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El ‘sexo débil’ en clase: por qué los chicos sacan peores notas

BERTA G. DE VEGA 13 FEB. 2019
«Es un escándalo», decía recientemente la pedagoga sueca Inger Enkvist ante la pregunta de qué medidas se están tomando para paliar la brecha de género en el fracaso escolar. En este caso, masculina. Y es que no se está haciendo nada, pese a que los datos están ahí desde hace años.

«Es un tabú», coincide Mariano Fernández Enguita, uno de los sociólogos de la educación de referencia en España. También usó la palabra «tabú» Mary Curnock Cook, la ex directora de UCAS, la plataforma de admisión a las universidades británicas, cuando hace unos meses habló del fracaso escolar masculino. Igual que Enkvist, lo describió como «un escándalo» que se ha «normalizado» porque «no está de moda hablar de él».

Se trata de un problema occidental que, en España, es aún más acusado. Hace unos días, el Ministerio de Educación se congratulaba de cómo se había reducido el abandono escolar en España. Según sus propias estadísticas, el 83% de las chicas acaban la ESO, frente al 73% de los chicos. Una brecha de 10 puntos que, sin embargo, no acaba de preocupar.
¿Está condenado el masculino a ser el sexo débil en lo académico? «La desigualdad entre hombres y mujeres va a ser más grande que entre ricos y pobres», advertía Curnock en noviembre en Reino Unido, un país que, junto con Suecia, ostenta el récord de mujeres en la universidad, ya por encima del 60%.
El informe PISA también ha estudiado las diferencias por género y muestra que, en general, los chicos de 15 años alcanzan un rendimiento menor que las chicas de la misma edad. En 2012, el 14% de los chicos no consiguieron el nivel básico de rendimiento que considera este estudio en ninguna de las tres áreas evaluadas (lectura, matemáticas y ciencias), por un 9 % de las chicas
«Las causas de este bajo rendimiento de los chicos en el colegio o instituto son diversas y muchas están relacionadas con diferencias de comportamiento», explicaba el informe. «Por ejemplo, los chicos emplean una hora menos que las chicas en hacer los deberes en casa y cada hora de deberes se traduce en cuatro puntos de distancia en el rendimiento, tanto en la prueba de lectura como en la de ciencias y la de matemáticas».
Esa era la explicación. En su informe sobre la lectura por placer, queda claro que son las niñas las que más leen sin que las obligue nadie y, según la OCDE, la diferencia va aumentando. Mientras, los chicos juegan mucho más a los videojuegos.
Fuentes del ministerio de Educación rehusaron ahondar en el problema: «Entre nuestros objetivos está la mejora de las perspectivas educativas de todo el alumnado. En el anteproyecto de ley que está ultimándose hay medidas dirigidas a disminuir los índices de abandono educativo».
En EEUU o en Australia llevan estudiando el fenómeno lustros, mientras en España apenas recibe atención. María Calvo, profesora titular de la Universidad Carlos III de Madrid, se ha dedicado a analizar a fondo este problema prácticamente en solitario. El informe del Consejo Escolar del Estado de 2012 ya pedía investigación y medidas, después de ofrecer los datos de la brecha de género en fracaso escolar y abandono. En concreto, su propuesta 32 instaba a «realizar un análisis riguroso de los factores que causan estas diferencias de género en los resultados del sistema educativo» y «adoptar medidas orientadas a la reducción de dichas diferencias».
En Australia, una recomendación similar se dio a principios de 2000 en el Parlamento y se puso en marcha un programa específico para mejorar los logros de los niños en el colegio. Después, se realizó una evaluación de los indicadores y, a la vista de los resultados, se recomendó seguir con el programa.
EL 83% DE LAS CHICAS ACABA LA EDUCACIÓN OBLIGATORIA. ENTRE LOS CHICOS, LA TASA CAE HASTA UN 73%
María Calvo se tomó en serio la propuesta. «Me he presentado a proyectos de investigación de la universidad, del ministerio, de fundaciones y nada», explica esta experta, que publicó La masculinidad robada (Editorial Almuzara) en 2011. «Los problemas de los niños no interesan. Si faltan chicas en carreras tecnológicas, se hacen programas, campamentos, estudios, congresos… Pero si son ellos los que tienen problemas, no se hace nada. Yo he llegado a leer que la causa es que los varones son más vagos».
Calvo opina que la extrema feminización de la profesión docente en Infantil y Primaria (83% de mujeres, según datos del Ministerio) puede ser una de las causas de este mayor fracaso, por la falta de referentes para los chicos. Ella es de las pocas que no ceja en el empeño de divulgar el problema: «Las niñas, ahora mismo, se comprometen más académicamente, pero las Administraciones o no son conscientes o no quieren ver esta problemática y he tenido que leer artículos en los que se dice que es culpa de los niños por prestar menos atención».
Fernández Enguita ha sufrido en carne propia este desinterés notorio, por no hablar de ocultamiento del problema. Hace poco, escribió un prólogo nuevo al libro Las primeras maestras, de su colega Sonsoles San Román, con motivo de su quinta edición. «No cabe ignorar por más tiempo que las dificultades escolares se concentran hoy en los adolescentes varones, ni el cuerpo creciente de literatura que señala el conflicto entre su desarrollo personal y la vida y la cultura escolares», rezaba su texto. «Tampoco parece de recibo cerrar los ojos ante la desaparición de los hombres, varones, de las primeras etapas del sistema escolar. Las mujeres son ya el 98% del profesorado de educación Infantil y el 82% del de Primaria».
