General

¡Adelante, MeToo!

SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ 18 FEB 2018
Sería una excelente noticia que el movimiento de reivindicación feminista MeToo siguiera en pie hasta que cambien conductas muy extendidas entre la población masculina, que suponen un abuso contra el principio democrático de la igualdad.

Y estaría muy bien que los hombres lo entendieran, sin escandalizarse tanto. MeToo es un gran avance democrático, no una amenaza contra los derechos civiles. ¿A qué viene tanta indignación? ¿Se pueden producir algunos excesos? Seguramente. ¿Es eso bueno? No. Intentemos, juntos, evitarlos.

¿Quita eso valor al movimiento de denuncia de conductas abusivas, mantenidas en silencio o consideradas inevitables? En absoluto. Si el movimiento MeToo consigue acabar con esas conductas se habrá avanzado en la lucha por los derechos humanos y la igualdad.

El sensacionalismo consiste en distorsionar la realidad, colocando el acento no en lo importante, sino en aspectos secundarios que pueden despertar más emociones. Lo importante es que los delitos de violación y los abusos sexuales, que la mayoría de hombres y mujeres considera repugnantes, quedan, sin embargo, impunes en buena parte del mundo, bien porque no se denuncian, bien porque el sistema legal no le concede la atención necesaria.


Lo importante es que los sistemas legales, incluso en países avanzados democráticamente, no prestan suficiente atención al acoso sexual. Un hombre que se masturbe delante de una empleada o alumna, en el caso de que se denuncie y de poder probarse, está castigado, en España, con 400 euros de multa, y eso si su conducta es “reiterada”. Un estudio de Naciones Unidas entre mujeres parlamentarias de 39 países indica que el 82% de ellas se han sentido acosadas sexualmente a lo largo de su carrera. Una de cada cuatro mujeres que utiliza el transporte público en Washington sufre algún tipo de acoso sexual.

Así que el hecho de que estos casos se denuncien y originen una investigación policial obligatoria sería una excelente práctica democrática que debería universalizarse. Ningún hombre ha ido a la cárcel exclusivamente por la acusación de una mujer. Son los jueces o los jurados los que envían a los delincuentes a prisión. El temor a que la denuncia de abusos sexuales vaya a acabar con la carrera de decenas, centenares, miles de hombres talentosos y quizás solo un poco brutos, víctimas de mujeres despechadas, es absurdo.


Para empezar, no existe ninguna confusión entre abusos y hombres poco sensibles. Existe además en todo el mundo el delito de denuncia falsa que se castiga, en España, hasta con dos años de prisión. Por último, no es casualidad que la inmensa mayoría de los hombres denunciados por MeToo hayan reconocido que mantuvieron esas conductas abusivas. Una cosa es que estén prescritas legalmente y otra, que se pretenda que no provoquen rechazo social. ¿Con qué argumentos?

La exigencia de favores sexuales a cambio de conservar el trabajo, de ayudar o de no paralizar tu carrera profesional, recurrente en el mundo del espectáculo, pero también en el de las criadas, como recordaba la escritora Beatriz Sarlo, en la oficina o la universidad, no es en ningún caso una forma de prostitución, sino una coacción, que supone una grave violación del principio democrático de igualdad. No hay violencia, se alega, y las mujeres pueden decir “no”.


Sucede que en ese caso sacrifican sus carreras, sus expectativas, su vocación. ¿Si no hacen ese sacrificio son simplemente un poco putas? Eso es seguramente lo que piensan desde hace siglos muchos hombres e incluso algunas mujeres. Atreverse en una democracia a decir lo que la mayoría de la gente piensa, pero calla, no es un acto de coraje (depende de lo que piense esa mayoría, ¿no?) ni de exigencia frente a los lugares comunes, sino precisamente darles pábulo.