Peter Handke, Premio Nobel de literatura: el trabajo de la transparencia contra la opacidad de la lengua mediática
Rosa Llorens 17/10/2019 |
Un trueno en el cielo sereno de los Nobel: después de 20 años de Purgatorio (desde que, en 1996, comenzó a defender Serbia contra «la comunidad internacional»), ¡Peter Handke accede al Paraíso del Nobel!
Los odios que desató no se calman, pero este reconocimiento oficial permite volver a hablar de la guerra mediática desencadenada, de manera tan criminal como la de las bombas contra Yugoslavia, y medir la grandeza del escritor.
Periódicos y revistas, literarios o no, no dejan de hacernos conocer las reacciones indignadas de croatas y albaneses: Actualitté nos informa que el Primer Ministro albanés, Edi Rama, reaccionó en Twitter: «No hubiera pensado nunca que un Premio Nobel pudiera hacerme vomitar». ¿Vomitó cuando supo que el UCK, el Ejército de liberación de Kosovo, estaba involucrado en un tráfico masivo de órganos que les sacaban a los prisioneros serbios (Sobre Kosovo, ver, de Pierre Péan, , Une guerre « juste » pour un État mafieux (Kosovo: una guerra justa para crear un Estado mafioso)? Sin embargo, en 2010, era preciso tener el estómago bien dispuesto para tragar el hecho que el Nobel había sido atribuido a Mario Vargas Llosa, ex-candidato liberal (es decir, adepto a los criminales «Chicago boys ») a la presidencia de Perú.
Courrier International, valientemente, se refugia detrás de The Guardian para difamar a Handke: «El dramaturgo austríaco, cuyos orígenes eslovenos le habían inspirado un nacionalismo ferviente durante la guerra de los Balcanes, había públicamente sugerido que los musulmanes de Sarajevo se habían masacrado a sí mismos» – aseveraciones todas sesgadas, inexactas, es decir, grotescas: ¿cómo es posible que sus origines eslovenos habrían podido inspirarle un nacionalismo pro-serbio? Sobre las dos masacres de Sarajevo, ver el artículo de Wikipedia: parece que el origen bosniaco o serbio de los disparos, nunca pudo ser determinado con certeza.
Elisabeth Philippe, en L’Obs, califica de «palabras muy fuertes» las injurias de Jonathan Littell en 2008: ¿Handke? “un pendejo”). ¡Qué brillante análisis literario o histórico!
Los medios repitieron, durante las guerras contra Yugoslavia, las ofensivas que irían enseguida a lanzar contra Irak, Libia, Siria, para preparar las agresiones militares; la diferencia es que en el caso de Yugoslavia, no fue solo un dirigente el que fue diabolizado, « hitlerizado », sino todo un pueblo, el pueblo serbio, acusado de expansionismo, de nacionalismo fanático congénito, y, cuando trataron de defenderse refiriéndose a la Historia, de « paranoia ». Bueno, mala suerte, seamos paranoicos y citemos un párrafo de Wikipedia sobre Serbia durante la 2ª Guerra Mundial, cuando los Croatas, equipados por los nazis de un gobierno autónomo, fueron dirigidos por los Ustashis colaboracionistas: «Practicando de buen agrado las matanzas con armas blancas y los estrangulamientos, los Ustashis se distinguen por su crueldad, mutilan a sus víctimas arrancándoles el hígado o el corazón, o matan a los niños de poca edad y obligan a sus padres a enterrarlos antes de ejecutarlos a ellos también; queman los cadáveres de los serbios en hornos crematorios –donde los niños son a veces tirados vivos-o los lanzan en afluentes del Danubio para que lleguen hasta Belgrado, llevando «palabras de congratulaciones» para los Serbios de la capital. » La brutalidad de los Ustashis fue finalmente considerada contraproducente por sus aliados nazis y fascistas: « los italianos llegaron a oponerse activamente en algunos lugares a sus « aliados » croatas, e incluso desarmaron a ciertas milicias y contra las cuales ellos protegieron a las poblaciones civiles ».
