transmisión cuando terminen los incendios», señala MacDonald.
Vittor insiste en que cuesta generalizar las características y relaciones de los mosquitos con su entorno, ya que estas varían según la especie y la región. En África, se ha descubierto que existen pocos vínculos entre la malaria y la deforestación, quizá porque las especies de mosquito de este continente suelen reproducirse en aguas soleadas y prefieren las tierras de cultivo abiertas a las zonas forestales sombrías. No obstante, en Sabah, en la isla de Borneo en Malasia, los brotes de malaria también se dan a la par de la tala eminente de bosques para la obtención del aceite de palma y el cultivo de otras plantas.
Fiebre de la selva
Los mosquitos no son los únicos animales que pueden propiciar epidemias mortales en los humanos. De hecho, el 60 % de las nuevas enfermedades infecciosas que aparecen en humanos (como el VIH, el ébola y el Nipah, todas originadas en animales que habitan en los bosques) son transmitidas por otros animales, la gran mayoría de ellos fauna silvestre.
Mediante un estudio publicado en 2015, los investigadores de Ecohealth Alliance, una ONG con sede en Nueva York que investiga las enfermedades infecciosas a nivel global, y otros científicos descubrieron que «casi uno de cada tres brotes de enfermedades emergentes están relacionados con la transformación del terreno para otros usos, como la deforestación», tuiteó el presidente de la organización, Peter Daszak, a principios del año pasado.
Muchos virus, cuyos huéspedes se encuentran en los bosques, son inofensivos, ya que los animales han coevolucionado con ellos. Ahora bien, los humanos pueden ser huéspedes involuntarios de patógenos si se adentran o cambian el hábitat forestal. Así pues, Carlos Zambrana-Torrelio, ecólogo de enfermedades de la Ecohealth Alliance advierte que «estamos cambiando por completo la estructura del bosque».
Atracción letal
Las infecciones también pueden darse cuando los nuevos hábitats atraen especies portadoras de enfermedades. En Liberia, por ejemplo, la deforestación para la plantación de palma aceitera atrae plagas de ratones forestales debido a la abundancia de frutos de palma en torno a las plantaciones y los asentamientos de población. Por ello, los humanos pueden contraer el virus de Lassa cuando entran en contacto con la comida, los objetos contaminados por las heces o la orina de roedores portadores del virus o los fluidos corporales de personas infectadas. Este virus les provoca fiebre hemorrágica (el mismo tipo de síntoma provocado por el virus del Ébola), incluso la muerte. En Liberia, de hecho, mató al 36 % de los infectados.
También se han observado roedores portadores del virus en zonas deforestadas de Panamá, Bolivia y Brasil. Alfonso Rodríguez-Morales, investigador médico y experto en enfermedades tropicales de la Universidad Tecnológica de Pereira (Colombia), teme que estos focos de infección aumenten tras la reavivación de los incendios en la Amazonia.
Dichos procesos no se limitan a enfermedades tropicales. Parte de la investigación de MacDonald ha revelado que existe una relación entre la deforestación y la enfermedad de Lyme en el noreste de Estados Unidos.
La Borrelia burgdorferi, bacteria causante de la enfermedad de Lyme, se transmite mediante garrapatas que dependen de los ciervos forestales para reproducirse y obtener sangre suficiente para sobrevivir. Sin embargo, MacDonald explica que la bacteria también está presente en el ratón de patas blancas, que crece favorablemente en bosques alterados por los asentamientos humanos, y añade que es más probable que en los trópicos sea donde se propaguen enfermedades infecciosas a personas, ya que estos cuentan con más diversidad de fauna y patógenos en general. Allí se ha vinculado a la deforestación una serie de enfermedades transmitidas por una amplia variedad de especies animales, desde insectos hematófagos (que se alimentan de sangre) hasta caracoles. Además de las enfermedades conocidas, los científicos temen que las todavía desconocidas acechando en los bosques se propaguen a medida que la población los invada. Por ello, Zambrana-Torrelio indica que la probabilidad de contagios a humanos podría aumentar con el calentamiento del clima, ya que obligará a los animales portadores de los virus a emigrar a regiones donde nunca antes habían vivido.
Vittor, por su parte, afirma que el hecho de que esas enfermedades se queden restringidas en las lindes de los bosques o de que se alberguen en los humanos, de forma que desencadenen una epidemia, dependerá de su transmisión. Algunos virus, como el del Ébola o el Nipah, pueden transmitirse directamente entre humanos, por lo que se propagan por el mundo siempre que haya personas. En cambio, el virus del Zika, que se descubrió en bosques ugandeses en el siglo XX, solo pudo surcar el mundo e infectar a millones de personas porque encontró un huésped, el Aedes aegypti, un mosquito que prospera en zonas urbanas. «No me gusta pensar que otro patógeno o varios más puedan hacer tal cosa, sería de ingenuos no creer que es una posibilidad para la que hay que prepararse», expresa Vittor.
Un nuevo servicio
Los investigadores de la Ecohealth Alliance han propuesto que la contención de las enfermedades podría considerarse un nuevo servicio del ecosistema, es decir, un beneficio que los seres humanos obtienen libremente de los ecosistemas naturales, al igual que el almacenamiento de carbono y la polinización.
Para ese fin, su equipo ha trabajado en el Borneo malasio para determinar el coste exacto de la malaria, desde cada cama de hospital hasta la jeringuilla que usen los médicos. De esta manera, han descubierto que el gobierno malayo se gasta una media de unos 4.500 euros para tratar a cada contagiado de malaria en la región. En algunas zonas, esa cifra es mucho más de lo que invierten en el control de la malaria, según Zambrana-Torrelio.
Según Daszak, la propuesta de Ecohealth Alliance tendrá sentido y superará los beneficios que tendría una tala de bosques, un argumento financiero convincente a favor de mantener los árboles. Sus colegas y él han empezado a colaborar con el gobierno de Malasia para incluir la iniciativa en la gestión de usos del suelo. Además, están llevando a cabo un proyecto similar con las autoridades de Liberia para calcular el coste de los brotes de la fiebre de Lassa.
MacDonald cree que esta idea es valiosa: «Si podemos conservar el medioambiente, entonces quizá podamos proteger la salud», afirma. «Creo que es el rayo de esperanza que deberíamos tener en mente».
N.d. l. T.
[1] La agricultura de la que se habla en el texto original es la que se emplea, en su mayoría, para los cultivos destinados a la alimentación de los animales en la explotación ganadera.