Notas sobre una noche de terror en Palestina
Caco Schmitt 29/02/2020 |
Son las dos de la madrugada, la noche del domingo al lunes, en Ramallah, capital provisional de Palestina. Me despiertan ruidos de pelea y disputas. Es extraño.
Tradotto da S. Seguí
Durante las doce noches que pasé en este hotel de este elegante barrio nunca escuché ruidos por la noche. El hotel no tiene muchos huéspedes, y nadie ha llegado nunca borracho y hablando en voz alta. Me siento en la cama, de cara a la puerta y de espaldas a la ventana.
Los ruidos se hacen más fuertes, son ruidos de objetos rotos y gritos. Pienso: ¡son ellos! Un fuerte golpe lo confirma. La puerta se rompe y cuatro soldados del ejército israelí entran la habitación gritando y con sus ametralladoras y fusiles apuntándome. Levanto las manos, cierro los ojos y me quedo quieto durante unos interminables segundos. Gritan palabras en un idioma ininteligible para mí, con la bocacha de un fusil contra mi pecho. Pienso: ¡Me van a matar! Pero no escucho ningún disparo.
Abro los ojos y empiezo a hablar en voz alta. Digo: Brasil (con acento americano), ¡Brasil! ¡Brasil! Los gritos cesan, pero las armas siguen apuntando. Me doy cuenta de lo que está pasando. En delante de mí hay dos soldados enmascarados, armados hasta los dientes. A los pies de la cama, otro soldado; detrás, el cuarto soldado enmascarado, que clava su fusil contra mi espalda. Por la puerta abierta puedo ver en el pasillo del cuarto piso a docenas de soldados, perros, mazos rompiendo puertas, hombres siendo arrancados de sus habitaciones.
Brasil, Brasil, Brasil… Aquí viene un quinto soldado, noto que su máscara es diferente, tiene una calcomanía de una calavera que da miedo, sujeta un perro, también también lleva una máscara de gas con una pegatina de una calavera. Sale, mientras las armas me siguen apuntando; hay mazos rompiendo todo; entonces aparece un sexto soldado, un bajito, y me pregunta en un portugués imposible: ¿Qué estás haciendo aquí? Contesto que soy un periodista brasileño y que estamos filmando en Palestina. Se me encara y me ordena que me vista (estoy en paños menores), lo que hago rápidamente, y me siento de nuevo en la cama.
II
Me clavan el cañón de la ametralladora en la espalda varias veces; no me doy la vuelta. El tipo bajito sin máscara me hace señas para que me levante, lo cual hago sin respirar para que no parezca que estoy reaccionando. Dos de ellos empiezan a empujarme con el cañón de sus fusiles. Los cuatro apartamentos de esta ala del hotel, dos a cada lado del pasillo, están siendo puestos patas arriba por los soldados, rompiendo tabiques y tapicería, entre gritos, máscaras y perros. Llego al ascensor, me empujan por detrás y me hacen bajar las escaleras, por las que bajo acompañado de dos soldados enmascarados.
Mientras bajo las escaleras, pienso en todo lo que he visto en los 12 días que estuvimos en la Palestina ocupada para rodar las escenas del documental “A Palestina Brasileira” (La Palestina brasileña) del director y guionista Omar Luiz de Barros Filho, producido por CenaUm Produções. La entrada en Israel, el 26 de octubre de 2016, fue extremadamente difícil, empezando por nuestro aterrizaje en el aeropuerto Ben Gurión, que se encuentra entre Tel Aviv (a 20km) y Ramallah (a 50km).
Interrogatorios en el mostrador de la aduana, sospechas, una atmósfera tensa. Un miembro de nuestro equipo trata de tomar una selfi y un soldado israelí se acerca para interrogarlo. Del aeropuerto a Ramallah, el primer signo de la ocupación militar: dos puestos de control, pero nosotros pasamos libremente; los registros sólo los hacen a los que vienen de Palestina. En las cercanías de Ramallah, la primera gran conmoción: muros construidos por Israel y un enorme puesto de control que controla las entradas y salidas. El palestino que necesita ir a Tel Aviv y que quiere tomar esta carretera debe esperar durante horas en fila en los puestos de control, y muchos se ven obligados a regresar. Conducir en coche por ésta y otras carreteras controladas por el ejército israelí es sólo para aquellos con placas amarillas en sus vehículos.
