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Las nuevas brujas

MÁRIAM M-BASCUÑÁN 2 Dic 2017
Defender el feminismo es defender la lucha democrática. “Desde el primer momento, las manifestaciones contra mi presencia en Brasil quedaron atrapadas dentro de una fantasía”, explica Judith Butler, una de las filósofas más importantes de nuestro tiempo, al narrar el ataque sufrido desde grupos ultraconservadores del país. 
La célebre autora de El género en disputa e inspiradora del movimiento queer no fue a Brasil a hablar sobre género, aunque sus hostigadores así lo creían y querían impedirlo. Todo encaja en el marco de la posverdad, pues tampoco visitaba el país para dar una ponencia, sino en calidad de organizadora de un encuentro llamado ¿El fin de la democracia?

El violento rechazo a su visita fue una entelequia reactiva frente a lo que ella representa para el mundo ultra: un desafío hacia las formas tradicionales de autoridad que resguardaban nuestras identidades al calor de las viejas instituciones (familia, moral, nación) hoy tiritantes. Porque el ataque hacia quien coloca la pregunta por la libertad en el centro de su obra no es algo anecdótico, sino la expresión de un ubicuo movimiento reaccionario que conecta tenebrosamente con el título del encuentro.
Los extremistas no son la expresión de una ideología que define el mundo desde una visión estructurada de la sociedad. Su motor es el puro odio, como el de los mordaces seguidores que celebraban la victoria de Trump con gritos de desprecio hacia negros y musulmanes, reivindicando “recuperar” su “nación”. No existe aquí una lucha por las ideas, solo la mera polarización social traducida en nuevos ejes de conflicto, en este caso el machismo contra el feminismo, aunque este reciba, interesadamente, escasa atención.
Curiosamente, “ideología” es la palabra con la que se quiso definir al género, según la nada ingenua expresión del papa Ratzinger. Esa cuña, “ideología de género”, brinda a los ultras la oportunidad de presentarlo como una suerte de peligro moral, cuando en realidad es un proyecto que defiende los derechos democráticos vinculados con la igualdad. Por eso, defender el feminismo es defender la lucha democrática, de la misma manera que quienes lo atacan —conviene recordarlo— contribuyen a socavar la democracia misma.