¿Qué respuesta recibió? ¿Quizás una propuesta de la editorial para abordar un asunto tan interesante? Nada más lejos. Lo que ocurrió es que se censuró el prólogo. Tal cual. No lo querían. No aportaba.
El sociólogo cree que, al igual que las maestras fueron cruciales como referentes para que las niñas siguieran estudiando, puede que algunos varones necesiten como ejemplo a maestros. La brecha de género se acentúa en los estratos sociales más desfavorecidos y, en ocasiones, Enguita incluso ha abogado porque los niños gitanos tengan maestros de la misma etnia como espejo en el que mirarse para reducir el fracaso escolar y el absentismo.
La brecha comienza a los 12 años, se acentúa a los 14 y todavía más a los 15, en plena pubertad. La edad del pavo les sienta peor a ellos, al menos académicamente. Por eso, en este debate se cuela irremediablemente la posibilidad de que la educación diferenciada sea una opción para que los chicos se distraigan menos en esas clases, se porten mejor y maduren a su propio ritmo.
Esta discusión sosegada es imposible en un país en el que ese tipo de escuelas directamente se asocia al Opus Dei o los Legionarios de Cristo. En EEUU, en cambio, Arne Duncan, secretario de Estado de Educación con Barack Obama, no dudó en impulsar colegios con todo tipo de fórmulas para luchar contra el fracaso escolar, incluida la educación diferenciada. Según The New York Times a mediados de los 90 sólo había dos colegios públicos unisex. En 15 años, ya hay 500 centros que, en algunas asignaturas, si no en todas, dividen a los niños y a las niñas.
Tanto Calvo como Fernández Enguita creen que puede haber un factor de incomprensión de las maestras hacia los niños varones, que son más físicos que las niñas, más verbales. «Se ve en el acoso», explica el sociólogo. «La violencia de los chicos es física, de empujones, y la de las chicas es más psicológica. La de ellos se ve, la de ellas es más difícil».
Y las expulsiones, sobre todo a los niños, son un escalón hacia el abandono definitivo de los libros. También hay mayor proporción de varones diagnosticados con trastorno de déficit de atención e hiperactividad.
Al asunto del fracaso escolar sí que se le ha dedicado multitud de estudios. Es verdad que en todos se suele resaltar que afecta más a los varones, pero no se extienden sobre las causas. «El entorno socioeconómico influye y, en sitios con mucha hostelería y construcción, los niños tienen preferencia por profesiones que no requieran estudios muy largos, con salidas laborales rápidas», explica Fernández Enguita.
LOS CHICOS ASPIRAN A SER MESSI, NADAL O RONALDO. ELLAS, EN CAMBIO, CITAN A SU PROFESORA COMO EJEMPLO
«La investigación de asuntos educativos está dominada ahora por el feminismo y eso limita los temas y las perspectivas», se quejaba hace unos meses la ensayista y académica británica Joanna Williams en un artículo. «En vez de evaluar la naturaleza y el significado del éxito femenino y cómo se están creando nuevos nichos de desigualdad de género, los investigadores buscan las pocas áreas en las que todavía las mujeres pueden decir que están en desventaja»,
La filósofa Christina Hoff Sommers escribió en el año 2000 el reportaje La guerra contra los niños en la revista The Atlantic. Más tarde, se animó con un libro del mismo título. En él, mantiene que ahora mismo las maestras empiezan a tratar a los niños como «niñas defectuosas». Suele poner de ejemplo a Australia y también sabe que sigue siendo un camino complicado porque hay quien no ve un problema en esa disparidad que, hace décadas, era desfavorable para las niñas.
¿Qué dicen los padres y sus hijos? Pilar Romero, madre farmacéutica de dos niñas y un niño, cree que su hijo «va más por libre y la forma de aprendizaje está hecha para niñas». Bernal Girón, consultor educativo y organizador de actividades extraescolares de ciencia y tecnología, opina, en cambio, que pesan mucho más las variables socioeconómicas del entorno que el género. Mientras, Belén Denis, de 10 años, lanza una tesis personal: «Muchas niñas quieren ser veterinarias y los chicos, futbolistas y jugadores de baloncesto. Creo que a veces sacan peores notas para que les dejen entrenar mucho».
¿Una teoría infantil? Quizá no del todo. En la encuesta de la Fundación AXA a adolescentes sobre personajes públicos a los que les gustaría parecerse, entre los 10 primeros de los varones había tres deportistas: Lionel Messi, Rafa Nadal y Cristiano Ronaldo. Entre ellas, ninguna, pero sí se colaba como ejemplo «mi profesora».
Poco a poco, parece que el interés crece. Oscar Marcenaro, catedrático de la Universidad de Málaga, ha publicado en Young, una revista británica de investigación de los adolescentes, un estudio sobre el rendimiento académico de los jóvenes andaluces, con datos de la Consejería de Educación. Sus conclusiones: las niñas tienen expectativas académicas más altas, creen que van a seguir estudiando más tiempo, mientras que los niños son más sensibles a los cambios en las circunstancias socioeconómicas de sus familias. Lo constata también PISA cuando recomienda que los profesores den «un mayor apoyo en atender a los alumnos más desaventajados, porque los chicos tienden a hacerlo peor que las chicas en los centros escolares más desfavorecidos».
En su libro Mujeres contra feminismo, Joanna Williams cuenta que, siendo estudiante de un máster de profesorado, preguntó por qué no se atendía al fracaso escolar masculino. Y le contestaron: «A nadie le preocupaba cuando a las chicas les iba peor».
Habrá que seguir investigando. Es un debate abierto. Si no es tabú.