El número de víctimas serbias en territorio croata se estima en 300.000 en una población de 1 millón 900.000 habitantes.
Pero, volvamos al aspecto literario del acontecimiento. Handke, como Günter Grass (otro Premio Nobel), había comenzado una brillante carrera siguiendo los modos literarios del momento (especialmente, para el segundo, el realismo mágico). Mucho le llevó encontrar a cada uno de ellos su camino, su voz, propia, con fórmulas literarias originales (en Toda una historia, en 1995, para el primero, en Un viaje de invierno a los ríos Danubio, Save, Morava y Drina o Justicia para Serbia en 1996, para el segundo), al mismo tiempo que ellos inscribían su obra en la actualidad candente (el pillaje de la RDA por Alemania del Oeste para uno, las guerras, mediáticas tanto como las militares, contra Yugoslavia reducida a Serbia, para el otro). Y, por supuesto, fue cuando ellos se convirtieron en inmensos escritores que comenzaron a ser cuestionados e incluso vilipendiados.
Los dos escritores tienen algo en común: los dos han nacido en una región periférica de sus países respectivos: Danzig, hoy polaca (Gdansk ), para Grass, Carintia, región-encrucijada entre Italia, Austria y Yugoslavia (hoy Eslovenia), para Handke. Se puede ver allí el origen de una intolerancia particular a la «verdad oficial », y de su capacidad para ver la misma situación desde ángulos diversos. Es justamente una nausea frente al carácter masivo y unilateral del linchamiento mediático de Serbia que incitó a Handke, así como a Régis Debray, a intentar hacerse su propia opinión sobre la situación, sin detenerse en la «verdad» difundida al toque de corneta desde todos los púlpitos mediáticos.
Debray fue a Kosovo para tomar consciencia directamente, y redactó una Carta de un viajero al presidente de la República, o Impresiones de Yugoslavia. Como este segundo título lo indica, no se trataba de oponer una verdad a otra verdad, sino simplemente de llamar la atención sobre la masa de estereotipos que se desparramaban en vez de describir lo real; y por eso fue maldecido, porque, en lugar del Terror que Milosevic supuestamente utilizaba para reinar, simplemente Debray informaba haber visto a gente pacíficamente sentada a la mesa en las terrazas de los cafés.
Emir Kusturica también fue atacado porque, en formas exuberantes, da en sus filmes una visión compleja de las guerras yugoslavas, donde cada pueblo masacra a sus vecinos que se han convertido en enemigos (después de 50 años de cohabitación pacifica en cada poblado, cada ciudad, cada edificio, de una puerta a otra de un mismo piso, en lugar de denunciar a un solo culpable y solo ver a los otros como víctimas.
Handke también buscó nuevas formas, para escapar a los estereotipos; y uno se da cuenta de que, para sólo escribir «Yo acuso» tal o tal, Zola debía tener detrás de sí una buena parte de los medios, de los partidos y de la opinión pública. Para Handke, que tuvo que enfrentarse a lo que se llama « la comunidad internacional » (es decir, a los medios de las principales potencias occidentales), la tarea era mucho más difícil. Se niega a « denunciar » (aunque a veces prevalezca la indignación contra ciertos periódicos, como Le Nouvel Observateur, o Libération, o contra ciertos hombres políticos como Javier Solana, entonces secretario general de la OTAN), a decir el derecho, e incluso simplemente a afirmar. Inventa una nueva forma literaria, el ensayo-reportaje, donde procede por barridos sucesivos, donde (gira alrededor de su tema (de allí el título Alrededor del Gran Tribunal), donde plantea preguntas, acumulando las pequeñas anotaciones precisas, las « cosas vistas ».
