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Argelia y el escenario a la egipcia

Laurence Thieux y Miguel Hernando de Larramendi 12 marzo 2019 
En una entrevista realizada en 1965, tras del golpe militar encabezado por el coronel Huari Bumedien, el joven Abdelaziz Buteflika decía: “Sólo el pueblo argelino es histórico y es el único que puede pretender serlo”. Ironía de la Historia, el pueblo argelino está recuperando su rol frente a un régimen que acaparó también esta renta histórica para sostenerse en el poder.

El anuncio del presidente Buteflika del aplazamiento de las elecciones convocadas para el 18 de abril y la retirada de su candidatura ha sido recibido como una primera victoria por el pueblo argelino. Las protestas populares, protagonizadas por los jóvenes contra el quinto mandato de Buteflika -aunque no sólo contra él- han sido inesperadas e inéditas en la Historia de Argelia desde el logro de su independencia. Lo han sido tanto por su alcance geográfico como por su carácter pacífico y sostenido en el tiempo. Las manifestaciones que desde el viernes 22 de febrero de 2019 vive Argelia casi a diario no sólo han tenido lugar en la capital, Argel, sino también en ciudades como Annaba, Constantina, Orán, Bejaia, Tizi Uzu, Bouira o Ouargla. Desde hace tres semanas, las protestas han sido apoyadas por los jóvenes, pero también por la clase media argelina (abogados, periodistas, jueces…) contra la farsa de una candidatura fantasma percibida como un claro insulto y una humillación insoportable.
En cierto modo, la candidatura de Buteflika a un quinto mandato presidencial, pese a su estado de incapacidad desde que en 2013 sufriera un accidente cardiovascular, ha sido la gota que ha colmado el vaso. Vivida como una humillación colectiva, ha actuado como catalizador de una protesta de carácter transversal. Esta agenda reivindicativa ha permitido superar las contradicciones y fragmentación de una sociedad atravesada por muchas fracturas ante el objetivo compartido de acabar con la mascarada de una reelección de un presidente incapacitado.
Frente a este movimiento popular sin precedentes, la respuesta de Buteflika que afirma ahora que nunca se había planteado un quinto mandato busca ganar tiempo después de años de parálisis. La desconexión de los clanes aferrados al poder con la sociedad les incapacita para escuchar y comprender sus reivindicaciones. La apuesta del régimen sigue siendo tratar de ganar tiempo, controlando el timing de un proceso de transición con Buteflika todavía en la Presidencia a través de una conferencia nacional, que no una Asamblea Constituyente, encargada de la redacción de una nueva constitución. Este ejercicio complejo en el que aflorarán agendas diferentes puede hacer resurgir las divisiones. Además el marco cronológico de este proceso podría alargarse más allá de 2019 situando la próxima cita para elegir nuevo presidente en 2020. Con un calendario diseñado y controlado el régimen apostaría, una vez más, por el desinflamiento de las movilizaciones. Todo apunta a que este cálculo podría ser erróneo y, en cualquier caso, arriesgado si las reformas anunciadas ayer no se materializan pronto.
La evolución de los acontecimientos pone de manifiesto que la posición del ejército y de los servicios de Inteligencia sigue siendo decisiva. Actores clave del sistema, su actuación dará lugar a reajustes en los equilibrios de poder entre los clanes y grupos de intereses que se benefician del sistema. El nombramiento del hasta ahora ministro del Interior, Nuredin Bedui, como primer ministro apunta en esa dirección. La persistencia de las protestas haría que un escenario “a la egipcia” -como cuando en 2011 las fuerzas armadas de aquel país sacrificaron al presidente Mubarak- siga siendo una opción para el régimen si la presión en la calle continúa. Esta transición pilotada por el régimen trataría a través de las concesiones políticas acallar la contestación en la calle y dividir el frente unido de las protestas. El ejército supervisaría un proceso que más adelante podría ser reversible. En esa dirección habría que enmarcar el giro discursivo que hizo el jefe del Estado Mayor, Gaid Salah, sustituyendo las referenciasa la necesidad de garantizar la estabilidad y a la manipulación exterior por un mensaje en el que destacaba la convergencia de intereses entre el ejército y el pueblo argelino.
La respuesta del régimen parece una vez más insuficiente: por un lado renuncia a un quinto mandato de Buteflika pero prolonga su presidencia. El sistema se mantiene en pie. La incógnita es si con esta respuesta se conseguirá resquebrajar el carácter unitario de las protestas, en el que reside su fuerza.
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Laurence Thieux es profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid. Miguel Hernando de Larramendi es director del Grupo de Estudios sobre las Sociedades Árabes y Musulmanas (GRESAM) en la Universidad de Castilla-La Mancha