Un informe advierte que el “no es no” es insuficiente para parar la violencia de género en los jóvenes
María José Pintor Sánchez-Ocaña 17/02/2018 |
La campaña “no es no” que ha dado un buen resultado entre la población juvenil contra la violencia de género no es, sin embargo, suficiente para ayudar a reducir el número de chicos que consideran que tienen derechos sobre las mujeres en general o novias en particular.
La Fundación Salud y Comunidad (FSC) ha presentado el informe de resultados 2016/2017 de su Observatorio Noctámbul@s, en el marco de la jornada “Violencias sexuales, espacio público y ocio nocturno”, celebrada en la sede de la Delegación del Gobierno para el Plan Nacional Sobre Drogas en Madrid.
El proyecto, iniciado por FSC en el año 2013, está financiado por el Plan Nacional sobre Drogas del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad y se enmarca en una línea de prevención y reducción de riesgos. El proyecto sitúa la perspectiva de género como eje central del análisis.
Algunas de las principales cuestiones que se destacan en este informe, tal y como se han puesto de manifiesto durante la jornada, son:
- El alcohol es la sustancia más consumida en contextos de ocio nocturno, en un porcentaje idéntico del 69%, tanto por chicas como por chicos. Tal y como señalábamos en el anterior informe, se trata de consumos mayoritariamente voluntarios por parte de las jóvenes, hecho que juega un papel importante en la culpabilización de éstas cuando sufren violencia sexual. Este hecho encontraría su explicación en un imaginario machista que relaciona el consumo de sustancias con la masculinidad y que penaliza a las mujeres que transgreden esta norma social, haciéndolas responsables de las violencias que reciben, precisamente por haber desobedecido este mandato.
- No es suficiente el “No es no”: Uno de los lemas más utilizados y difundidos para sensibilizar y combatir las violencias sexuales es el “No es no”. Sin embargo, es necesario señalar diferentes aspectos como el hecho de que esta consigna puede responsabilizar a las mujeres a manifestar su oposición frente al deseo del otro. También, hay que analizar las limitaciones que dificultan el decir “no”: los estigmas de “puta”, “estrecha” o “calientapollas” que siguen estando vigentes, al juzgar la sexualidad de las mujeres o el miedo a la integridad personal y otras cuestiones relacionadas con la inseguridad.
Frente a esto, desde el observatorio se apuesta por centrarse en el consentimiento afirmativo (“Solo sí es sí”) y entusiasta, que busca que el deseo se exprese en libertad.
- Más de la mitad de las mujeres encuestadas ha vivido alguna vez situaciones de violencia normalizada: Un 57% de las jóvenes que contestaron al cuestionario online ha sufrido al menos algunas veces algún comentario incómodo, insistencias ante una negativa de su parte o tocamientos indeseados, frente a al 4% de los chicos. Estas cifras ponen de manifiesto la alta frecuencia con la que las mujeres sufren el amplio espectro de violencias sexuales más normalizadas y legitimadas en la sociedad patriarcal. Parece ser que hay una penalización a través de la violencia sexual intrínseca hacia toda mujer que materializa su pleno derecho a ocupar los espacios de ocio.
- Los chicos tienen más dificultades que las chicas para percibir e identificar las violencias sexuales que ocurren en su entorno: De estos datos analizados se puede inferir que los chicos tienen mucho más naturalizado los comportamientos más sutiles, no visualizándolo como acciones del orden de la violencia sexual. En cambio, las chicas tienen mayor conciencia respecto a este tipo de abusos y agresiones, probablemente por haberlas sufrido ellas o alguna chica de su entorno. Dejemos de responsabilizar a las mujeres y poner más responsabilidad en los hombres.
- Agresores fantasma: Aunque se perciben y viven multitud de violencias sexuales, pocos chicos se identifican como agresores: Los “agresores fantasma”, como ya los denominábamos en el anterior informe, deben ser especialmente tenidos en cuenta en las campañas preventivas. Idear estrategias para desnormalizar estas violencias, por una parte, y promover el reconocimiento del ejercicio de las mismas, por otra, es fundamental si no queremos que la responsabilidad de la prevención recaiga en las mujeres.
- La relación entre consumo de alcohol u otras drogas y violencia sexual: La mayoría de mujeres agredidas habían consumido poco o nada, aunque un 26% señala haber consumido hasta llegar al punto de no poder reaccionar.
La mayoría de las mujeres controlarían más su consumo de sustancias en ciertos momentos y espacios, con el objetivo de tener capacidad de reacción ante posibles agresiones. Por otra parte, muchas chicas podrían ocultar su consumo para evitar la culpabilización que la sociedad imprime sobre aquellas que han “osado exponerse” voluntariamente a una situación peligrosa. Un 70% de los agresores (autores de comentarios incómodos o insistencias) aseguró haber consumido mucho alcohol u otras drogas. Y un 42% de las chicas víctimas de una violación sin fuerza (por ejemplo, por hallarse en situación de semiinconsciencia) percibieron que su agresor había consumido mucho.
- La configuración urbanística del ocio nocturno genera miedo e inseguridad en las mujeres: Tanto los horarios como la configuración social y física de los espacios de ocio, los recorridos a pie que conectan la casa con el ocio o el transporte público en la noche, no son vividos como seguros para las mujeres. Ello limita su libertad de movimiento y su derecho a la ciudad. A lo largo de nuestro estudio, comprobamos cómo éstas planean más sus itinerarios y cambian en muchas ocasiones sus recorridos, condicionadas por la percepción de miedo, particularmente en horarios nocturnos.
En 4º este informe se destaca la importancia de generar estrategias preventivas con perspectiva de género para el empoderamiento comunitario. Es fundamental que las campañas no se limiten a un cartel o a una acción puntual, sino que constituyan estrategias a largo plazo, continuadas y consolidadas, así como participativas, coordinadas entre diferentes agentes sociales y destinadas al empoderamiento de toda la comunidad frente a las violencias sexuales.
Un ejemplo de buena práctica son los protocolos y planes de actuación municipales, herramientas que nos pueden ayudar a explicar qué hacer, cómo hacer y desde qué mirada se puede hacer. Definir un plan de acción es un buen argumento para desarrollar un proceso transversal que nos ayude a implicar a todos los agentes que intervienen directa o indirectamente en las diferentes expresiones de violencia. La herramienta puede ser útil no solo para saber qué hacer, sino también para proponer bases de acciones colectivas para transformar relaciones de poder patriarcales.