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Los nueve eslabones del tráfico de inmigrantes

LUCAS DE LA CAL Y TAREK ANANOU 12 AGO. 2018
El viento del Estrecho empieza a pegar con fuerza, mitigando el calor.

Al horizonte, una espesa niebla apenas deja vislumbrar la punta de Tarifa. En ese momento, a media tarde, una balsa hinchable con ocho personas está a punto de arribar a la costa andaluza. A 14 kilómetros de allí, el camerunés Fabrice apura los últimos tragos al té negro desde una terraza encima del paseo marítimo de Tánger. El bar aún conserva en la pared el escudo franquista de la época en la que esta novelada ciudad del norte de Marruecos formaba parte del protectorado español (1912-1956). «Me avergüenzo un poco de mi trabajo. Pero, de momento, no ha muerto ninguno de los blacks que hemos enviado a Europa. Si ocurre, no me lo perdonaré en la vida».

Fabrice ha intentado salir cuatro veces en patera. Sin suerte. La policía marroquí siempre interceptaba a su grupo nada más pisar la playa. «Si eres un inmigrante que llevas algunos meses en Tánger y te conocen dentro de tu comunidad, tienes dos opciones para este verano: o cruzas a Europa en patera o ahorras dinero trabajando para las mafias de tráfico de personas». El camerunés escogió la segunda opción. Con las mafias del Estrecho ocurre lo mismo que en España con las cifras del paro en verano: hay tantos inmigrantes que quieren ir a Europa que los traficantes necesitan más personal para organizar las salidas en pateras.
El nuevo papel de Fabrice es encargarse del «almacenamiento y relaciones públicas». Guarda en su casa el material (las barcas, el hinchador y los remos) y busca a los pasajeros del convoy que cruzarán El Estrecho. Él es sólo el cuarto eslabón de una red que trafica con hombres y mujeres en ambas orillas del Mediterráneo y que tiene su epicentro en la ciudad que hoy albergará la final de la Supercopa de España entre el Barcelona y el Sevilla. Los datos más recientes, y aproximados, los encontramos en el último informe deNaciones Unidas (2016): estas redes mueven más de 7.000 millones de euros.
Ésta es la radiografía nunca hecha de una mafia con los tentáculos demasiado largos. Un cara a cara durante una semana con los protagonistas. Empezando por los jefes que dirigen una organización que comienza en los países de origen y va hasta Francia. Y terminando con las mayores víctimas, siempre ellas, las mujeres subsaharianas expuestas a la trata. Los proxenetas las utilizan a cambio de prometerles una plaza en alguna patera. Incluso hay dos casas en Tánger, gestionadas por dos madames, donde menores de edad venden su cuerpo por unos pocos dirhams (moneda marroquí).
En la cadena del tráfico de inmigrantes también entran los temidos prestamistas, hombres que facilitan el dinero a sus compatriotas para poder salir en patera a cambio de una devolución con intereses. Luego están los que compran el material y los que lo guardan; los que facilitan las viviendas donde esperan los inmigrantes antes de partir y los que guían hasta el punto exacto de la playa desde donde saldrá la patera; los marroquíes que hacen de taxistas y los vigilantes armados que procuran que todo salga según lo previsto. Y los agentes de las fuerzas auxiliares que cobran un soborno por mirar hacia otro lado. Y ahora están de suerte porque la oferta y la demanda no dejan de crecer. «Todos quieren salir este verano», repiten una y otra vez los eslabones de la mafia.
I. Los capos: son nigerianos y cameruneses. Te aseguran un viaje hasta Francia, el destino final
A 10 kilómetros del centro de Tánger, en los alrededores de la carretera que va hasta el aeropuerto de Ibn Battuta, hay tres barrios transformados desde hace años en las últimas paradas de las rutas migratorias hacia Europa.
En Boukhalef, Mesnana y Branes miles de subsaharianos llegan y se van con la misma premura que la idea que los ha llevado hasta allí. Los barrios están controlados por los jefes de las redes de tráfico de inmigrantes, pequeños grupos de nigerianos y cameruneses afincados desde hace años en el norte de Marruecos. Cuentan con base en ambas orillas. Tienen a personas en los pasos de Nigeria, Níger o Argelia para desviar a los inmigrantes por Marruecos y evitar que cojan la ruta de Libia.
Los que están en el reino alauí se encargan de todo lo necesario para que sigan saliendo pateras. Y sus enlaces en la Península procuran que el viaje de los inmigrantes no acabe en España, sino en su destino final: Francia.
«Los jefes captan muchas veces a la gente directamente en sus países, en zonas de Guinea o Senegal donde hay más necesidad. Buscan personas que tengan una familia detrás que pueda costearles el viaje completo, hasta 10.000 euros. Después les organizan toda la ruta y les dan documentación falsa. Cuando por fin logran llegar en patera a España, otros miembros de la mafia les esperan en la salida de los centros de acogida para llevarles hasta Francia», explica un joven nigeriano llamado Theo, que ha trabajado para estas redes.
