General

Redefinir la situación Notas sobre la colapsología y su impacto

François Tison 30/07/2019
Hace diez años, hablar de la catástrofe global era difícil y era percibido, incluso por personas sensibles a las cuestiones ecológicas y políticas, como un extremismo.

Intentar organizarse en consecuencia era aún más incomprendido. Hoy, el problema es inverso. La proliferación de las alertas y las tesis, en particular sobre el cambio climático y la crisis de la biodiversidad, ha contribuido a difundir la consciencia de la catástrofe, pero en una confusión de los conceptos y afectos que hace nuestro presente laberíntico.

Tradotto da Cristina Santoro

Dos de esos discursos que especialmente toman en cuenta la noción de colapso, conocen un éxito significativo: el supervivencialismo [o survivalismo], que procede de los USA y se expande en Europa, considera a la catástrofe ecológica como una de las causas posibles del colapso para el cual es preciso prepararse; la colapsología populariza con fuerza un análisis de la fragilidad sistémica de nuestra civilización y privilegia los determinantes ecológicos de esta fragilidad [1]. Las conclusiones de esos dos discursos comparten la necesidad de prepararse, pero se oponen diametralmente en cuanto a la manera de hacerlo: individualista, viril, guerrera, identitaria y conservadora para los primeros; vuelta hacia la construcción en común de una resiliencia de grupo para los segundos. Survivalistas y sobre todo colapsólogos contribuyen, según mi opinión, a complicar aún más el laberinto del análisis y de la acción.
No intendemos aquí cargar contra los trabajos de Pablo Servigne y Raphaël Stevens: del lado de los ecologistas, entre los que comparten más o menos el mismo balance, las disputas estratégicas toman un lugar que acaba por impedir toda iniciativa. No quiero oponerme a su visión, sino participar en aclarar lo que ella tiene de nefasto, y defender un camino, más cercano al catastrofismo ilustrado de Jean-Pierre Dupuy o al ecosocialismo, que tome más en cuenta a la catástrofe en curso en vez del colapso futuro, y ayude a encontrar nuestros quehaceres.
Diagnóstico
El cuadro de nuestra situación que establecen Servigne y Stevens es justo, incluidas las causas del desastre, incluso si hay que lamentar la ausencia de un análisis crítico del capitalismo contemporáneo y de su historia [2]. Ese diagnóstico no es solo una síntesis de trabajos conocidos [3] , sino que tiene una virtud publicitaria: como lleva a una conclusión catastrofista, el valor de la alerta es poderoso y toca a un gran numero de personas; tiene también el mérito de indicar la insuficiencia o la imposibilidad de respuestas contradictorias, como el desarrollo sustentable o el capitalismo verde. Pero, el telón de fondo del cuadro, muy probablemente, no es el adecuado, y sobre todo, tal análisis no deja muchas otras perspectivas, que una nueva forma de pasividad, febril y replegada, aunque ella invite a otra cosa, ya volveremos a este punto.
Cuestión de tiempo
Pensar en la perspectiva del colapso futuro (en lugar de pensarlo como actual) :
reitera la mística de la Gran Noche anarquista o los limites intrínsecos del capitalismo, contradicciones marxianas que deben conducirlo a su fin;
desplaza los afectos –a los que se les debe hacer frente : miedo, negación, etc.– hacia el futuro y lo incierto, mientras que es el régimen de la historia, del conocimiento, incluido el prospectivo, y de la acción presente que es preciso hacer posible individual, colectiva e institucionalmente;
exonera entonces de toda acción aquí y ahora para limitar las consecuencias del desastre; solo la cultura de una resiliencia individual o comunitaria ante el colapso es concebida como respuesta. [4].
Es evidente que esta respuesta es más seductora –¿tranquilizadora?– que la de los survivalistas, esos primos cercanos, cuya conclusión es muy diferente, híper-individualista, conservadora (de la conservación de sí a la de su manera de vivir, censurada sin dudas, pero lo más posible al idéntico [5]), paramilitar, decididamente violenta, y por fin en la mayoría de los casos identitaria[6]. La amenaza para ellos puede tomar todas las formas posibles : hay que prepararse para el fracaso de la logística o de las redes, el accidente nuclear [7] o la invasión de migrantes, no importa, hay que prepararse. Su visión del humano revela a la vez un pesimismo hobbesiano barato y un amor propio desquiciado.