A pesar de que viajamos en un auto alquilado con placa amarilla, nuestro equipo fue bloqueado cuando tratamos de salir de Ramallah para llegar al aeropuerto Ben Gurión al regresar a Brasil. El soldado dijo que había mucho equipaje y que debíamos pasar por otro punto de control.
III
Fue más difícil salir de Israel que entrar. Tomamos otro camino, un largo e innecesario desvío a uno de los puntos de acceso a Jerusalén. Un nuevo punto de control, más preguntas y finalmente nos dirigimos hacia el aeropuerto. A la entrada del aeropuerto Ben Gurión había otro gran punto de control, más registros, explicaciones, presentación de pasaportes, billetes, etc. ¡Uf! Por fin llegamos a la sala de embarque. ¡Somos libres!
Decepción. Cerca de los mostradores de facturación, lo peor de todo, hay soldados y agentes del Mossad, el servicio secreto creado en 1949, un año después del establecimiento del estado de Israel. Interrogatorios más duros y agresivos, explicaciones, etiquetas que separan nuestras bolsas para un control especial. Por supuesto, ya habíamos sido identificados a nuestra entrada en Israel y en la filmación de cada conflicto que presenciamos, y especialmente en el momento de la invasión del hotel, dos días antes de nuestro regreso.
Pero la salida de Israel no terminó en este punto de control sin precedentes dentro de un aeropuerto, a diez metros del mostrador de facturación. Después de recibir nuestros billetes, nos llevaron a un sótano, donde registraron nuestro equipaje de mano con máquinas especiales. Hay soldados y un viejo agente del Mossad sentados y observándonos. Este caballero estaba intrigado por nuestro reflector de luz eléctrica, que cuando no estaba en funcionamiento se convertía en un círculo redondo del tamaño de una pizza familiar. Nuevas explicaciones, podría ser un explosivo plástico. Decidimos dejarles nuestra herramienta de trabajo…
Pasamos a la zona de embarque. Un nuevo retraso. Debido a que llevaba una cámara en la mano, uno de los directores de fotografía del equipo fue conducido a una fila separada, registrado, obligado a permanecer en una especie de rayos X, una cabina misteriosa y peligrosa. Después de salir de la cabina, quiso continuar su viaje, pero se vio obligado a permanecer en “cuarentena” durante 20 minutos para no exponer al personal del aeropuerto a la radiación. Casi perdemos el vuelo, pero el avión esperaba en la pista, un empleado del aeropuerto nos llevó corriendo a la puerta del puente de embarque. Pero la cámara fue retenida por sospecha de contener explosivos y no ha sido devuelta hasta la fecha. Una pérdida valiosa. Hasta nunca más, mientras continúe la ocupación ilegal de Palestina y el apartheid.
IV
En cada peldaño de la escalera que lleva a la recepción del hotel en la planta baja, escoltado por dos soldados armados y enmascarados sin saber adónde me llevaban, pensaba en cada movimiento que hacíamos en territorio palestino, para hacer nuestro trabajo visitando a las familias de los palestinos que emigraron al Brasil y a los brasileños que vinieron aquí en busca de sus raíces. Recorrimos el territorio de norte a sur. Visitamos Nablus, en el norte; Jericó, en la frontera con Jordania y cerca del Mar Muerto; en el centro, Jerusalén y Belén; y, al sur, Al Khalil, también conocido como Hebrón. Durante unos días nos enfrentamos intensamente a lo que el pueblo palestino experimenta todo el tiempo.
La mayoría de los palestinos se quedan en sus aldeas, en sus poblaciones, cerca unos de otros; de vez en cuando van a Ramallah, o a las ciudades más grandes. Siempre es complicado viajar a través de un territorio ocupado por militares. Los puestos de control, las reacciones impredecibles de los arrogantes y nerviosos soldados israelíes, los retrasos, los asaltos, los disparos, las bombas de gas y los arrestos injustificados son la norma. Incluso los viernes, cuando miles de personas se dirigen a Jerusalén para rezar en la sagrada mezquita de Al Aqsa, controlada por los soldados a las puertas de la ciudad vieja, en el acceso a la mezquita, todos y cada uno de los movimientos están bajo la vigilancia de los helicópteros.