Aunque recuerda que este método, que es el que más beneficios les proporciona, no es el más habitual porque la mayoría de los inmigrantes no cuentan con ese dinero para costearse todo el viaje. «Tengo varios amigos que se han ido endeudando por el camino y les han acabado matado por no devolver el dinero», sentencia Theo.
La semana pasada, la Policía Nacional, en una operación conjunta con Europol, desarticuló una organización dedicada al tráfico de los inmigrantes que llegaban en pateras hasta Andalucía. Seis subsaharianos fueron detenidos en Guipúzcoa y Madrid. «Casi todo su aparato estaba montado en el País Vasco. Tenían pactos con los inmigrantes que cruzaban para llevarlos hasta Francia», explican fuentes policiales, que advierten que con la llegada masiva de inmigrantes a nuestras costas están creciendo las redes de tráfico de personas. «Especialmente delicado es el tema de las mujeres subsaharianas. Algunas desaparecen de los centros y las encontramos meses después en alguna operación contra la trata en algún club de alterne».
Los servicios de inteligencia de Marruecos también han puesto su foco en combatir a estas mafias. Después de que Rabat exigiera a la Comisión Europea más de 60 millones de euros para blindar con más medios sus fronteras, la idea ahora es crear una especie de barrera de seguridad en los enclaves donde se concentra la migración subsahariana. «Hay tanta desesperación que van a seguir saliendo. No tienen otra idea en la cabeza. Tenemos que ir a por los hombres que los utilizan y les ponen los medios para salir a Europa», señalaban hace unos días fuentes del Ministerio del Interior del reino alauí. En los siete primeros meses del año ya han llegado irregularmente a España más de 26.000 personas.
II. Los prestamistas: son liberianos.Si no pagas, te torturan
Pierre, de Camerún, saca el móvil para enseñar la foto de un amigo suyo. «Es un garantía». Hace un par de semanas le rajaron la cabeza y los brazos. El deudor no volvió a dar señales de vida después de decir que no tenía cómo devolver el dinero, que en España no tenía forma de trabajar y saldar su deuda. Pierre pone nombre a uno de los eslabones que más están ganando con el auge de pateras este verano: los prestamistas.
La mayoría son liberianos que funcionan con un «sistema de garantía». Dan un tiempo a la persona que cruza a España para que le devuelva el dinero con intereses. Para asegurarse de ello, se quedan como garantía a un amigo o familiar del inmigrante. Si su amigo no paga, lo torturan.
Los prestamistas consiguen grandes cantidades de dinero gracias a la venta de droga (cocaína y heroína). También es fácil encontrarles por las calles de Tánger vendiendo móviles robados o cualquier objeto de segunda mano. «A algunas mujeres las ponen a prostituirse a cambio de facilitarlas la salida en patera», cuenta una joven que trabaja como voluntaria en una asociación de la ciudad. «Estos tipos no quieren salir. No les interesa. Viven mejor aquí que si van a Europa», sentencia.
III. Los conseguidores: viajan entre Nador y Tánger para abastecer de pateras, chalecos salvavidas, remos
Cada semana, un grupo de subsaharianos coge el autobús en Tánger en dirección a la ciudad de Nador (400 kilómetros), en la otra punta del norte de Marruecos, a escasos 16 kilómetros de la frontera con Melilla. Los bosques que rodean esta región son otro de los puntos donde se concentra la inmigración subsahariana que sale hacia la Península por el Mar de Alborán. La mayoría vienen de Guinea Conacy, Mali y Costa de Marfil. Estos últimos días no dejan de llegar noticias de las redadas que están haciendo las fuerzas auxiliares marroquíes en los campamentos de tiendas y mantas donde viven los inmigrantes.
«Nos están quemando nuestras casas y empujando a lanzarnos al mar», denuncian varios jóvenes desde la aldea de Taourirt, punto de encuentro entre las ciudades de Nador y Selouane. En los alrededores están los 30 pequeños asentamientos donde viven. Desde las playas cercanas a la ciudad autónoma, como la de Kariat Arkmane, están saliendo a diario muchas pateras, gran parte son lanchas neumáticas con un viejo motor de un barco de pesca, en las que la plaza cuesta entre 800 y 1.500 euros.
