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El Coronavirus, el planeta tierra y la generación Z

Miguel Álvarez Sánchez 30/03/2020
Por adelantado que el Coronavirus desgraciadamente nos ha demostrado que la solidaridad de la Europa del Norte ha fallado esta vez de nuevo con el Sur, como hace más de diez años ya en la crisis económica global no se dio un crédito por la carencia macroeconómica, o después de 5 años de las hirientes medidas restrictivas que tuvo que aceptar Grecia y el gobierno de izquierdas en aquel país a regañadientes para salvaguardar principalmente el sistema financiero de los bancos alemanes. Esta vez se niegan sobre todo Alemania y Holanda a pesar que las economías sureñas estaban mejor dispuestas que nunca. ¡Es una vergüenza!

Pero si vamos más allá y pensamos un poco más en tal vez el único beneficiado del Coronavirus, pues tenemos que constatar que es el planeta tierra porque lo hemos sometido a tales niveles de irracional cruenta destrucción, propiciada primordialmente por una élite económica de corte neoliberal; basándose en un expolio para la producción masiva de alimento animal, pesquero y vegetal con su respectiva destrucción aberrante de grandes superficies de diversidad para los monocultivos tanto en la tierra como en el mar, la contaminación atmosférica del aire, la “plastificación” del mar, la construcción masiva de viviendas a raíz del galopante incremento en número de personas sobre la tierra, que nos ha azotado -ya extenuada- a grito pelado con el COVID 19 como potente mecanismo de defensa. No ha podido, ni ha querido aguantar más las cicatrices que le estaban propiciando una telaraña de un ciego consumismo de muchas personas que ni siquiera son conscientes del porqué fagocitan tanto, como si se tratase de un mecanismo inconsciente que se ha apoderado de su ser.
Si contraponemos las medidas llevadas acabo por gobiernos progresistas, programas de ONG e iniciativas del sector empresarial privado, emanadas y empujadas por ciudadanos conscientes en las urnas y estando en manifestaciones al pie del cañón, podemos dilucidar que existe una sincera voluntad del pueblo por apaciguar y frenar este tremendísimo esquilme del planeta. Sin querer caer en trivialidades, se me ocurre la frase de Gramsci que escribió que “la razón es pesimista, pero la voluntad es optimista” a principios del siglo pasado con respecto a la reconstrucción del partido comunista italiano. Cuando me asomo de mi balcón en el barrio popular de la “Trinidad” en Málaga, veo enfrente tendida de los hierros de un balcón una pancarta que reza “Nosotros podemos, nosotros nos quedamos en casa, Love is the only way”, enmarcado en un corazón pintado. En aquellos pisos siento que los niños y niñas que lo han pintado llevan a cabo una agradable convivencia durante el día y dan un ejemplo de civismo y convivencia a pesar de su temprana edad, y cada tarde a las 20:00 horas en punto salen y se asoman del balcón y cantan animando al barrio con la música que suena de sus altavoces.
Para ellos, la generación Z, a la que pertenece también la famosa medioambientalista Greta Thunberg, el cambio climático es el mayor problema que afronta la humanidad, y por tanto creo en la praxis de las ideas de esta generación y quienes les quieran apoyar, como por ejemplo medidas como el consumo de alimentos en el mejor caso locales que hayan producido la menor huella de carbono posible, si uno quiere el vegetarianismo o veganismo que erradica los recursos naturales primarios para el abastecimiento de los animales, el uso de electricidad de fuentes alternativas ecológicas, pero sobre todos serán ellos que mediante manifestaciones y decisiones en órganos públicos y privados se alzarán contra el poder. Pero tampoco nos olvidemos de un factor primordial en este asunto, es decir el económico; no debería ser la ética imperante producir productos ecológicos como alimentos con el afán de venderlos a precios desorbitados que sólo ciertas clases sociales se puedan costear. Una solución a este problema en materia de alimentos serían los huertos comunitarios, que a su vez sirven para forjar el lazo entre los vecinos.
Temo que tarde o temprano al menos una parte de la humanidad dará el salto para poblar el espacio e incluso yo, desencantado con la destrucción del planeta me apunté al proyecto de Asgardia para poblar el espacio, aunque lo estoy dejando de seguir porque el jefe de la nación no ha sido elegido democráticamente y el proyecto está tomando tintes autocráticos y neoliberales y no apunta a una economía sostenible.
La esperanza, verbo que procede de esperar, ya no tiene cabida para la vida humana en la tierra, por tanto aprendamos la lección del único beneficiado de esta crisis, nuestra madre tierra.