Borrar a los rohingya de la Historia
JAVIER ESPINOSA 6 DIC. 2017 |
La antigua aldea de Nazi dejó de existir tal como se la conocía en junio de 2012. En esa fecha la convivencia entre los budistas de la etnia rakhine y los rohingya quedó sepultada entre la sangre de decenas de víctimas mortales -en su mayoría del último grupo- y las incontables viviendas que se vieron reducidas a rescoldos.
Nazi ya ni siquiera figura en la toponimia local. Los residentes que han ocupado los espacios que dejaron los miles de musulmanes que tuvieron que huir en esas fechas se refieren al lugar por el nombre rakhine que le han dado a toda la zona: Raw Thar Yar.
Los visitantes que acuden a dialogar en el cercano monasterio de Damarama con el abad, U Thu Min Gala, deben sentarse en el suelo mientras que este les alecciona desde un nivel superior, sentado en una silla.
El religioso de 57 años dice que no se fía de los periodistas americanos. “Sólo inventan noticias falsas”, asevera reproduciendo el mantra de Donald Trump.
Al reportero español le reserva una profusa lección de “historia” que le ilustre sobre el origen del problema rohingya -un término que por supuesto no utiliza-, desde su particular óptica.
“La palabra rohingya es una invención. Los colonialistas británicos trajeron a estos ‘kalar’ (el término despectivo usado para los rohingya) como esclavos en la Segunda Guerra Mundial. Ellos se dieron cuenta que esta región está repleta de recursos naturales y decidieron quedarse. Somos muy respetuosos pero estos bengalíes (otro apodo de la minoría musulmana) no dejan de tener hijos y quieren controlar nuestro estado”, relata con el tono pausado.
La narrativa que defiende U Thu Min Gala y la “desaparición” de Nazi son un reflejo del significativo giro que ha adoptado la crisis de los rohingya desde que Birmania pareció abrirse a la democracia en 2011.
Como explica David Mathieson, un analista especializado en este país, pese a la sostenida campaña de acoso contra esta minoría religiosa durante décadas, “los rohingya no eran de ninguna manera un problema nacional importante antes de 2012”.
La dictadura militar les redefinió como “inmigrantes ilegales” en 1982, pero la historia recuerda que la presencia de este colectivo en Rakhine se remonta siglos atrás, que hasta la llegada de la dictadura en 1962 nadie cuestionó su nacionalidad, que ocuparon escaños en el parlamento, uno de sus miembros fue ministro de Salud entre 1960 y 1962-, y que su nombre era pronunciado sin problema alguno por personajes como el primer ministro U Nu o el mismo número dos de los golpistas, el general Aung Gyi.
Sin embargo, la última campaña de limpieza étnica que han sufrido parece incidir en el mismo esfuerzo que vienen denunciando numerosas organizaciones proderechos humanos desde hace años: negar la propia existencia de los rohingya como grupo étnico birmano.
Ésa fue la misma conclusión que sacó la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas que en un informe de octubre pasado concluía que no sólo se trató de expulsar a seres humanos sino que “se tomaron medidas para borrar de manera efectiva los signos de hitos memorables en la geografía del paisaje y la memoria rohingya”.
“Las fuerzas de seguridad atacaron a los maestros, el liderazgo cultural y religioso, y otras personas de influencia de la comunidad rohingya en un esfuerzo por disminuir la historia, la cultura y el conocimiento de los rohingya”, añadía el mismo reporte.
La gran mezquita Jama se encuentra al costado del barrio de Aung Mingalar, en pleno centro de Sittwe. El imponente edificio construido en el siglo XIX era el destino preferido de los más de 70.000 rohingya que vivían en esta ciudad antes de la oleada de violencia de 2012. Como otros templos musulmanes de la metrópoli permanece clausurada desde hace 5 años, dominada ahora por la vegetación y las enredaderas que han sustituido a los feligreses.