Sin embargo, los chicos que viajan allí desde Tánger lo hacen con otro propósito. Van en busca de una toy (como llaman a la patera hinchable). Allí las encuentran en las tiendas más baratas que en el resto de Marruecos, por 3.500 dirhams (350 euros). «Es el precio por ser negro y porque el vendedor sabe para qué la queremos. Si va a comprar un blanco sale mucho más barato», dicen los conseguidores, que envuelven la toy en una manta y la meten en el maletero de otro autobús que les lleva de vuelta a Tánger. En el antiguo protectorado español, en dos tiendas de náutica en los alrededores de la Medina, compran el resto del material: remos, chalecos salvavidas, el hinchador para la barca y la cazuela para achicar el agua.
IV. Los ‘convoyeros’: como responsables del convoy, se ocupan del almacenamiento y relaciones públicas. El precio por persona: 365 euros
Fabrice, el camerunés encargado de guardar el material en su casa, vive en un apartamento en el barrio de Boukhalef. Es mediodía, y desde el descampado que hay que cruzar antes de llegar se ve a lo lejos el estadio Ibn Battuta, donde esta noche se celebrará el partido de la Supercopa de España.
En la casa de Fabrice también están otros cuatro chicos. Todos salieron de Camerún. Uno de ellos, el que tiene escrito la palabra «rastafari» en el brazo y una actitud más desconfiada, duerme en una de las habitaciones con dos mujeres. Fabrice saca la balsa que le acaban de traer desde Nador. Es amarilla, de la marca Intex, y en las instrucciones pone que como máximo entran cuatro personas. Aunque en realidad se meten siete. Todas las plazas ya están ocupadas. El coste a pagar por persona es de 4.000 dirhams (365 euros). También hay balsas para tres en las que se meten cinco por 3.200 dirhams (288 euros); la de siete plazas, en la que siempre van 12, vale 7.000 (631 euros).
«Almaceno el material en mi casa, alojo a los viajeros y organizo la logística de los convoys. Así me gano un puñado de dirhams. Es la única forma que tengo de mantener a mi familia», afirma Fabrice mientras accede a que el fotógrafo retrate todo el material.
A su lado, sentado en uno de los sofás del salón, está Papi, el mayor de todos. Se pone uno de los chalecos salvavidas y pide una foto. Ha perdido la cuenta de las veces que ha intentado cruzar El Estrecho sin éxito. Pero confiesa que se seguirá lanzando al mar: «Si muero buscando la libertad, mi cuerpo será alimento para los peces pero mi corazón será eterno». Hace mes y medio, en otro apartamento del mismo barrio, Papi relataba la cruel realidad a la que se enfrentan a diario: «La gente está muy desesperada por llegar a salvo a Europa. El mar es duro y conocemos historias de personas que, ante el miedo que les genera verse rodeados de agua, piensan que deben sacrificar su alma a cambio de sobrevivir. El otro día una mujer lanzó al mar a su bebé de pocos meses, como sacrificio, mientras iba en una patera. Y también un amigo desapareció de una barca hinchable que rescató Salvamento Marítimo. Estaban todos excepto él. Nos dicen que le obligaron a tirarse de la barca porque se hundía y era el que más pesaba».
Otro de los chicos habla de lo duro que es salir de Marruecos para los que han hecho todo el viaje migratorio con sus familias. «Necesito encontrar una patera con tres plazas y eso es complicado. Si en 20 días no lo consigo, envío a mi mujer e hijo solos y ya luego me busco la vida», confiesa. «Espero que la salida de este verano sea la última vez que vea una playa. Juro que si llego a Europa jamás volveré a pisar la arena», sentencia otro camerunés.
La mañana pasa despacio, recordando anécdotas, hablando de música y fútbol. Los chicos preguntan por qué juegan en Tánger la Supercopa de España, si Messi va a jugar el partido de hoy… También hablan del salto a la valla de Ceuta el 27 de julio, cuando 602 personas lograron cruzar a la ciudad autónoma. «Los leones que han saltado la valla han entendido que debían dejar de lado los celos y peleas, se unieron y consiguieron su libertad. Aunque muchas veces los babilone (como llaman a los europeos) nos traten como tontos, no lo somos, también sabemos planificar», aseveran refiriéndose a los métodos que sus amigos usaron (radiales, botes de cal y sprays a modo de lanzallamas) para entrar en la ciudad autónoma.
V. Los okupapisos: Son los subsaharianos que entran en casas abandonadas, cambian las cerraduras y alquilan los pisos por días a los inmigrantes que llegan a Tánger a la espera de ser embarcados
El barrio de Boukhalef, donde vive Fabrice, fue levantado en 2008 como una promoción de viviendas de protección oficial para familias marroquíes con pocos recursos. Muchas de ellas nunca fueron habitadas. Y el paso del tiempo provocó su deterioro. Eso llevó a que algunos subsaharianos que llegaban al norte de Marruecos entraran en esos apartamentos y los ocuparan. Los inquilinos llegaban y se iban (en patera a España) constantemente. Lo que dio la idea a las mafias de empezar a cambiar las cerraduras y realquilar los apartamentos a sus compatriotas.