En el segundo día de rodaje, salimos temprano hacia Kafr Ni’ma, tierra de algunos protagonistas del documental. Al lado está el pueblo palestino de Bil’in. A menos de un kilómetro de Bil’in, hay un enorme asentamiento judío, el Kiriat-Sefer, con docenas de edificios altos, protegidos por un gigantesco muro. Un cuerpo extraño al paisaje de montañas bajas, olivos y casas a lo sumo de dos pisos de altura. En la mitad del territorio que pertenece a los palestinos por decisión del famoso y no respetado Plan de Partición de las Naciones Unidas para Palestina en 1947, Israel invadió y construyó varios “asentamientos” como éste que son en realidad ciudades ilegales en tierras palestinas. Tras grabar los muros y los puntos de control para la película, esta fue la primera vez que las fuerzas israelíes lanzaron bombas de gas contra los manifestantes y el equipo de filmación.
V
El viernes en Palestina es día de protesta por la ocupación militar. Acompañamos una protesta, con la presencia de activistas de varios países, frente a la puerta de la gran muralla. El ejército lanza bombas de gas lacrimógeno para disuadir la protesta. Todo el mundo corre. Los soldados permanecieron en posición de tiro hasta que los manifestantes volvieron al punto de partida de la marcha, a unos 400 metros del muro.
Recuerdo el enfrentamiento que tuvo lugar en el puesto de control de Kalandia, un antiguo campo de refugiados convertido en barrio obrero, cuando salimos de Ramallah para ir a Jerusalén. Filmamos las filas de árabes que pasaban a pie para entrar en la puerta del puesto de control, y luego regresaban al autobús que iba delante. Y filmamos la entrada y salida de los coches. Al acercarnos a las puertas, dos soldados nos apuntaron con sus fusiles. Más tarde, empezamos a filmar a los peatones y una voz de megáfono gritó desde lo alto de una torre de control “¿Qué está pasando ahí?” La cuarta vez, la frase fue acompañada de amenazas que no entendimos, pero que, por seguridad, nos obligaron a retirarnos
Filmar en el territorio palestino ocupado es peligroso. Si levantas la cámara y apuntas, los soldados pueden disparar con el pretexto de que tu cámara podría ser un arma de fuego. Todo tiene que hacerse con mucho cuidado. Todo ello dentro del territorio palestino reconocido por la ONU, y que en los mapas (no todos) aparece como Cisjordania o Israel.
VI
Una vez tomamos la autopista 60, con dos carriles y bien pavimentada, hacia Jerusalén y Belén. En una distancia de 10 km sólo circulaban coches árabes con placas blancas. En esta carretera, pasamos un tipo de control muy diferente. Con una torre de observación, una bandera israelí y soldados, no hacen detener con regularidad los coches, pero cuando deciden que es necesario, rápidamente ponen una barrera para impedir la circulación de los vehículos.
Utilizan drones y satélites para vigilar todo lo que se mueve. En todo el territorio palestino hay instalaciones de este tipo listas para bloquear cualquier movimiento. En cualquier esquina se pueden ver globos dirigibles con cámaras que lo vigilan todo, helicópteros de patrulla, torres de observación. Y todo esto a una distancia relativamente alejada de la Franja de Gaza.
En las idas y venidas de las ciudades y pueblos que visitamos, incluyendo la capital Ramallah, siempre pasamos por los puestos de control, con soldados armados de guardia (asustados, sienten miedo). En las proximidades de las aldeas y pueblos conocidos por su resistencia a la ocupación, las torres de observación y control del ejército israelí controlan todo movimiento por las carreteras. Cuando fuimos a filmar las montañas en algunas de estas áreas, fuimos observados por los soldados. A cada paso un soldado. A veces bloquean el acceso secundario a las aldeas con bloques de hormigón, para impedir el paso de vehículos y concentrar la observación en el acceso principal a la aldea. Sentimos esta presión durante las dos semanas que estuvimos en Palestina; es constante y creciente. El pueblo palestino ha sentido esta misma presión durante más de 80 años.
