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La fragata Méndez Núñez: retirada simbólica de otra guerra virtual

FELIPE SAHAGÚN 15 mayo 2019
La decisión del Gobierno deja clara su oposición a la estrategia de acoso emprendida por Donald Trump al retirarse del pacto nuclear con Irán.

El Gobierno español ha hecho bien retirando la fragata ‘Méndez Núñez’ del grupo aeronaval ‘Abraham Lincoln’ en el Mar Rojo, antes de entrar en aguas del Golfo. Mejor que siga su rumbo en recuerdo de los 500 años de la primera circunnavegación del mundo que arriesgarse a un choque militar con Irán.
Aunque España ha dependido militarmente de EEUU desde 1953, hasta 2004 -con el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero en el Gobierno y José Bono en Defensa- no puso fragatas españolas en grupos de combate estadounidenses.
Fue una de las concesiones para compensar el error de la retirada unilateral de Irak. Otra fue aumentar nuestra misión en Afganistán y la cooperación judicial, policial y de los servicios secretos con la Administración Bush.
Es un gesto simbólico, pues no representa ni el 0,1% de la fuerza desplegada por EEUU en la región, pero deja clara la oposición española a la estrategia de acoso emprendida por Trump hace un año, cuando se retiró unilateralmente del acuerdo nuclear con Irán.
No se da en esa estrategia la condición principal -amenaza inminente y grave para la seguridad nacional de EE.UU. y/o aliados- que justifique las medidas de Washington.
Retirándose del pacto que entró en vigor en enero de 2016, reactivando las sanciones levantadas por Obama, intensificando la presión diplomática (en abril declaró organización terrorista a la Guardia Revolucionaria iraní, la primera vez que lo hace contra el brazo armado de un Estado), amenazando con enviar 120.000 soldados a la zona, trasladando un buque con misiles Patriot y bombarderos B-52 al Golfo y desplegando un grupo aeronaval, la Administración Trump pretende obligar a Irán a renegociar el acuerdo, renunciar a su programa de misiles balísticos y a poner fin a su apoyo a grupos como Hizbulá en Siria y los hutíes en Yemen.
Con sus acciones, Trump desafía abiertamente no sólo el derecho internacional y a sus dos graves adversarios estratégicos (Rusia y China, decididos a seguir apoyando a Irán), sino a India y a sus principales aliados europeos, y da oxígeno a Arabia Saudí y a Israel en su pulso con Irán por la hegemonía regional tras la destrucción de Irak.
Forzar a Teherán a elegir entre la humillación o la proliferación nuclear es una pésima noticia para el régimen de no proliferación nuclear. Lanza a otros proliferadores como Corea del Norte el peor de los mensajes: si aceleras tu programa nuclear, te premian; si cooperas, negocias y aceptas inspecciones estrictas, van a por ti y te humillan.
Seguir navegando bajo el mando estadounidense hacia aguas iraníes era, como reconoció ayer el ministro español Josep Borrell, “entrar en arenas movedizas”
Para España, que desde Suárez a Sánchez, en todos los gobiernos socialistas y populares, ha mantenido buenas relaciones con Irán (un equilibrio muy delicado debido a las alianzas y a las fructíferas relaciones con los peores adversarios de los ayatolás), el riesgo de choques militares directos con Irán, aunque fueran simples escaramuzas, podría tener un coste igual o más alto que el apoyo a Bush en la invasión de Irak en 2003.
El 2 de mayo Trump dejó expirar la moratoria de seis meses acordada en noviembre pasado en la imposición de sanciones a cinco países (India, China, Japón, Corea del Sur y Turquía) por seguir importando casi todo el petróleo exportado hoy por Irán, que ha caído de unos 2 millones a menos de 1,5 millones de barriles diarios desde entonces, tras el restablecimiento de sanciones por Washington.
Desde hace años EEUU ha ignorado o apoyado los ataques aéreos de Israel en Siria contra objetivos iraníes y del brazo armado de Hizbulá, incluido en la lista de organizaciones terroristas tanto de los EEUU como de la UE.
Desde su elección en 2016 Trump ha estado abiertamente con Arabia Saudí en su campaña militar en Yemen contra las fuerzas pro-iraníes y ha vetado todos los intentos del Congreso por limitar o prohibir la exportación de armas estadounidenses a Riad.
El 8 de mayo el presidente iraní, Hasan Rohani, declaró que, en respuesta a las hostilidades de EEUU, Irán deja de limitar, como aceptó en el pacto con las grandes potencias, a 300 kilos sus depósitos de uranio enriquecido y a 130 metros cúbicos sus reservas de agua pesada. Lo más importante: si en 60 días no recibe ayuda sustancial y concreta de los firmantes del pacto nuclear, ignorando a Washington, Irán se reserva “acciones más importantes”.
Esas medidas pueden incluir saltarse el límite de enriquecimiento de uranio al 3,67%, como aceptó en el pacto nuclear, y empezar a modernizar el reactor de agua pesada de Arak para volver a producir plutonio.
Sin un despliegue masivo de fuerzas, comparable o superior al de la guerra del Golfo (de medio millón a un millón de soldados), ningún general en su sano juicio se atrevería a lanzar un ataque convencional contra Irán, pero Washington e Israel disponen de toda una batería de opciones para estrangular o hacer la vida más difícil al régimen iraní.
Una sería reforzar la presencia militar de EEUU en Oriente Próximo, que se viene reduciendo desde el segundo mandato de Bush. Otras, aumentar las sanciones primarias y secundarias contra Irán y sus aliados regionales e intensificar los ataques cibernéticos, igual o más letales que los convencionales, contra la infraestructura militar de Irán, en línea con lo que se empezó a hacer hace 10 años con el virus Stuxnet.
Si fuera fácil establecer un mecanismo de pago a Irán que los EEUU no pudieran sancionar, al que ayer el ministro Borrell declaró su apoyo, ya estaría en marcha.
A nadie le beneficia una guerra con Irán hoy en el Golfo, pero un país-estado-civilización que ha sobrevivido 7.000 años y que acaba de celebrar los 40 años de su ruptura con los EEUU no va a ceder a amenazas y menos teniendo de su parte a muchos países y el derecho internacional.
Si Europa no le ayuda a salir de la jaula en la que la Administración Trump intenta encerrarle como hizo con el Irak de Sadam Husein en los años 90, buscará otras salidas, lo que ha hecho siempre.
No hay ninguna prueba de que las explosiones en cuatro buques denunciadas por los Emiratos anteayer en su puerto principal de Fujaira (el primer ataque de este tipo desde 2010 en la región) o el ataque con drones denunciado por Arabia Saudí ayer contra dos puestos de bombeo de crudo sean obra de Irán, pero Washington no ha esperado a tenerlas para señalar a Teherán como culpable. ¿Volvemos a las mentiras de Irak?