También, en el barrio colindante de Mesnana, son los propios vecinos autóctonos marroquíes los que alquilan pisos de poco más de 70 m2 en los que llegan a dormir hasta 10 subsaharianos. Por persona suelen pagar 200 dirhams (20 euros) al mes. Las azoteas también sirven a los convoyeros para guardar las barcas hinchables con las que se lanzan al Estrecho.
VI. Los guías: Se ocupan de la logística de la salida al mar, ruta a seguir, punto de encuentro e instrucciones
De una habitación dentro de una chabola en lo alto del barrio de Mesnana, sale un joven y delgado camerunés al que llaman el guía. Cuenta que ha llegado a cruzar hasta Ceuta, pero que para sus bolsillos es más rentable permanecer en Tánger. Seguramente sea el eslabón más útil para los jefes de las mafias. Se encarga de preparar toda la logística de la salida al mar: reunir el material y a los inmigrantes, fijar los puntos de las playas desde donde saldrán las pateras, buscar los transportistas que llevan a los hombres y mujeres hasta esos puntos…
«La noche antes de salir reúno en un piso a todos los que van a ir en la patera. Les entrego el material y les doy las indicaciones que necesitan, como que deben avisar a Salvamento Marítimo nada más llegar a aguas españolas», cuenta el guía. Su paga es de unos 7.000 dirhams (631 euros) dependiendo del tamaño de la embarcación en la que salen. Hace unas semanas, Crónica intentó cubrir la salida de una de las pateras dirigidas por este guía. Pedía 300 euros por hacer todo el recorrido con ellos. «Nadie os va a dejar hacerlo gratis. Es gente peligrosa la que está detrás y nadie se la va a jugar a que grabéis sin sacar nada a cambio», manifestaba. Nunca hubo ningún trato.
VII. El ‘taxi-mafia’: transportan a los inmigrantes a la playa en furgonetas o coches viejos y pequeños
Mientras que los subsaharianos se preparan mentalmente para jugarse la vida en el mar, es el guía el encargado de llamar al conductor que va a llevar a los inmigrantes a la playa. Les llaman los mafia-taxi. Son marroquíes que los transportan en furgonetas o coches viejos y pequeños. Los puntos donde terminan la ruta son las pequeñas calas que rodean el cabo Spartel o las playas de Castillejos, Rincón o Alcazarquivir.
VIII. Los ‘mejaznis’: policías marroquíes encargados de evitar que los subsaharianos lleguen a las playas, y a los que pagan por hacer la vista gorda
Los subsaharianos cuentan que dentro del organigrama de las redes también entran algunos policías marroquíes, a los que pagan para que miren a otro lado. En realidad se refieren a los Mejaznis, las fuerzas auxiliares de Marruecos encargadas de evitar que los subsaharianos lleguen a las playas.
«Ahora, después de que Europa acusara a Marruecos de estar levantando la mano, nos están haciendo redadas todo el tiempo en nuestros barrios. Saben cuáles son los edificios y pisos patera donde los blacks tienen material para embarcar y dinero guardado. Después te cogen y te meten en un autobús que, supuestamente, baja hasta Tiznit (sur de Marruecos), pero allí están desbordados y en muchos casos te sueltan a no más de 100 kilómetros de Tánger», cuentan los subsaharianos que siguen en sus móviles las noticias sobre la crisis migratoria.
«A otros les quitan los teléfonos y el material para salir (patera y remos) y después piden dinero para devolverlo. Son policías que cobran muy poco al mes y con esto se sacan un buen sobresueldo». Fuentes policiales de Tánger han reconocido que, en lo que llevamos de agosto han sido expulsados entre 1.200 y 1.500 subsaharianos a otras regiones del país. «Estamos hartos del racismo que sufrimos en Marruecos. En Europa hay libertad. Si en Marruecos tuviese la posibilidad de trabajar y vivir tranquilo, me quedaba, pero nos miran mal, nos roban…», dice un joven guineano. «Hace un mes a mi hermano lo apuñalaron para robarle un teléfono de 30 euros, saben que no les podemos denunciar».
IX.Los vigilantes: jóvenes lugareños que a pie de playa avisan si viene la Policía. Van armados con cuchillos
Hace unas semanas, una chica española que vive en Tánger contaba la situación que vivió un sábado de playa cuando un grupo de subsaharianos aparecieron corriendo para cruzar en una barca hinchable. «Había un montón de gente bañándose y se acercaron unos chavales con un cuchillo diciéndonos que no se les ocurriera hacer fotos». Son los vigilantes, el último eslabón de la cadena, marroquíes que esperan en la playa. Llevan cuchillos y su misión es avisar si viene la Policía y evitar que otros subsaharianos que no han pagado se suban a la embarcación.