La respuesta de los colapsólogos, fundada en la ayuda mutua, tiene por lo menos el mérito de volver a un estado proto político: el grupo unido tiene mejores posibilidades que el tecnocazador cargado de armas, de municiones y de gestos marciales. Pero, ella no está a la altura del diagnóstico sobre la situación presente, de los desafíos descritos por sus argumentos (¿ayuda mutua y comunidades con permaculturas contra extinción de masa?), ni a las relaciones de fuerza entabladas. 
Definiciones
Los límites de sus trabajos consisten, ante todo, en un problema de definición, en la fuente de la confusión que ellos propagan.
Por colapso, entonces, se comprende lo que ellos también denominan desplome o derrumbe, considerado como perspectiva: es el riesgo de un cambio brutal de nuestras condiciones de vida, la amenaza que pesa, a corto o medio plazo, sobre el mundo tal como lo conocemos.
El mundo tal como lo conocemos, preciso : una civilización termo-industrial extractivista, productivista-consumista, multiefluente, en curso de globalización, fundada sobre le energía barata, las tasas de crecimiento y la deuda, el muy corto plazo económico (balance anual) y político (calendario electoral), los Estados centrales y las transnacionales, la propiedad y el acaparamiento, el individualismo, las jerarquías, las desigualdades intra- e interestatales, la herencia poscolonial, la explotación y la fragmentación del trabajo, una infraestructura logística siempre más densa, compleja y si no es frágil, por lo menos, es dependiente de un mantenimiento continuo. El capitalismo, pues, a pesar de que algunos consideren la palabra anticuada. No es el caso aquí: el capitalismo no subsume toda nuestra civilización; nuestra civilización no subsume la civilización; su ambición hegemónica, a menudo en el ángulo muerto («los Africanos quieren volverse clase media») de la ideología del progreso, se presenta tanto más como zona ciega o como evidencia (« la gente que accede a la clase media quiere carne»), que es cuestionable y cuestionada, por dentro y por fuera.
El concepto de capitalismo tiene ese interés que es susceptible de ser objeto de análisis, que puede principalmente explicitar:
su responsabilidad (el capitaloceno [8] más que el antropoceno),
su resiliencia como sistema y su plasticidad, por ejemplo la conversión de las economías de guerra en economías de paz u, hoy, la integración de lo orgánico en la agroindustria de masa y los mercados emergentes sobre la cresta de la ola climática: el del auto eléctrico, de las compensaciones carbono, de los «certificados verdes» eléctricos, disociado de aquel del kilowatt, etc.,
su polimorfismo y su integración profunda, en los hábitos y hasta en los cuerpos humanos (¿la tasa de nano partículas de plásticos o de glifosato en las células de mis hijos?) y no humanos: tentación casi cósmica en esta manera de atravesar como flujos y ocupar como dispositivo todo espacio,
la historia de su no-universalidad y de la violencia necesaria para su dominación.
Por catástrofe –y por provocación–, entendemos aquí, al contrario de los colapsológos, nuestra situación, la de un cambio brutal en efecto, pero en curso, y cuya brutalidad solo se considera a largo plazo –la historia natural juzgará de la rapidez y violencia de ese cambio, pero el diagnóstico de los exponenciales debería ser suficiente en nuestro tiempo presente. La catástrofe no es la civilización industrial [9], sino su consecuencia.
Menos problema de definición que ambigüedad tóxica, el éxito de los colapsólogos parece también bastante impreciso, deliberado o no, sobre la relación que ellos tienen (o que lectores, debemos tener) con el colapso, relación que mezcla temor y espera, o miedo y deseo, ingredientes de base de un buen milenarismo, la primera que llama a la segunda vía la preparación, otro punto común con el supervivencialismo.
