General

Entrevista realizada por Abby García al profesor universitario venezolano José Luís García.

Abby García
Segunda Parte. 


AG._ ¿Cómo cree usted que se puede solucionar este conflicto sin la necesidad de una intervención extranjera? ¿Es el diálogo entre el gobierno y la oposición venezolana una opción para el país?
JLG._ Aunque no tengo a la vista la fórmula concreta de soluciones si tengo en claro que la intervención extranjera no es una opción, bajo ninguna circunstancia. Toda intervención extranjera en nuestro país está descartada de plano. Tenga la apariencia o forma que tenga e independientemente de dónde provenga. Para nosotros esto será siempre inadmisible. Esta situación de crisis la resolveremos los venezolanos.
Por tanto, si como lo pretenden el imperialismo y sus secuaces, se consumara una agresión armada, máxima expresión del intervencionismo guerrerista, esta no podrá ser considerada jamás como una solución. Sería por el contrario la razón para que el conflicto se acreciente tomando por otros cauces el estado de violencia ya instaurado contra mi país desde el Norte, sin dudas hasta niveles más críticos, dramáticos y devastadores para la sociedad nacional y para toda la región latinoamericana y caribeña, de lo cual no podrá abstraerse ese sector de la población oposicionista sediento de sangre, que cándidamente se imagina poder ser invulnerable a la onda expansiva de una guerra. 
En este sentido, el único camino que debemos seguir, enfatizo, nosotros los venezolanos, de manera soberana, es el que ponga en primer término la vía del diálogo y la paz, basados en las alternativas políticas democráticas y constitucionales. 
Esta debe constituir la única opción aceptada por todos. Es un principio fundamental. Sobre este compromiso central vendrán luego las formas y los contenidos particulares, operativamente, para concretar procedimientos que permitan alcanzar un estadio con grandes acuerdos políticos imprescindibles, que giren alrededor de los intereses de las mayorías, buscando un mejor clima de convivencia política y tomando decisiones de verdadero carácter nacional, convocando el mayor consenso posible. Hay que luchar por ello aunque hoy esta proposición parezca un escenario imposible. Esta búsqueda responsable no puede limitarse a las estructuras partidistas del sistema político nacional, debe involucrar activamente la participación de los sectores sociales organizados del poder popular y la sociedad civil en general. Ya no somos un pueblo que se conforma con ser mero espectador.
Rechazamos de plano la posibilidad de que ese urgente proceso de diálogo, invocado por las fuerzas más racionales y anti guerra de la nación, con apoyo de gobiernos amigos de la región, con el apoyo de múltiples movimientos sociales de avanzada de todo el mundo, sea convertido en una negociación exclusiva de élites, donde el gran ausente sea el pueblo trabajador venezolano, en nombre de la precariedad de la situación. Esta es una premisa de honor en esta posibilidad de soluciones, en el corto y el mediano plazo, fundamentada en el carácter protagónico y participativo que consagra nuestro sistema democrático bolivariano. 
AG._ El presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro, ha reiterado que no aceptará la ayuda humanitaria que está a las puertas de Venezuela en la frontera con Colombia. ¿Por qué Venezuela no debería aceptar esta supuesta ayuda humanitaria?
JLG._ Sugiero colocar la frase “ayuda humanitaria”, así, entre comillas. Lo que con esa etiqueta propagandística ofrece el gobierno de Trump es cualquier cosa menos ayuda de tipo humanitario. Basta ver sus declaraciones y las de sus voceros más cercanos para descifrar sus verdaderas intenciones. No procuran traer ayuda, ni tienen ningún interés en auxiliar a nadie, dentro del cuadro de precariedad actual soportado por una parte importante de nuestro pueblo, cuya situación como antes afirmamos ha sido provocada sistemáticamente por ellos mismos, en su desespero por derrocar al gobierno de Nicolás Maduro. Como deben advertirlo todos, el objetivo central es la destrucción del proceso revolucionario bolivariano, como derivación lógica de la estrategia geopolítica imperial actual, mediante la aplicación de una táctica infame de asfixia de la población más vulnerable, para socavar el significativo apoyo popular con el que cuenta. Quienes provocan nuestro drama no podrán ser jamás los mismos que nos ayudarán. 