En septiembre de 2016, las autoridades locales anunciaron la próxima destrucción de casi 3.000 edificaciones erigidas por los rohingya, entre ellas 12 mezquitas y 35 madrasas (colegios religiosos) al considerar que habían sido construidas de manera “ilegal”, un argumento que recuerda a los que se han usado en Israel con los palestinos, cuya suerte mantiene un enorme paralelismo con la de esta minoría musulmana en Birmania.
“No existen los rohingya. Son noticias falsas”
Esta decisión se frenó después de las críticas que recibió por parte de Naciones Unidas, cuando ya habían sido demolidas más de 100 estructuras.
Instalado frente a un retrato de Aung San Suu Kyi en su despacho de Sittwe, el ministro de Estado para el Desarrollo Urbano de Rakhine, U Min Aung, es uno de los múltiples representantes oficiales que se niegan siquiera a pronunciar la palabra rohingya.
“No existen los rohingya. Todo eso son noticias falsas. Llevan años inventándose historias. El 70 por ciento de los testimonios que están dando sobre violaciones de derechos humanos en Bangladesh son falsos. Lo que pasa es que aquí viven tranquilamente y cuando quieren irse a Bangladesh se inventan que les están torturando y violando”, dice sin pestañear.
Emulando otra decisión que ya adoptó Israel cuando desplazó a miles de palestinos, las autoridades de Rakhine han decidido que la cosecha de los campos abandonados por los refugiados -cerca de 180 kilómetros cuadrados, según puntualizó un representante oficial a Reuters- pase a depender del estado. Como calculaba la misma agencia de información, el valor de esa recolecta puede alcanzar millones de euros.
U Min Aung reconoce abiertamente que el gobierno se ha apropiado no sólo del arroz sino también del ganado, y que las ganancias que genere su venta “se depositarán en los bancos estatales y se usarán en el futuro como parte de los presupuestos del estado”.
“Se trata de evitar que el arroz se pudra”, se justifica.
Cuando se le inquiere si los rohingya podrán recuperar esas tierras si son repatriados puntualiza: “sólo los que sean birmanos, los que tengan ciudadanía”, un mero circunloquio, ya que Birmania no les reconoce como tales.
La negación de lo ocurrido llega hasta el punto de asumir la versión militar sobre la huida de los refugiados. “Nadie los echó, se fueron porque son terroristas y tenían miedo de ser detenidos”, indica Aye Nu Sein, la vicepresidenta del Partido Nacional de Arakan, una formación mayoritaria en Rakhine que mantiene una animadversión radical hacia los rohingya.
Las ONG, también señaladas
La fobia contra este grupo étnico se ha extendido a las ONG extranjeras que les proporcionan asistencia humanitaria, un señalamiento que se vio reforzado en agosto por la polémica alusión de la oficina de Aung Suu Kyi, que distribuyó una foto de galletas suministradas por el Programa Mundial de la Alimentación que supuestamente fueron encontradas en un campamento de la guerrilla rohingya y dijo que se estaba investigando la presencia de trabajadores humanitarios en un “ataque de terroristas bengalíes”.
Las sedes de las organizaciones de ayuda humanitaria internacionales instaladas en la capital de Rakhine ya fueron asaltadas durante otro rebrote de violencia en 2014.
En las últimas semanas grupos de nacionalistas y religiosos han bloqueado en varias ocasiones la entrega de suministros a los rohingya, llegando a atacar con cócteles molotov en septiembre un barco fletado por la Cruz Roja Internacional.
Kyat Sein, de 58 años, dirigente de la agrupación “A Lin Dagar”, creada en 2014 “para defender a las mujeres Rakhine de los terroristas musulmanes”, estuvo presente en ese grave incidente que disculpa por “el enfado de la población” frente a estas organizaciones foráneas que “sólo ayudan a los bengalíes”. “Los Rakhine también queremos ayuda”, agrega.
