Argentina: 14 años de la Masacre de Avellaneda, Darío y Maxi presentes
por Sergio Segura, Redacción ProMosaik América latina, 30-6-2016
Era
26 de junio de 2002, la estación de tren conocida antiguamente como
Avellaneda, nunca más tendría ese nombre, una nueva rabia del pueblo le
cambiaría el significado. Darío Santillán corría como cientos de sus
compañeros y compañeras hacia el tren para que las balas del Estado no
los alcanzaran.
26 de junio de 2002, la estación de tren conocida antiguamente como
Avellaneda, nunca más tendría ese nombre, una nueva rabia del pueblo le
cambiaría el significado. Darío Santillán corría como cientos de sus
compañeros y compañeras hacia el tren para que las balas del Estado no
los alcanzaran.
Corría con la emoción que da la lucha, corría junto a su hermano de sangre. Sin embargo se percató que otro hermano, un joven sujeto que apenas se unía al movimiento de desocupados de su provincia, yacía herido en el suelo. Darío no siguió al tren, se quedó con Maximiliano Kosteki, quería una ambulancia aunque sabía que ya estaba muriendo, quería que su cuerpo no fuera pisoteado, quería seguir resistiendo por la vida aunque encontrara la muerte.
Darío, de 21 años, es otro símbolo de los movimientos populares latinoamericanos. Una muestra de entrega como lo demostró construyendo casas y solucionando las urgencias de hambre de los empobrecidos por el poder, un ejemplo de sacrificio, como lo repiten jóvenes militantes que ven en Darío no a un difunto luchador, sino a un piquetero que prefirió la valentía antes que el miedo.
El puente Puerreydón estaba cortado, las vías institucionales agotadas y el país se sumergía en una crisis económica con culpables que tienen nombre y apellido, de nuevo los capitalistas dejaban consecuencias humanitarias mientras sus aparatos desinformativos manipulaban la opinión pública. No hubo más opciones diferentes a la acción directa, por eso siempre junio arde rojo.
Cada 25 y 26 de junio en la Estación Darío y Maxi y en el Puente Puerreydón, los relatos de la represión llenos de indignación, el teatro, los tambores, la poesía, la música, la vigilia, el mate y los recuerdos, agitan los corazones de quienes gritan con aguante que la lucha popular es la forma de enaltecer esos cuerpos que ya no están, esos espíritus indomables de Darío y Maxi que siguen presentes en los piquetes, en las asambleas y en los abrazos a su familia que siguen buscando justicia.