La supuesta ayuda es un inescrupuloso instrumento para arreciar la confrontación y con ello la crisis. Eleva a su máxima expresión los niveles del injerencismo directo en los asuntos internos de Venezuela, con la complicidad antipatriótica de los dirigentes de la oposición tarifada y sus seguidores ganados por el odio. Es una provocación para inducir algún evento irregular en cualquier lugar, con preferencia en las fronteras, para entonces acusar al Gobierno venezolano y justificar un casus belli lo que supone un nivel superior de agresión contra el país. Se trata de un juego macabro que está totalmente descubierto. Si alguien no lo ve es porque no quiere. 
Las múltiples medidas de agresión, políticas y económicas, tomadas por el Estado norteamericano contra Venezuela, en particular en los últimos 5 años, han contribuido decididamente a provocar un profundo efecto de deterioro en nuestra economía, que se expresa fundamentalmente en indicadores negativos como los referidos a la producción nacional, empleo, salario, inversiones productivas, poder adquisitivo, exportaciones e importaciones, acceso a los productos y servicios básicos, inflación, deterioro del Bolívar ante la continua devaluación monetaria también inducida, entre otras muchas consecuencias directas, con una profundidad destructiva inusitada. 
Tienen gran impacto en la vida de todos pero particularmente en la parte de la población socioeconómica más frágil: los trabajadores y los sectores más humildes de nuestro país. Su implacable ejecución táctica ha logrado tener “éxito”, devastando las condiciones materiales de existencia del pueblo. Pese a la heroica resistencia conscientemente demostrada por las mayorías, ha ganado terreno político el descontento, y dentro de él una corriente de entreguismo, la desesperación y muy peligrosamente el fanatismo político de derecha ¿Cuántos de mis connacionales están prestos en estos momentos a respaldar “soluciones” extremistas tipo extirpación política, operaciones terroristas de “limpieza”, dirigidas por el poder norteamericano contra el movimiento popular, solo porque éste osó apoyar el sueño de la transformación social? 
En un mundo virtualmente interconectado cualquiera puede saber hoy cómo en el sistema diplomático global existen un conjunto de protocolos y regulaciones, definidos por diversos organismos multilaterales, interestatales o privados, que rigen toda iniciativa de ayuda humanitaria auténtica. Por ejemplo, los que establece las Naciones Unidas, la Cruz Roja o de la Media Luna Roja. Tales parámetros, concepción y contenidos han sido desconocidos por el poder yanqui. Con el agravante de que pretenden introducir “su ayuda” (para un factor privado) de manera forzosa por nuestras fronteras nacionales, desde Colombia y Brasil, atropellando de plano nuestra soberanía. Se trata de una acción provocadora para avivar escenarios de tensión tendientes a vulnerar la lealtad popular y de las Fuerzas Armadas Bolivarianas hacia la Constitución y el Proyecto Bolivariano, lealtad que hoy pasa sin lugar a dudas por mantener la unidad política alrededor de la legitimidad y la legalidad del Gobierno Nacional, inclusive si se sostiene el mayor tono de crítica contra él. Todo lo demás es hacerles el juego a los agresores imperiales. 
Por estas razones considero que por elemental aplicación de las obligaciones constitucionales del Estado venezolano, referidas a la protección de los principios de soberanía y de independencia nacional, el Gobierno de Maduro hace lo necesario y lo correcto en este caso, al no autorizar ninguna intervención extranjera disfrazada de ayuda humanitaria, en el marco de la crítica coyuntura actual. En esto estamos firmes, ofreciendo nuestro modesto apoyo. 
AG._ Constantemente en los grandes y pequeños medios de comunicación escuchamos y leemos sobre la grave crisis económica que acarrea a la nación venezolana. Unos se inclinan por el discurso del gobierno venezolano, el cual glosa de que ésta ha sido provocada por el gran bloqueo y embargo económico al cual ha sido sometida Venezuela, en primera instancia, por los EEUU, y otros se inclinan hacia el discurso de la oposición venezolana de que la crisis económica es parte de la corrupción y el robo de divisas por el gobierno venezolano. ¿Qué nos puede decir usted al respecto?