La colapsología tiene, en todo caso, un fuerte poder de seducción, su éxito editorial lo demuestra; y hasta del supervivencialismo y de su célebre salón parisino. Por supuesto, es preciso interrogar lo uno y lo otro, – como se prefiere decir hoy-, ¿son el nombre de qué? [expresión que se volvió de moda después de la publicación en 2007 del libro del filósofo Alan Badiou: ¿De qué Sarkozy es el nombre? Otra manera de decir: ¿qué representa?, NdE] Lo que ellos muestran es, ante todo, que la catástrofe impregna los espíritus cada vez más, y que algunos, cada vez más numerosos, no se satisfacen ni de ecologización de coyuntura a la manera de En marche [el partido macronista, NdE] ni de apelismo |llamamientismo] repetido [10]. Lo que se les debe reconocer es que ellos conciben un después y un más allá: trabajo enorme. Pero, devastador. Colapsos y preppers [preparacionistas] no se preparan para nada y no preparan mucho. 
Política ficción
¿Qué nos queda como posibilidad entonces? Tal vez, suponer que si no podemos impedir la catástrofe, porque ella ya está en curso, si no podemos impedir lo irreparable que se ha cometido, como se dice de los suicidas, podemos limitar las consecuencias. Limitar los daños, ahí tenemos un programa que no seducirá a muchos, y que implica un vigor y un coraje hollywoodiense, pero supongamos; supongamos que la pregunta: «¿Qué hacemos? » conserva un mínimo de actualidad, y que el comienzo de la respuesta : «Atacar el problema desde la raíz» no nos corta el habla para siempre, bajo forma de fichaje S [el fichero S de la policía francesa, creado bajo el régimen de Vichy, contiene más de 20.000 fichas de sospechosos de violencia, entre ellos 850 yihadistas, NdE] y de células de desradicalización [de yihadistas, NdE], de LBD |lanzadores de balas de defensa utilizados por la policía antimotines, NdE] o de granadas, de respuestas imperiales (« la clase media, una vez saciada de carne, querrá imponer su vegetarianismo de perroflauta / de minimalista convaleciente / de frugalista racional »), meta-imperiales (« sus dudas de revolucionario, cosa de rico», el mundo aspira a las vacunas tanto como a Fox News, a los perturbadores endocrinos y a la gaseosa ilimitada) o incapacitantes (la raíz es antropológica, desde siempre el hombre, el lobo, el hombre, etc.).
Dejemos pues las objeciones de ese tipo, provisoriamente, para intentar razonar en la raíz y de manera simple.
Para limitar las consecuencias de la catástrofe en curso, sería necesario organizar, provocar, precipitar el colapso que prometen los colapsólogos –el colapso del capitalismo, de su hegemonía y de las dependencias que ya mantiene como consecuencia- sin apostar sobre sus fragilidades sistémicas, logísticas, financieras o unidas a la catástrofe ecológica: al contrario, teniendo en cuenta su capacidad de adaptación.
Este escenario, el único deseable globalmente, debe al mismo tiempo prever la preservación y la recreación de nuestras culturas, de nuestras lenguas, de redes de ayuda mutua y de atención médica, etc., y hacer frente a lo que la detención de las infra- y súper estructures implicarían necesariamente [11] : la de una central nuclear o de un centro de vertederos, ejemplos críticos, o cómo hacer hospital sin provisiones tecnológicas (máquinas y manutención) o logística (sangre, oxígeno…), en fin, mucho más literal, más urgente, cómo suplir a todas las filiales de las cuales dependemos profundamente en lo cotidiano cada uno, cómo repensar la necesidad y lo superfluo, lo útil y lo suntuoso, lo común por naturaleza y lo común por convención, la insularidad de esas vías y luego el archipiélago que ellas deberían formar [12]. Extirpar esto de nuestra vida material tanto como de lo imaginario, de nuestro espacio socio-económico así como también de lo más íntimo. 