La inquina generalizada llegó a tal punto que medios locales han informado de agresiones contra budistas que se prestan a trabajar con estas ONG o entregar asistencia a los rohingya. Una de ellos, una fémina identificada como Daw Soe Chay, explicó a DVB como un grupo de jóvenes de su propia comunidad rakhine le golpeó, le cortó el pelo y la obligó a pasearse por la ciudad con un cartel colgado al cuello en el que se leía “Soy una traidora nacional” al acusarla de proporcionar comida a los musulmanes.
Para Aung Phyo Wai, un budista empleado local de una ONG foránea instalada en Sittwe, este tipo de actitudes le “producen una gran pena”. “Hay musulmanes buenos y budistas rakhine malos. Toda esta crisis es un truco que usan los políticos para dividirnos. Los musulmanes son seres humanos”, puntualiza.
“Por supuesto que ayudamos más a los musulmanes. Son los más necesitados. Ellos ni siquiera pueden moverse de donde están confinados”, considera Aung.
El clima de odio se ha propagado como si fuera un virus que ha sobrepasado las fronteras de Rakhine para contagiara a una gran parte de la sociedad birmana. La aparición de poblados que proclaman con orgullo que “están libres de musulmanes” -con carteles que lo anuncian a la entrada del enclave- o la proliferación de caricaturas y pronunciamientos en las redes sociales que descalifican a esta comunidad son una constante no sólo en Rakhine sino en Rangún, la ciudad más cosmopolita del país.
En un país que ha registrado una auténtica explosión en el uso de las redes sociales en los últimos 5 años, Facebook -que domina de forma abrumadora la comunicación a nivel local-, ha servido para que personajes como el monje extremista Ashin Wirathu dijeran que los musulmanes no son sino “perros” y también para que el portavoz de Aung San Suu Kyi, Zaw Htay, difundiera imágenes falsas en las que acusaba a los rohingya de quemar sus propias viviendas.
También para que sus usuarios compartieran de forma viral caricaturas como la del conocido diseñador local Win Naing, que representaba a los rohingyas como cocodrilos que devoraban a personas y animales, y al mismo tiempo se acercaba a la prensa internacional para explicarles su hipotético sufrimiento.
El Secretario de Estado Adjunto de EEUU, Patrick Murphy, alertó días después que las redes sociales eran un “elemento añadido de complejidad” a la crisis de Rakhine ante la “gran cantidad de discursos de odio” y “desinformación” que estaban canalizando en la presente situación.
“El vacío moral de las redes sociales y la epidemia de narcisismo que alimentan han sido dirigidas a deshumanizar a los rohingya y generar discursos de odio y desinformación”, opina David Mathieson.
El experto reconoce que la manipulación informativa también es una práctica muy común entre los activistas que defienden la causa rohingya.
“Este conflicto lleva años cargado de fotos, vídeos e información falsa. Existe una perniciosa determinación de exagerar la situación para recabar una mayor simpatía internacional. Es desconcertante porque el sufrimiento (de los rohingya) es tan profundo y generalizado que no necesita ser exagerado en absoluto”, asevera.
La crisis ha generado incluso un singular movimiento de solidaridad con el mismo ejército que mantuvo durante décadas una férrea y brutal dictadura sobre todo el país, y contra el que se rebeló en varias ocasiones esta misma población.
Miles de personas salieron a las calles en varias ciudades del país para apoyar a los uniformados exhibiendo fotos del general Min Aung Hlaing, el jefe del ejército al que se acusa de ser responsable de crímenes contra la humanidad.
“El general nos defiende, queremos darle las gracias. No es como Aung San Suu Kyi, que apoya a los musulmanes”, defiende la citada Kyat Sein.
Para Mathieson esta actitud es un ejemplo más de “la animadversión” hacia una minoría “cuya pertenencia a Birmania se descarta de forma histérica” que lleva a “muchos no sólo a comprar la ridícula negación por parte de los militares de los abusos (cometidos) sino a creer que el ejército ha realizado un brillante trabajo para proteger a la nación de esta amenaza”.
“Los militares han sido unos maestros a la hora de convertir el problema de los rohingya en nacionalismo xenófobo”, concluye.