JLG._ Frente a este dilema he intentado procurarme de una respuesta consistente partiendo de una observación múltiple de esta desafiante situación que vivimos. Considero que si utilizamos un sentido más agudo en la lectura del conflicto podríamos señalar que vistas así, como están planteadas en la pregunta, ambas posiciones extremas, en esencia, son parciales e interesadas, por tanto, tienen el defecto de sesgar la posibilidad de producir un contenido explicativo más complejo de la crisis actual. 
La situación requiere que hagamos un máximo de esfuerzo para evitar juicios restringidos de la realidad históricamente existente. Concurren ante nosotros grandes impedimentos para hacer razonamientos con más agudeza, estando condicionados pero también tan abrumados por la fuerte influencia de una agenda política inmediatista, infinitamente manipulada por el poder mediático hegemónico, priorizada sobremanera por los resortes de las relaciones de poder, por ese tipo particular de racionalidad humana que es desarrollada cuando lo que priva es la disputa por el poder, inducida tanto por parte de sectores de la dirección del gobierno como por parte de las fuerzas extremistas de la oposición.
Como lo adelanté en la primera parte de esta entrevista, estoy más inclinado, en este caso, a intentar una interpretación más crítica del asunto, no complaciente, pese a una identificación política personal con el proceso bolivariano que está por encima de mis propios cuestionamientos críticos. Por eso podría decirse que suscribo una visión que parece poco compartida, que no es muy popular, por incómoda, valorada así con frecuencia, a priori, por los seguidores polarizados de ambos bloques sociopolíticos. Repito, es un camino de discernimiento incómodo pero necesario, porque a través de él he estado aspirando trascender, analíticamente hablando, el paradigma simplista dominante que trata de explicar en clave política lo que sucede en Venezuela, determinándola o como una “dictadura” o como exclusiva injerencia imperial. 
Está planteada para la mayoría de la sociedad venezolana alcanzar nuevos escenarios sociopolíticos, urgentemente. Para vivir en mejores condiciones, con la humana condición al “derecho de vivir en paz”, como cantó Víctor Jara. La suerte que correrá esta suprema aspiración para mi pueblo dependerá en mucho de los resultados de esta gigantesca batalla de ideas, que subyace en el enfrentamiento político, visible en las manifestaciones superficiales del conflicto. Si miramos bien la situación, descubriremos como en ella se está expresando abigarradamente la lucha de clases. De sus entrañas surge la fuerza de un pensamiento político con mayor conciencia social e histórica, que será la base de nuestro futuro. Es un aprendizaje político invalorable. 
Sin embargo, aquel paradigma simplificador crece continuamente, se proyecta incesante en la polarización política y parece ser mutuamente aprovechado por sectores particulares de los bandos opuestos. El intento por superarlo tiene sus riesgos (Nada inédito por cierto). En este camino se busca incorporar al análisis sociopolítico, no sin dificultad, el concepto de totalidad del materialismo histórico, como categoría comprensiva ventajosa para el abordaje de un fenómeno sociohistórico que como sabemos contiene complejas aristas en su desarrollo. En ese esfuerzo estamos. Estas reflexiones son parte de tal modesta indagación.
Al intentar ser consecuente con ello no podemos señalar causas determinantes, únicas, acerca de la crisis venezolana. Parece más pertinente para esta comprensión lograr la identificación de ese entramado de aspectos existentes, sus interrelaciones, al modo de una relación dialéctica (me permito el término). Ese todo sistémico que por sus cualidades es profusamente dinámico y singularmente contradictorio. Donde cada aspecto y cada elemento concurrentes desempeñan diferentes roles. Todos generan consecuencias en la situación y dentro de ella intervienen de manera activa las acciones del gobierno nacional en general como el accionar de los factores político-económicos vinculados al gran capital neoliberal globalizado. 
En resumen, se trata de un proceso donde se expresan ambos bloques de fuerzas políticas, contradictoriamente coligados, en la defensa de principios y programas opuestos, pero al mismo tiempo, de intereses y privilegios también particulares. 
Hecha esta breve consideración, un tanto teórica para esta entrevista, pero a mi parecer necesaria, esbozo una conclusión general. Como síntesis preliminar cabe señalar la existencia de una suerte de extraña confabulación entre ambos bloques sociopolíticos e ideológicos, determinada como una cualidad singular percibida en torno a este conflicto concreto, en un proceso que se ha estado gestado progresivamente, marcando una relación de mutua realimentación, que significaría la descripción de un extraño círculo vicioso del fenómeno político. 
