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Primera beatificación papal en tierra “musulmana”: una comunión interreligiosa sin precedentes

NAIMA BENAICHA ZIANI 10 DIC. 2018
Hace aproximadamente un par de semanas, y con motivo de la celebración del nacimiento del Profeta Mahoma, un grupo de musulmanes que, a juzgar por su vestimenta, diría que son pakistaníes, paseaban por algunas calles de la ciudad del Turia aclamando a su Profeta.

Para bien o para mal, fueron grabados por unos ciudadanos “autóctonos” dejando notar su exasperación ante la osadía de este grupo de “beatos” musulmanes al expresar, “libremente”, su fe en un país “libre” pero no musulmán. Como era de esperar, este vídeo se hizo viral y llegó a mis manos. Una amiga, a la que aprecio y mucho, me pidió opinión sobre lo acontecido y se la di. Aprovechando la coyuntura, y con la educación que le caracteriza, esta amiga me preguntó si un país musulmán habría autorizado una manifestación religiosa que no fuera la del Islam. Con humildad, le expliqué la diferencia entre una autorización estatal y una autorización social. Quería que entendiera que, en sociedades de calado religioso, a menudo la presión social prevalece sobre la gubernamental. Nuestra amistad, basada en la tolerancia y el respeto mutuo, le permitió expresar su coraje ante semejante expansión. Debatimos largo y tendido sobre ello, exponiendo tanto nuestros puntos de encuentro como nuestras discrepancias con respecto a la libertad de expresión.

En nombre de Dios, hay que obrar por la paz y no por la guerra.
Dos semanas más tarde y con motivo del asesinato, del que nadie se acuerda, de los “Mártires” de Tibhirine (“jardines” en beréber), un monasterio en las montañas de Médéa, a unos 100 km al sur de Argel, que dieron sus vidas durante la sangrienta guerra terrorista del decenio negro en Argelia, 22 años más tarde, el gobierno de este país, autoriza la celebración de la beatificación de “Monseñor Pierre Claverie y sus compañeros”. Para este evento y una vez comunicada la conformidad papal, se eligió a la explanada bautizada bajo el nombre de “Vivre ensemble”, ubicada en el mismo Santuario de Nuestra Dama de Santa Cruz en Orán, para llevar a cabo la beatificación. Cabe recordar aquí que este santuario cristiano comparte espacio y lugar, desde tiempos remotos (1425), con otro santuario musulmán cuyo santo es uno de los más significativos de la ciudad de Orán; se trata de Sidi Abdelkader “Moul El Jbel” (Sd ‘Abdelqder Ml Al-bal), uno de los adeptos de Al-Amir Abdelkader. Todo un símbolo de convivencia.
Claro está que detrás de cada noticia de este calibre se suele encubrir un interés político, económico o diplomático que a menudo eclipsa la finalidad del mensaje principal. No es mi intención aquí subrayarlos y menos aún destacarlos. Todo lo contrario. Deseo aprovechar este espacio para darle protagonismo al gesto y al acto en sí y a lo que ha supuesto tanto para la comunidad musulmana como la cristiana de la ciudad de Orán que acogió este gran suceso.
La emoción vivida en el día de hoy, el 8 de diciembre de 2018, en las casas y familias oranesas, merece recalcar que ante autoridades locales con el Ministro de Asuntos Religiosos, M. Mohamed Aissa a la cabeza, y con el representante personal del papa Francisco I, el Cardenal Angelo Becciu, familias de los beatificados, entre las cuales se encontraba la reina Matilde de Bélgica, se llevó a cabo en un ambiente solemne y pacífico, sin lugar a duda, uno de los actos más significativos de los últimos veinte años de la historia de este país. Una iniciativa tan necesaria como útil para difundir la paz en nuestro Mare Nostrum. En mi calidad de ciudadana universal que obra a favor de la convivencia pacífica, no puedo ni debo esperar a que esta magnífica noticia pase desapercibida o muera en el olvido. No puedo ni debo quedarme quieta, indiferente o impasible ante tamaña, necesaria y anhelada iniciativa por lo que tanto Orán como Alicante representan para mi lucha por la convivencia pacífica. Tampoco puedo permitir que su claro y rotundo mensaje caiga en un saco roto. En esta misma línea, apelo a la misericordia que reside en cada uno de nosotros y aplaudir iniciativas como esta, cuyo único fin es premiar la paz. No sería justo ni correcto precipitarse sólo cuando la noticia es sangrienta y con trasfondo islámico. Mucha sangre se ha derramado por culpa de las guerras sucias e inicuas. Muchas almas han sufrido sus más absurdas e irrazonables pérdidas. La vida es sagrada tanto para unos como para otros. La vida de un cristiano, de un judío, de un sufí, de un ateo, de un budista, de un musulmán, de un católico, un chiíta o un sunnita vale por igual o por lo menos debería valerlo.
Sirva este singular acto para que sea el principio del fin de la Guerra de Religiones, el principio de una nueva era de tolerancia. Rogamos sirva de ejemplo y que no sea el único.