Sudán: Awadeya, esta vendedora de té que se convirtió en una figura destacada de la revolución
Ariane Lavrilleux – 14/06/2019 |
RETRATO. Awadeya Mahmoud Koko es una de los miles de sudaneses que acamparon frente al cuartel general del ejército. Se ha convertido en uno de sus iconos y principales pilares.
Editato da Fausto Giudice
No tiene su retrato en una valla publicitaria de la sentada como la estudiante e icono revolucionaria Alaa Salah, pero todo el mundo sabe dónde encontrarla. «Cerca de la primera tienda sobre la acera, justo después del pórtico de registro», señala un joven que vende falafels, cerca de un montón de bloques de hormigón y alambre de púas que forman una barricada. En un trozo de la acera, unas esteras y una lona delimitan el cuartel general de Awadeya Mahmoud Koko, instalada desde hace más un mes, a la entrada del plantón que derrocó al dictador Omar al-Bashir, en el poder desde 1989
«Conocí leones determinados… »
«El primer día de la sentada, no conocí seres humanos, sino verdaderos leones determinados más que nunca a obtener sus derechos. Supe de inmediato que necesitaban mi ayuda. Durante los primeros once días, me quedé día y noche para hacer té, café y zalabeya (bolas de rosquillas dulces) porque los revolucionarios no tenían nada que beber ni comer», dice Awadeya Mahmoud, envuelta en su thobe esmeralda, un vestido tradicional que envuelve el cuerpo. «¡Deprisa! ¡Deprisa! ¡Toma el otro recipiente, éste es para freír! » vocifera desde su silla de plástico, tratando de cubrir el eco de los eslóganes y el ruido de la chatarra convertida en percusión. Esta es la hora pico antes de la ruptura del ayuno del Ramadán. Miles de sudaneses de Jartum y sus alrededores se dirigen hacia el centro de la capital, «el qyada el ama» (el cuartel general) transformado en gran campamento de organizaciones políticas, sindicales y ciudadanas.
A la cabeza de la más grande cocina de la sentada, Awadeya Mahmoud supervisa la producción de 5 000 comidas de iftar (comida de la ruptura del ayuno al ponerse el sol) que se distribuirán gratuitamente en el lugar. Alimentar a los manifestantes, debilitados por el ayuno y el calor aplastante del mes de mayo, se ha vuelto crucial para mantener la movilización. Sobre todo porque el consejo militar de transición obstaculiza las negociaciones con la oposición civil apostando a un agotamiento de las fuerzas revolucionarias. Awadeya Mahmoud sólo deja su puesto de mando tan solo unas pocas horas de la noche para regresar a su casa en tierra batida de un barrio popular de Jartum. Incluso convenció a su marido apolítico, inicialmente escéptico, de la necesidad de «venir a ayudar a los manifestantes por todos los medios, incluso los más sencillos como el canto». Finalmente él se involucró con los grupos que gritaban una y otra vez: « ¡Abajo el régimen militar! ¡Aún no se ha caído! Déjalo caer, eso es todo». A sus 56 años, Awadeya Mahmoud Koko está convencida de que su obstinación sigue siendo la mejor arma para desafiar a uno de los estados policiales más represivos del mundo.
En guerra contra la «kasha», el acoso policial
Nacida en las montañas nubias, era una niña cuando estalló la primera guerra civil en su región natal de Kordofán del Sur (1955-1972) y su familia decidió establecerse en Jartum. Las primeras manifestaciones en las que participó condujeron a la revolución de 1985 y a la caída del tirano de la época (Gaafar Nimeiry). Después de este incruento golpe de estado, la economía del país se desarticuló. Awadeya, recien casada, regresa a las calles de la capital, pero esta vez para poder nutrir a su nueva familia. Armada con taburetes, vasos y tetera, comienza en las calles de la capital «el trabajo más sencillo y que requiere la menor inversión». Esto sin contar con los servicios de seguridad y su obsesión por el control del espacio público, que aumentó con la toma de control de al-Bashir en 1989. « Organizaron redadas regularmente y se apoderaron de mis utensilios. Cuando intenté recuperarlos, me hicieron pagar multas», explica Awadeya con calma. «La Kasha era nuestro principal problema», añade para definir esta opresión policial, retomando la palabra que designaba en su infancia a las campañas de repatriación forzosa de los sudaneses hacia sus zonas rurales de origen, en un contexto de prejuicios racistas*.
A medida que los precios y la pobreza se disparan, la expresión «set el chey» (literalmente «mujer del té» en árabe) se convierte en algo común, al tiempo que adquiere una connotación desvalorizante a los ojos de la mayoría conservadora de los sudaneses. Víctimas de humillaciones públicas y palizas por parte de la policía, su destino despierta poca emoción».« Ninguno de los sindicatos de trabajadores los defendía, porque estaban más interesados en trabajar con el gobierno que en llevar la voz del pueblo, así que decidí hacerlo yo», dice Awadeya Mahmoud. Así nació la primera cooperativa de mujeres vendedoras de alimentos y té en Jartum. Además del apoyo legal ofrecido a sus miembros, no duda en invitarse a las oficinas de las autoridades locales para recuperar sus herramientas de trabajo: «Cuando me veían llegar como presidenta de la Unión de Mujeres, ganaba mi causa», afirma.