VII
Cuando llegué al vestíbulo del hotel, conducido hasta allí desde mi habitación por los soldados, y vi a un grupo de personal palestino del hotel, todos sentados en sillas y sillones que formaban una herradura, me sentí aliviado. Significaba que primero pasaría un chequeo, y que no que me llevaran inmediatamente a algún lugar indeterminado. Entre las personas detenidas en la sala estaban el director de la película, Omar Luiz de Barros Filho, y el director de fotografía Ivo Czamanski. Estaban sentados, tranquilos, con aspecto de preocupación, como todos los demás en la sala. Vigilando al grupo había unos 15 soldados israelíes, mientras muchos otros corrían arriba y abajo de las escaleras, algunos con mazos, otros con sierras eléctricas y todos con armas.
Nos retiraron los pasaportes y cada uno de nosotros fue fotografiado, filmado e interrogado. Como ya había hablado con el bajito de la habitación, sólo me hicieron dos o tres preguntas. Pude ver que había soldados del ejército, policías de paisano y agentes del Mossad, incluido el encargado de la operación, un hombre canoso con cara de rata. Dentro del hotel, calculo que unos 40 hombres participaron en esta operación, cuyo objetivo nadie pudo averiguar. ¿Intentaban intimidarnos, para recoger el material filmado? Después de todo, tuvimos varios contactos con los militares y siguieron cada paso de nuestro equipo cerca de los puntos de control, las paredes, en las protestas. Si fue así, los burlamos por cuando el día anterior un amigo palestino-brasileño envió a Brasil todos nuestros principales archivos digitales, con todo lo que habíamos grabado antes con nuestras dos cámaras.
VIII
Empecé a revivir mentalmente nuestros dos viajes a Jerusalén. El viernes, filmamos el movimiento alrededor de la mezquita de Al Aqsa durante el día sagrado en la ciudad santa de musulmanes, cristianos y judíos. En Al Aqsa, había más de 300.000 musulmanes, además de soldados israelíes con los ojos muy abiertos, helicópteros, puertas vigiladas; todos los allí presentes después de pasar y ser identificados y registrados en los puestos de control que rodean la ciudad. El domingo 6 de noviembre de 2016, unas horas antes de la invasión del hotel, en nuestra segunda visita a Jerusalén, tuvimos otro grave incidente con el ejército israelí. Después de filmar la ciudad, teníamos la intención de volver a la mezquita de Al Aqsa, donde nos esperaban algunas personalidades religiosas musulmanas. En el camino indicado por el productor, un palestino-brasileño, se nos prohibió el paso y se nos envió por otra ruta de acceso. Continuamos, hasta que nos topamos con un puesto de control dentro de uno de los antiguos corredores de la ciudad. Como nuestro productor e intérprete era de origen palestino, la policía lo envió de vuelta, diciendo que no pasaría por allí. Aunque nos identificamos como periodistas, nos detuvieron durante más de una hora. Intentamos renunciar a entrar y les dijimos que sólo queríamos volver al lugar de donde veníamos, pero aún así la policía nos retuvo. En otras palabras, se negaron a dejarnos ir hasta descubrir lo que estábamos haciendo allí. El director Omar Luiz de Barros Filho fue llevado a un cuartel de la policía, donde fue sometido a un nuevo interrogatorio.
Así fue obligado a firmar un compromiso escrito en hebreo que prohibía las entrevistas o el uso de luces y cualquier uso de grabadoras de sonido. Sólo de esa manera pudimos librarnos del bloqueo y entrar en la plaza donde se halla el Muro de las Lamentaciones. Desde allí continuamos por algunas calles hacia la mezquita. Allí, la policía israelí una vez más nos prohibió ir más allá de su control. Estamos en deuda con nuestros espectadores, ya que no pudimos filmar nada desde el interior de Al Aqsa, y sólo pudimos hacer tomas generales desde una terminal turística.
IX
Mientras rumiaba sobre todas las posibilidades de cómo podría terminar esta operación militar, me tranquilizó que todo el material filmado hasta ese momento estuviera ya a salvo, guardado en casa de amigos. Y me quedé aún más tranquilo cuando vi al cuarto miembro del equipo bajar las escaleras, el director de fotografía Juliano Ambrosini, escoltado por dos soldados armados, y unirse al grupo de detenidos en el vestíbulo.