Entendemos que la idea sugerida por si misma suena como una especulación insólita, pero la perspectiva planteada podría resultar analíticamente fructífera. Si fuera cierta la existencia de esta extraña confabulación nos resulta difícil suponer que sea parte de un plan intencional, conscientemente concebido, por estos dos bloques, que como antes señalé, son mutuamente excluyentes desde el punto de vista político y programático. 
Esta condición, vista como una hipótesis de partida, para profundizar en la valoración de la especificidad de la crisis, ha estado desencadenando esta especie de “tormenta perfecta” en las dimensiones política, social y sobre todo económica, instaurada brutalmente sobre todo el ámbito de la nación venezolana. En cuyo espacio en vilo padecen dramáticamente los peores rigores de la crisis las mayorías pobres y excluidas. Espacio donde simultáneamente se ha favorecido la consolidación de relaciones socioeconómicas de carácter abiertamente capitalista (en su versión más precarizante, salvaje, alienante), distante del proyecto socialista y comunal. Consolidando e incluso expandido el poder y el patrimonio de esa vieja burguesía parasitaria nacional y, paradójicamente, contribuido también a la formación de nuevos brotes de clases explotadoras, al amparo del ya crónico modelo de acumulación improductivo basado en la renta petrolera (Que casi no ha sufrido variación histórica alguna desde que el petróleo transformó nuestro patrón económico nacional en las primeras décadas del siglo XX) y de las políticas sectoriales económicas del Estado, aplicadas de modo continuo durante la etapa en cuestión.
En consecuencia y a este tenor podemos afirmar sucintamente: vivimos en un inusitado campo de batalla multidimensional, que tiene el tamaño del país. Donde la contingencia y la incertidumbre han sido impuestas y en tales condiciones tumultuosas tenemos que provocar alternativas de soluciones. 
En esta confrontación total y constante el imperio y el oposicionismo local han hecho lo indecible para lograr quebrar los esfuerzos de la revolución bolivariana, su proyecto original de emancipación económico-política y su programa de conquistas históricas. Con ese enorme poder simbólico a disposición todo indica que como enemigos no cesarán en su empeño atroz por derrocarla, en nombre de sus consignas vacuas de “libertad” y “democracia”. Todo dirigido para hacerse de nuevo del poder político que le arrebató el pueblo hace veinte años a las élites.
Por su parte, el gobierno nacional, como parte sustantiva y concreción del nuevo poder político revolucionario, que se formuló con la Constitución Bolivariana del año 1999, a pesar de que ha obtenido importantes logros en diversos campos, destacándose, en este contexto, la colocación de lo humano (el Hombre) y no el capital como el centro del sistema sociopolítico, y por otro lado, pero consecuencia de aquello, la tan poco valorada redistribución de la riqueza social lograda, por conducción de la gestión del Estado-Gobierno. Ese mismo poder que también es responsable de una gestión pública global lamentable, vinculada a un fenómeno de ingobernabilidad sistémica, marcado por la incompetencia, la ineficiencia, la improvisación, el burocratismo y la corrupción, principalmente. Por este efecto, considero que ningún rasgo positivo, de los muchos alcanzados por el humanismo político oficial ejercido en este periodo, logra hacerle perder relevancia a los modos de percepción negativos generalizados que se hace la ciudadanía del país acerca de la revolución y de su gobierno. 
Según he escuchado decir a los entendidos en “crisis”, ésta, la venezolana, no tiene parangón en la Historia ¿Será cierto? Si así fuera, las soluciones necesariamente tendrán que ser también novedosas, o sea, sin parangón. Pero debemos apurarnos en producirlas porque hay demasiado que perder. 
Finalmente, me despido agradeciendo la oportunidad para expresarme que me ha dispensado este medio, pidiendo que a la hora de pensar, y tomar partido, en este conflicto, nadie ignore el gigantesco peso que ejerce la política criminal imperialista de asedio, bloqueo económico y sanciones unilaterales contra la nación venezolana. Solo nos resta convocar la sensibilidad y la voluntad solidarias con la Revolución Bolivariana de todos los pueblos del mundo amantes de la justicia, la democracia y la paz.