De esta forma, no denuncia la ilegitimidad del TPIY (el Tribunal Penal Internacional para la ex-Yugoslavia, que es sólo el brazo judicial de los vencedores para rematar a los vencidos); cuenta cómo descubrió, in situ, la prisión donde estaba encerrado Milosevic: « La prisión real de Scheveningen se encuentra en el camino de la estación de bombeo. Ese camino conduce luego a las dunas […] Incluso desde muy cerca, hasta cuando ya estábamos frente a la prisión, daba la impresión de estar oculta. La muralla estaba construida con pequeños ladrillos, casi delicados, similares a los de la línea de casas situada frente a ella y que, casa tras casa, la sustraía de la vista. ¿La sustraía de la vista? Por supuesto, no era en absoluto el caso. Como se usa en Holanda, no había cortinas en esas casas, y cuando uno miraba por la ventana del frente, se podía al mismo momento percibir el salón entero y dar un vistazo al exterior por la ventana de atrás», el exterior, es decir, la prisión.
Handke hace así una sátira casi ingenua de la falsa transparencia calvinista, que oculta lo esencial exponiendo lo accesorio, al mismo tiempo que anuncia el tema principal de Alrededor del Gran Tribunal: la « tele-verdad», esa verdad que estamos convencidos de poseer, mientras que solo tenemos reflejos a través de pantallas, sin tener ninguna experiencia directa.
De la misma manera, en el transcurso del juicio de Milosevic, observa que la mirada se encuentra invenciblemente atraída por el dispositivo omnipresente de pantallas que lo ponen en escena, y que se reflejará en su momento en la pantalla de televisión de cada hogar. Tampoco denuncia la falta de credibilidad de los testigos bosniacos o croatas de masacres serbias (salvo, cita un caso (concreto de falso testimonio en el juicio del serbio Novislav Djacic, condenado por un tribunal de Múnich por hechos que habían ocurrido muy lejos de allí, con una simple aserción): observa más bien, sobre el terreno, en su hotel, un testigo kosovar, que Handke describe cuando regresa a un grupo de compatriotas, después de su declaración en el Tribunal: “Estallaron saludos a su llegada; de todos lados, los brazos se levantaban con el puño en alto; siguieron risas aliviadas y charlas animadas, durante horas –¿Como después de un examen aprobado? Mirada muy luminosa del testigo. Nunca antes yo había visto a alguien mostrar sus dientes de esa forma, ni siquiera a Fernandel.”
O bien, opone el “estilo” de las fotos, patéticas, mostrando a refugiados « víctimas » y las, menos comunes, de refugiados serbios: “ ¿Por qué esos serbios no eran, por así decir, nunca mostrados en grandes planos y casi nunca solos, sino casi únicamente por pequeños grupos y casi exclusivamente a media distancia, sí, en segundo plano, desparecían justamente y casi nunca tampoco, a diferencia de los croatas o musulmanes sufrientes con la mirada dolorosa apuntada en la cámara, aunque mirando hacia el piso, como conscientes de ser culpables ? ¿Cómo una tribu extranjera? – o ¿cómo demasiado orgullosos para posar? ¿O demasiado tristes para eso?”
El subtítulo de Viaje invernal era, en la edición en alemán, “ Justicia por Serbia “ (Handke lo suprimió en la edición francesa porque “hacer justicia al escribir, es demasiado evidente : se entiende por sí mismo”); podría haber sido “Justicia por lo real” o “Justicia por la escritura” : en Handke, que lucha contra la palabrería mediática, “cada párrafo habla y trata de un problema de la representación, de la forma, de la gramática, de la veracidad estética y eso como desde siempre, en mis libros”, leemos en el Prefacio al Viaje invernal. No se trata solo de los serbios, sino de la posibilidad para cada uno de tener acceso a lo real, si no (es imposible) de carne y hueso, por lo menos a través de un lenguaje trabajado para minimizar su inevitable opacidad. Por eso, el Premio Nobel otorgado a Peter Handke es indiscutiblemente merecido.