Finalmente, esto no tendrá lugar probablemente. Lo que muta y gana en resiliencia es ese capitalismo globalizado, neoliberal y violento, son las victorias de los neofascistas duros y de los centristas extremos, juntos y adosados a las estructuras del provecho, y el acercamiento, muy bien comprometido, de sus objetivos y de sus métodos. Lo que « se viene », no es el pico petrolero ni otros colapsos, no es el fin providencial de la civilización termo-industrial –la pared climática será probablemente alcanzada antes–, sino la continuación de la llegada de los gestores de la catástrofe en sus diferentes variantes.
Es preciso pues y a pesar de todo comenzar por «hacer defección», retirarse tanto y tan rápido como sea posible de todos los lugares de esta civilización, condición previa moral (cómo si no pensar en su continuación), ecológica, económica y política.
« Hacer defección », es el vocabulario de la Deep Green Resistance {Resistencia profunda verde, movimiento nacido en los USA, que tiene un sección francesa, NdT]; la defección es a menudo presentada por ellos no como algo previo sino como una forma de narcisismo que toca el solipsismo, según el cual la modificación de los comportamientos individuales sería suficiente para modificar el curso de los hechos e impedir la catástrofe. La incitación a los pequeños gestos « responsables » dirige precisamente la responsabilidad al individuo y borra toda responsabilidad colectiva y política. Debemos darles la razón: tal pensamiento mágico es claramente la expresión ventrílocua y metabolizada del individualismo en el corazón de nuestra civilización; los pequeños gestos no se agregan a los grandes ríos y no están a la altura del desastre ni de la relación de fuerzas. Pero no se trata solo de cerrar la canilla o circular en patineta eléctrica. Ciertas elecciones de vida masivas, ciertos cambios no son sin impactos; sobre todo, se concibe mal qué tipo de « compensación » activista, como estamos obligados a compensar sus emisiones de gas con efecto invernadero o su huella ecológica, podría volver a comprar la circulación en 4X4 o el turismo aéreo.
Pero, hablar de secesión cambia todo: no es más un simple repliegue interior espiritual, como los autores de la Deep Green Resistencia pueden observar, ni un simple cambio de los hábitos de consumo. Hacer defección rechazando el modo de vida al cual estamos sometidos, hacer secesión desertando ese campo de batalla son sin duda gestos políticos: es preciso haber abandonado ese espacio para ganar aquel dónde la lucha es posible. Es preciso haber hecho el esfuerzo de aprender a reconocer, solo o en grupo, lo extraño de una cosa como la Fnac [cadena de supermercados culturales, NdE], para reconocer la evidencia de la cabaña y de la ZAD |Zonas de defender: espacios previstos para grandes obras inútiles, ocupados por opositores, NdE]. La ZAD por todas partes, es necesario que comience por brazos y cerebros– disponibles.
Es preciso pues preparar y llevar a cabo la acción como si ella nos condujera hacia la victoria, especialmente en sus consecuencias logísticas. Qué hacer, cuándo, cómo, con quién, violento, no-violento, no entra en el proyecto de este texto, que solo busca recordar dónde están la catástrofe y el enemigo. Pero es cierto que los partidarios de la acción directa así como los desobedientes no-violentos, los transicionistas así como también los colapsólogos, deberían poder darse cuenta de que ellos se han comprometido en una sola lucha. Es también cierto que esta lucha llama a investigadores, docentes, estudiantes y alumnos, bibliotecarios, ingenieros, técnicos, hackers, arquitectos, carpinteros, urbanistas, campesinos, jardineros, empleados comunales, del sector nuclear o de las redes, escritores, artistas, músicos, cineastas, incluso los banqueros y las llamadas fuerzas del orden, los llama y los invita a reconsiderar sin esperar lo que pasa hoy y lo que debería ser su especialidad, de su narrativa y del estado de su potencia.
Finalmente, es preciso también prepararse para el fracaso de nuestra acción: a la continuación y a la aceleración de la catástrofe, que los colapsólogos, alejándose de la acción directa contra sus causas, habrán paradójicamente contribuido a empeorar y que los llamados mutantes neofascistas o neoliberales se harán un placer tomar a cargo. Pero, la resistencia ¿no es siempre desesperada ?