Cuatro años de prisión
Mientras que su cooperativa se expande sus negocios en cambio van mal. Fuertemente endeudada tras intentar diversificar sus actividades invirtiendo en tuk-tuk, es condenada a cuatro años de prisión en 2007. El Código penal sudanés (en parte heredado del código colonial establecido por el ex ocupante británico) establece en su artículo 243 que las personas endeudadas pueden ser encarceladas si no consiguen pagar a su acreedor. La cárcel no frena en absoluto sus ardores de activista. Detrás de las rejas, abre una tienda tanto para ayudar a sus compañeras como para matar el tiempo.
Liberada pero obligada a vender su casa para pagar sus deudas, vuelve al centro de la escena. En 2013, se convirtió en la presidenta de la Unión polivalente de cooperativas de mujeres en el estado de Jartum (Multi-purpose Cooperative Union for Women in Khartoum State). Tres centros fueron creados en la capital, así como en sus dos ciudades vecinas Omdurman y Bahri. Esta nueva unión que inicialmente agrupaba a 13 asociaciones, ahora reúne 20, con cerca de 27.000 miembros, según las estadísticas de Awadeya Mahmoud. Más allá del apoyo sororal, estos centros ofrecen cursos de cocina, de fabricación de queso o de mecánica automotriz. «Queremos que las mujeres adquieran otras habilidades además del servicio de té; tenemos hijos que han estudiado en la universidad, nos pueden transmitir sus conocimientos y así desarrollar el país, a diferencia de Omar al-Bashir, que dejó el país estancado durante tres décadas», explica Faïza Abdallah, de 45 años, una de las primeras miembros de la Unión y apoyo de Awadeya Mahmoud. Su éxito se remonta hasta los oídos del Secretario de Estado usamericano de Barack Obama, John Kerry, quien le entregó en 2016 el premio de la« Mujer coraje».
« Me llaman la madre de la revolución»
« ¡Es mi madre! La admiro, porque incluso viene enferma para ayudar a nuestra Revolución», dice Nesr el Din Terab, un joven jornalero que atravesó la ciudad y el Nilo para tomar a su turno como guardia de seguridad en la entrada. Los hijos biológicos de Awadeya Mahmoud excavan las minas lejos de Jartum, pero aquí «todo el mundo me llama la madre de la revolución, o a veces la madre de las Candaces» en referencia al apodo de las reinas nubias del Reino de Kush. Esta madre de cuatro hijos, que tuvo que renunciar a comprar medicamentos demasiado costosos para ella, logró en pocos días recaudar casi 14.000 libras sudanesas (280 dólares) a través de su Unión de Mujeres. Una suma casi diez veces superior al salario de un empleado que alimentará el fondo de la sentada gestionado por la Asociación de Profesionales Sudaneses (SPA), que ha estado a la vanguardia de la protesta desde diciembre de 2018.
Abogando la causa de las trabajadoras
También miembro de pleno derecho de la SPA, Awadeya Mahmoud tiene la intención de abogar por la causa de las trabajadoras de la calle en el seno mismo de las futuras instancias del régimen: «Quiero una silla sea en el gobierno civil, o en el parlamento, con el objetivo de estar lo más cerca posible de los órganos de toma de decisiones y asegurarme que las mujeres obtienen sus derechos.». Su primera medida será suprimir el famoso artículo 243 que la arrojó en la cárcel junto a miles de otras mujeres. La lista de futuros nombramientos sigue siendo objeto de intensas negociaciones a puerta cerrada. Un dirigente de la SPA no obstante confió que una primera lista incluya tan solo «un 40% de mujeres ministras, lo que lamentablemente refleja una falta de voluntad política».
Mientras que las sudanesas estaban en primera línea, a veces incluso la mayoría de las manifestaciones de estos cinco últimos meses, su participación política no parece adquirida para todos. «Soy optimista, porque a diferencia de la revolución de 1985, esta vez todo el Sudán está movilizado. El futuro presidente no tendrá más remedio que ser justo con las mujeres y los hombres”, quiere creer Awadeya Mahmoud lanzando un pedazo de su velo detrás de sus hombros. Durante la sentada, los ataques mortales de manifestantes el 13 de mayo pasado por las fuerzas de seguridad han devastado las esperanzas de una transición totalmente pacífica y rápida. Con dos revoluciones en su activo, Awadeya quiere tranquilizar a los pesimistas. Para ella, hay un signo que no engaña: la famosa «kasha» policial, que había sobrevivido a través de los regímenes, desapareció de las calles de Jartum desde el comienzo de la revolución. El signo de una nueva era sin vuelta atrás posible.
* Jok Madut Jok en su libro « Sudan. Race, religion and violence » (Sudan. Raza, religión y violencia)