General

El síndrome del cooperante: el reto de regresar a casa

30 Agosto 2016


El contraste cultural que conlleva regresar a casa provoca sentimientos de desarraigo y confusión

Horas después de despedirse de los niños peruanos malnutridos y sin escolarizar a los que había asistido durante meses en una aldea, Esperanza Márquez comparte asiento con un renacuajo quejica pegado a su móvil en el tren que le conduce desde Madrid hasta su hogar. Semejante contraste cultural es difícil de asimilar. Márquez trabaja como psicóloga en el proyecto Edúcame Primero Perú. Al igual que ella, otros cooperantes tienen que hacer frente a experiencias similares cada vez que terminan su misión y llegan a España. Así cuenta Márquez lo que siente cuando llega a Chiclana de la Frontera, en Cádiz: “Me siento desubicada. Tengo la sensación de que la gente no me entiende. Hablan de temas que no me interesan y a ellos tampoco les importa lo que yo he vivido o sentido. La peor sensación es la de aislamiento, creer que estás como en una burbuja”. El fenómeno psicológico que padecen los cooperantes cuando entran de nuevo en su país recibe el nombre de choque cultural revertido. Este tipo de shock tiene lugar al cambiar de entorno de forma brusca. Se producen entonces sentimientos de confusión, incomprensión y desarraigo al entrar en contacto con la cultura nativa. Según un informe de 2015 de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), hay 2.788 españoles cooperantes en misiones en el extranjero. El impacto del regreso puede afectarles a cualquiera de ellos. Susana Hidalgo, que lleva 15 años en departamentos de comunicación de varias ONG y, en la actualidad, trabaja para Save The Children, dibuja así el choque de retorno: “Las preocupaciones en España me parecen superficiales; no tener batería en el móvil, qué hago el fin de semana…Mientras que los problemas en los lugares de donde procedo son: se ha muerto mi familia, no tengo comida, no tengo casa». Coincide con ella el presidente de la ONG Me Importas, Jorge Merino, que vive entre Guatemala, India y España: “Me invade una sensación de extrañeza al estar en Palencia, también desubicación y cierto rechazo a determinados hábitos materiales propios de los países llamados del norte”. Otro testimonio es el de Ignacio Cuartas, voluntario durante seis meses en Bolivia con la Fundación Hombres Nuevos: “Cuando regresé pensé que la gente que me hablaba de las cosas que les preocupaban no tenían ni idea de lo que de verdad importa: la pobreza y los problemas de otros países”.En los casos más graves, el cooperante sufre una crisis existencial que puede hacer necesaria la intervención de un psiquiatra o psicólogo. Así le ocurrió tras regresar de Perú a la misionera comoniana Isabel Herrero: “El retorno fue duro. La diferencia en el modo de vida, la forma de resolver la cotidianidad, el individualismo, la falta de relaciones comunitarias, la ausencia de alguien a quien contar mis experiencias…me afectaron profundamente”.En España, organizaciones como Fundación Hombres Nuevos descuidan, sin mala fe, este aspecto. Dicha organización, por ejemplo, no efectúa test de personalidad o psicológicos a los voluntarios ni antes ni después de desarrollar sus labores en Bolivia. Su presidente, el ex obispo Nicolás Castellanos, argumenta: “Somos un proyecto de puertas abiertas. No ponemos condiciones para venir a trabajar en beneficio de los pobres en nuestro proyecto”. Sin embargo, tal y como señala desde la oficina de UNICEF España Paola Bernal, los procesos de selección son fundamentales para prevenir la aparición de trastornos psicológicos graves. “Para ser cooperante no basta la buena voluntad, se necesita capacidad para trabajar bajo presión, para vivir situaciones duras, para colaborar con gente de diferentes culturas… Las ONG deben comprobar que quien contrata posee tales aptitudes”, argumenta.Hay organismos, como Médicos Sin Fronteras (MSF), que toman varias medidas concretas para evitar este trastorno. MSF, por ejemplo, utiliza las charlas de retorno o un teléfono de emergencias disponible las 24 horas. Cuando los cooperantes finalizan su trabajo en el exterior reciben unas sesiones en España encaminadas a prevenir los síntomas que pueden padecer. Según explica la psicóloga de la unidad psicosocial Susana Val D’Espaux, esta acción se basa en el principio psicológico de que, cuando sabes que algo va a suceder, las repercusiones emocionales disminuyen.Incluso en organizaciones de grandes dimensiones, como Acción Contra el Hambre y Save The Children (en España), que cuentan con charlas y sesiones de orientación para mejorar la experiencia del regreso, hay cooperantes que aseguran no haber recibido consejos o advertencias sobre cómo lidiar con el regreso, tal vez como consecuencia de no contar con fondos suficientes para gestionar la psicología de los cientos de trabajadores con los que cuentan.Una parte de la responsabilidad de que ciertas ONG no dispongan de mecanismos para tratar el síndrome del cooperante recae sobre la propia AECID, según los expertos en cooperación consultados. Entre las competencias que tiene atribuidas se encuentra la de asegurar el cumplimiento del Estatuto del Cooperante, en el que se afirma que todos ellos tienen derecho a recibir atención psicológica cuando sea requerido.Los medios con los que cuenta la agencia estatal son, sin embargo, limitados, ya que en los últimos cinco años la partida presupuestaria dedicada a cooperación al desarrollo se ha visto reducida un 65%. La labor de cooperante es gratificante, pero conlleva dificultades y obstáculos. No es posible ser un superhéroe a tiempo completo. “Igual que ayudas en una aldea tienes que ser capaz de tomarte un café con un amigo y escuchar sus problemas”, señala Hidalgo. “Somos la herramienta más importante que tenemos”, recuerdan los psicólogos de MSF. Las ONG deben ser conscientes de que volver es un proceso tan complicado como salir de ella. Si no se hace nada, los cooperantes se sentirán igual de extranjeros en un poblado africano que en su casa.