Notas
[1] Pablo Servigne et Raphaël Stevens, Comment tout peut s’effondrer, Petit manuel de collapsologie à l’usage des générations présentes, Seuil, 2015 ; Pablo Servigne et Gauthier Chapelle, L’Entraide, L’autre loi de la jungle, Les liens qui libèrent, 2017, peut être lu comme un complément du premier.
[2] Daniel Tanuro, « Crise socio-écologique : Pablo Servigne et Raphaël Stevens, ou l’effondrement dans la joie », Europe solidaire sans frontières, http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article35111 ; Jean-Baptiste Fressoz, « La collapsologie : un discours réactionnaire ? », Libération, 7 novembre 2018, https://www.liberation.fr/debats/2018/11/07/la-collapsologie-un-discours-reactionnaire_1690596.
[3] Estaríamos tentados de hablar de meta-estudio o de meta-análisis, pero la trandisciplinaridad del acercamiento lo prohíbe.
[4] Si algunos aspectos de la parte individual de esta resiliencia pueden parecer a veces contestables, entre desarrollo personal y espiritualidad new age, su dimensión colectiva se inscribe claramente en el universo de las alternativas ecológicas que no se deben olvidar.
[5] Ver especialmente los kilómetros de hilo dental a tener en cuenta por año de bunker (la BAD, o « base autónoma de defensa») en el manual de Piero San Giorgio, Sobrevivir al colapso económico, La Vuelta a las fuentes, 2011. Es preciso notar que no se trata allí de una tendencia en el seno del movimiento; los adeptos al bushcraft por ejemplo piensan en general poder sobrevivir solos, con un equipamiento mínimo, a la manera del cazador.
[6] En el mismo libro, Piero San Giorgio presenta por ejemplo a Alain de Benoist como a un simple « pensador ». Se lo puede también escuchar en un reportaje de LSD de France Culture: « [Pregunta] Es la teoría del Gran Reemplazo? [Respuesta.] Sí, bueno… cada vez que tomo el metro en París no tengo la impresión de que sea una teoría. Y no es solo en París, en Ginebra también, en Suiza también, en los Estados Unidos también, y en Europa occidental, en Inglaterra también», https://www.franceculture.fr/emissions/lsd-la-serie-documentaire/la-fin-du-monde-et-nous-tous-survivalistes-34-le-credo-survivaliste, 43e minute.
[7] Es el origen del movimiento, en los años 1960.
[8] Christophe Bonneuil et Jean-Baptiste Fressoz, L’Événement anthropocène, Seuil, 2013.
[9] Nicolas Casaux, « Le problème de la collapsologie », http://partage-le.com/2018/01/8648/.
[10] Cualquiera sea su registro peticionario, jurídico, trágico, etc. Frédéric Lordon, Appels sans suite, 1, 12 de octubre de 2018, https://blog.mondediplo.net/appels-sans-suite-1. Es también lo que Derrick Jensen, Lierre Keith y Aric McBay llaman « solicitud amable » en Deep Green Resistencia, Un movimiento para salvar el planeta, Libre, 2018 (2007 para el original americano).
[11] Intervención de Matthieu B. durante la tertulia organizada por Terrestres, « Dernier débat avant la fin du monde » (24 abril de 2019), a partir de 1 h 56 min 42 s: https://youtu.be/z3mhM3OImZs?t=7002.
[12] Corinne Morel-Darleux, https://www.terrestres.org/2019/06/07/archipeliser-nos-resistances/, extractos de Plutôt couler en beauté que flotter sans grâce, Libertalia, 2019. Buenas hojas muy prometedoras, que invitan especialmente a cultivar la modestia y la benevolencia en nuestras charlas. Archipel ou Constellations, Trajectoires révolutionnaires du jeune xixe siècle, du collectif Mauvaise Troupe, L’Éclat, 2014, et en ligne : https://mauvaisetroupe.org/spip.php?rubrique1. La última novela de Alain Damasio también ofrece una apreciación para disfrutar. Les Furtifs, La Horde, 2019.