Mi preocupación creció cuando imaginé cuál sería nuestro destino. Uno de los encargados de la operación dijo, en inglés, que todo estaba casi terminado, la operación terminaría pronto. Pero el vaivén de los soldados continuó, en gran parte determinado por las bombas que explotaban fuera del hotel. Luego nos enteramos de que el movimiento de las tropas israelíes llamó la atención de los habitantes de Ramallah, y muchos palestinos se acercaron a las inmediaciones del hotel para protestar. El ejército lanzó bombas para intimidar y alejar a las masas.
Poco antes, en las calles de la ciudad, la resistencia palestina lanzó bombas caseras contra los vehículos blindados israelíes que todavía rodeaban el hotel donde nos alojábamos. Al fin y al cabo, un ejército de otro país estaba llevando a cabo una operación militar ilegal, una invasión nocturna, casi en el centro de la capital palestina. Minutos después, el mismo oficial entró de nuevo en el vestíbulo y pronunció la gran frase de la noche: “Sin pánico, sin pánico”. ¿Cómo no sentir pánico? Si el conflicto con los palestinos en la calle se agudizaba habría disparos. Si alguien en la habitación se movía y el gesto se interpretaba como una respuesta habría disparos. Sólo pensar en las balas perdidas y en las acciones incontroladas de los soldados, algo común en Palestina, llenó la sala de pánico. Hasta que más tarde, finalmente, el gran jefe dijo que se retiraban… Una sensación de alivio invadió la sala, pronto abortada con la entrada del hombre gris con cara de rata del Mossad. “Video, video”. Nuevo cosquilleo en la barriga. Querían nuestro material, pensé, pero por suerte, sólo querían el material de las cámaras de seguridad del hotel. Agarraron los ordenadores y empezaron a irse. Durante unos minutos, todo el mundo se quedó allí sentado, con nerviosismo. Hasta que una primera persona se levantó y empezó a protestar. Subí a la habitación y empecé a recoger las piezas de ropa esparcidas por la cama y el suelo. La caja fuerte estaba abierta, pero no se llevaron nada. En la habitación de nuestro director, hasta la línea del techo, un hacha había destrozado la pared. Miré el teléfono móvil, habían pasado más de cinco horas desde que todo empezó, casi amanecía…
Cuatro horas después de la noche de terror, nos dirigimos a Al Khalil (Hebrón), una ciudad habitada ininterrumpidamente durante más de cinco mil años. Nuestra última localización de filmación en Palestina. En el camino, la constatación de que había más vehículos blindados del ejército israelí en las calles y carreteras. En el camino, cruzamos varias carreteras y vimos muchos vehículos detenidos en posición de observación. Había una sensación de que algo serio estaba a punto de suceder en el territorio y, debido a ello, había aumentado la vigilancia. Cuando llegamos a Al Khalil, tuvimos que regresar bajo observación de dos vehículos militares, atentos a cualquier maniobra.
Hebrón es un caso especial. Según el personal de relaciones públicas de la administración palestina en el lugar, hay dos mil soldados israelíes vigilando la región. Han creado áreas donde sólo entran judíos o donde sólo circulan palestinos. Todo por la mezquita Ibrahimi, que alberga la tumba de los patriarcas de las tres religiones: musulmanes, judíos y cristianos. Para filmar, tuvimos que pasar, a un gran costo y gracias a la presión del administrador de la Ciudad Histórica, por un oscuro puesto de control enterrado en los pasillos del mercado público, que da acceso a la puerta principal de la mezquita. Cualquiera que desee rezar en la mezquita está obligado a pasar por ella. Por todos lados, los soldados vigilan la zona.
Después de la mezquita, fuimos al campo de refugiados de Fawar, uno de los más antiguos de Palestina, donde grabamos escenas y testimonios mientras dos helicópteros sobrevolaban la zona. En este último lugar de la filmación, vimos el resumen de toda la situación en Palestina: gente que fue forzada a dejar sus casas, que ha vivido durante décadas rodeada, aislada y vigilada dentro de su propia tierra. Pensé, después de la noche de angustia en nuestro hotel, que son en realidad los palestinos que todavía resisten en los campos de refugiados y viven en ciudades rodeadas los que viven, hasta el día de hoy, una larga noche de terror.