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Senil, demente e incontinente: la OTAN cumple 70

Martin Sieff 14/12/2019
“La vejez”, dijo el gran presidente francés Charles De Gaulle, “es un naufragio”. Sin duda deberíamos sentirlo así con motivo de las celebraciones del 70º aniversario de la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN), la alianza y el organismo de seguridad más venerable del mundo.

Tradotto da S. Seguí
La Cumbre de Londres lo ha dejado bien claro ante todo el mundo: a sus 70 años, la OTAN se ha convertido en un chiste de dimensión global.
La OTAN no refuerza las capacidades defensivas de sus miembros frente a amenazas reales como la inmigración ilegal, las enfermedades pandémicas, la delincuencia transnacional, el tráfico de drogas y de seres humanos, ni tampoco ante la desestabilización y el desmantelamiento de las estructuras estatales en todo el mundo. Por el contrario, se ha convertido en un factor importante de destrucción de la resistencia a todas estas patologías.
La Alianza Atlántica es un simulacro, una falsificación. Ofrece una atractiva imagen de seguridad a sus Estados miembros, a la vez que los incita a derribar las defensas y los anticuerpos de sus organismos de seguridad necesarios para mantener una verdadera seguridad y soberanía.
Aquellas naciones de primer orden, como Rusia y China, que luchan con éxito por proteger su propia integridad, soberanía y seguridad son sometidas a oleadas de abusos e intentos de desestabilización. Para a continuación acusarlas de los mismos crímenes y excesos de que son culpables los principales miembros de la OTAN.
Se supone que la OTAN fue creada para proteger a las naciones de Europa Occidental de la amenaza de la Unión Soviética y también para proporcionar un marco de seguridad que uniera a las naciones de Europa Occidental e impidiera que volvieran a entrar en guerra.
Pero ya en 1962, la crisis de los misiles en Cuba convenció a De Gaulle, el mayor estratega y pensador diplomático europeo de las últimas tres generaciones, de que lo contrario era lo que sucedía realmente. De Gaulle desafió las extraordinarias presiones, muy reales, de Washington, Londres y Bruselas y sacó a Francia de la estructura de mando militar unificado de la OTAN, al tiempo que mantenía al Reino Unido fuera de la entonces pequeña pero estrechamente integrada y muy dinámica Comunidad Económica Europea de seis naciones.
Hace casi 60 años, De Gaulle ya pudo ver con claridad que, lejos de llevar la paz y la seguridad a Europa, la Alianza de la OTAN generaba miedo, desconfianza y una carrera armamentista enormemente costosa.
La reciente Cumbre de Londres, que tenía por objeto mostrar a la Alianza como la brillante piedra angular de la seguridad mundial en el siglo XXI, fracasó por el contrario de la manera más ridícula.
Lejos de ser una sabia reunión de hombres y mujeres de Estado, dignos y experimentados, parecía nada menos que la ceremonia del té del Sombrerero Loco en “Alicia en el País de las Maravillas”, en la que se ofrecía una extraña y genuinamente inquietante subversión de todos los solemnes valores que afirmaba celebrar. Es decir, un simulacro barato, de mala calidad.
Una generación de niñatos malcriados y narcisistas acicalados jugando a ser hombres y mujeres de Estado. Chillaban como niños a los que se les hubieran privado de un caramelo cuando el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, como único adulto en la sala, les dijo que no podían tener seguridad y estabilidad a menos que estuvieran dispuestos a pagar por ello.
En realidad, por supuesto, la OTAN no defiende ni protege la paz mundial en absoluto: su función es erosionar implacablemente la seguridad global y poner a las grandes naciones del Hemisferio Norte en un rumbo de colisión vertiginoso hacia una guerra termonuclear a gran escala y sin restricciones.
¿Qué más puede venir de unos recientes grandes ejercicios militares regulares llamados Anaconda, que proclaman abiertamente rodear, intimidar, intimidar y, en última instancia, aplastar a Rusia? (¡Un plan de pocas luces!)
Como una persona vieja y moribunda que ya no controla sus funciones corporales básicas, la OTAN no puede ya abstenerse de propagar violencia y excrementos a las naciones vecinas de toda su periferia.
¿Cómo es posible pensar que el derrocamiento de un gobierno estable y elegido democráticamente, en Ucrania en 2014, y su sustitución por una camarilla de gánsteres corruptos y bronquistas, apoyados por neonazis declarados, pueda mejorar las perspectivas de paz en Europa?
¿Cómo puede considerarse que la incesante intromisión de la OTAN y los Estados Unidos en una virtual colonización de un pequeño país como Georgia, tradicionalmente en la órbita de Rusia y sin recursos suficientes para ser atractivo para la explotación imperialista, traiga estabilidad en lugar de miedo, desconfianza y guerra a Eurasia?
¿Hasta qué punto han tenido éxito las aventuras de la OTAN en el derrocamiento, o el intento de derrocamiento, de gobiernos estables en Libia y Siria? ¿Cuáles fueron las consecuencias de esas horribles y falsas aventuras machistas?
El único resultado fue la propagación del extremismo islamista y la masacre de cientos de miles de personas inocentes en naciones que anteriormente habían logrado mantener esos horrores alejados de sus fronteras.
La verdad es que la OTAN, sus líderes y sus planificadores se han vuelto virulentos y locos de remate.
Los comportamientos patológicos y la demencia senil de la Alianza y sus líderes son evidentes y claros. Lejos de proteger a Occidente y de disuadir una guerra mundial, la OTAN la está haciendo inevitable al aumentar la presión y crear nuevos y peligrosos focos de inestabilidad en toda Eurasia.
A sus 75 años de antigüedad, el Tratado de Londres firmado en 1839, impulsó al Imperio Británico a la Primera Guerra Mundial y lo destruyó. La OTAN, a sus 70 años, representa un peligro aún mayor para el pueblo estadounidense.
Huir de la Alianza es la mejor esperanza para sobrevivir a los horrores que sus líderes y responsables políticos parecen estar decididos a provocar contra ellos mismos y el resto de la raza humana.