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La pesadilla de presenciar uno de los crímenes de ETA

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ 10 MAR 2019
La testigo principal del tiro en la nuca que la banda terrorista descerrajó en 1992 al profesor Broseta vuelve al lugar del crimen.

Ana P. R., economista de 50 años, retiene imágenes que jamás se olvidan. Un mal sueño del que ha heredado un tic que con el tiempo va superando: cuando sale a la calle no puede evitar mirar hacia atrás. Le pone nerviosa sentir que alguien camina pegado a ella. El 15 de enero de 1992, la banda terrorista ETA asesinó en Valencia al catedrático y consejero de Estado Manuel Broseta. Ana tenía entonces 24 años e iba con los apuntes a su facultad, hacia las 10.20. Lo vio todo. La sevicia del tiro en la nuca. Ahora vuelve al lugar de los hechos.
El azar de estar allí a esa hora, a solo tres metros de una pareja de terroristas en plena acción, ha provocado angustias y muchos disgustos a Ana. 26 años después, ha accedido a acompañar a EL PAÍS hasta el monolito que Valencia erigió en honor de Broseta en los jardines de la avenida de Blasco Ibáñez, en el mismo lugar en que le mataron. Ella vive cerca, pero nunca ha querido volver a ese sitio.
El azar de estar allí justo a esa hora, a solo tres metros de distancia de una pareja de terroristas en plena acción, ha provocado angustias y disgustos a Ana
Segundos después del fulminante disparo, Ana sintió peligrar su vida. Los dos terroristas y ella huyeron en la misma dirección y tuvo un encontronazo con ellos. Estaba aturdida tras ver caer a plomo al profesor. Fue escalofriante, el terrorista se detuvo, extendió el brazo y le disparó en la nuca. “Intuitivamente corrí de allí hacia la derecha, pues a la izquierda había setos y no se podía pasar, y de frente no podía ir porque en el suelo estaba el cuerpo del profesor con el rostro envuelto en sangre… Y me vi atrapada entre los cuerpos de los terroristas, que huían a paso ligero”, describe. “Quisimos pasar los tres a la vez por el hueco entre un coche y un árbol, y no cabíamos… Aún salía humo del cañón, estaba aterrorizada”. Hasta que la terrorista le gritó: “¡Al suelo…!”. Ellos iban hacia un coche-bomba de ETA que les esperaba a unos 200 metros de distancia, cargado de explosivos.
Atrás, en el suelo y bocabajo, yacía uno de los padres del estatuto valenciano y de leyes estatales de armonización entre autonomías. En ese momento, Broseta era consejero de Estado, y el PP acababa de tentarle para ocupar un puesto relevante en la Comunidad Valenciana.
LA NO PROTECCIÓN DE LA TESTIGO
Ana ha denunciado el grave error de que, pese a ser testigo protegido, le llamaran en voz alta delante de todos los asistentes al juicio. Solicitó una indemnización de 50.000 euros al Ministerio de Justicia. Pero le han denegado la demanda alegando que fue tratada de acuerdo con el nivel de protección que se le otorgó, y que consistió en bajar las persianas de la jaula de los acusados para que estos no vieran su cara. Su reclamación ha sido desestimada, puede recurrir, pero prefiere dejarlo ahí. “Lo hice para que estas cosas no sucedan a nadie más, pero no tengo ganas de estar años y años de juicio. Prefiero pasar página. Bastante llevo pasado ya”.
El crimen conmocionó a España. Y especialmente a Ana P. R. Estar allí —”entonces colaboré con la justicia y hoy volvería a hacer lo mismo”, dice— la convirtió en la principal testigo de cargo de los dos juicios celebrados en la Audiencia Nacional, en 2003 y en 2015, por el asesinato de Broseta. En el primero, se sentaron en el banquillo como autores intelectuales tres de los terroristas más sanguinarios de la ETA de los noventa, entre ellos, el que fuera jefe del aparato militar, Francisco Múgica Garmendia, alias Paquito. “Allí estaban los jefes de ETA, viéndome, y yo como testigo principal”, señala Ana. Fueron condenados a 60 años de cárcel, pero no como ejecutores directos.
El 20 de febrero de 2015, Ana tuvo que volver de nuevo a la Audiencia Nacional para un segundo juicio, esta vez contra los terroristas cuya huida se suponía que ella entorpeció. “Al llegar a la sala, allí estaban los acusados y amigos suyos llegados del País Vasco. Pedí al tribunal ser testigo protegido; y se me concedió protección. Pero cuál fue mi sorpresa cuando, unos segundos después, me llamaron a declarar en voz alta delante de todo el público y con mi nombre y apellidos”, se lamenta. Recientemente, demandó al Estado por daños y perjuicios. Sin éxito.
Ana asegura que las dos personas que ella vio en la jaula durante el segundo juicio —el habitáculo acristalado donde son hallan los acusados— “no eran los terroristas que yo vi aquel día”. Afirma que los acusados Goñi Narváez y su esposa Itziar, extraditados tras 22 años huidos, no eran la pareja que ella vio el fatídico 15 de enero de 1992. “El día del asesinato la policía me enseñó un álbum de fotos e identifiqué a José Luis Urrusolo Sistiaga y a la tigresa, Idoia López Riaño. Pero luego me dijeron que no eran ellos; yo no entendía nada…”. Lo cierto es que los absolvieron por falta de pruebas. Es uno de los atentados de ETA no resueltos. 
“Quisimos pasar los tres a la vez por el hueco entre un coche y un árbol, y no cabíamos… Aún salía humo del cañón, yo estaba aterrorizada”
Ana era una testigo clave de la fiscalía. “Al decirle yo al fiscal que la pareja de terroristas que vi era la de Urrusolo y la tigresa, me dijo que no, que estaba equivocada”, que “Urrusolo estaba en Barcelona” en ese momento. “También se lo comenté a mi abogado, pero me aconsejó que era mejor no meterme en líos, y que si no me preguntaban, que me callara”.
— ¿Y en el juicio no le preguntaron si los acusados eran las personas que vio en los jardines?
— No, me pidieron que describiera lo que pasó, y eso hice.
[Casi todos los terroristas que se mencionan en este reportaje se hallan en la actualidad en libertad tras haber cumplido fuertes penas de cárcel por este y otros atentados, y varios de ellos han mostrado arrepentimiento por sus actos y viven alejados de la banda].
El cuerpo sin vida del profesor Broseta, tras ser asesinado por ETA, el 15 de enero de 1992 en Valencia.JUAN CARLOS CÁRDENAS EFE
“El terrorista me miró y yo a él”
Ana reside en la zona universitaria, no muy lejos del lugar del crimen. Aun se acuerda de la mirada que le lanzó el terrorista: “Al salir la pareja del jardín y antes de colocarse detrás del profesor, el hombre se quedó mirándome, como preguntándose que quién era yo, o qué hacía allí… Yo también lo miré a él”.
Los asesinos caminaban casi codo con codo y paso decidido. La chica iba con la cabeza agachada y tenía el pelo negro y rizado. “Me adelantaron y se pusieron justo detrás del profesor; al principio pensé que le iban a dar un susto… Pero él sacó una pistola, se paró y…”, evoca. Otra imagen que tampoco olvida Ana es cuando, aun tumbada en el suelo y moviéndose a gatas tras la orden recibida, vio a un perro callejero merodeando el cadáver del profesor y en medio de un gran charco de sangre. “¡Por favor, apartad a ese perro!”, gritó a los primeros transeúntes que acudieron al lugar. La policía ya estaba en camino.