Puerta a puerta para combatir al mayor asesino de niños
TERESA GUERRERO 25 SEP. 2018 |
De lunes a viernes, Zinabwa Moges (30 años) se levanta temprano, prepara el desayuno para su marido y sus dos hijos, de 11 y cuatro años, y va caminando hasta el puesto de salud de Howolso, una pequeña población de Etiopía situada a unos 10 kilómetros de Leku.
Es una de las 38.000 trabajadoras sanitarias que atienden a los habitantes de áreas rurales que, hasta hace unos pocos años, al no tener un centro sanitario al que poder llegar a pie, sólo iban al médico o llevaban a sus hijos cuando los síntomas parecían graves.
Zinabwa compagina el cuidado de su hogar con su empleo en el Gobierno, a través del cual presta servicio a la comunidad desde hace 11 años: “Cada vez más mujeres etíopes trabajan fuera de casa para buscar ingresos que les permitan mantener a sus familias”, explica esta trabajadora sanitaria, embarazada de su tercer hijo. “Espero que sea niña porque con tres hombres en casa ya tengo suficiente”, bromea.
Hoy, sin embargo, será su compañera, Zehara Nuri (34 años), la que se quedará atendiendo a los pacientes que acudan a este pequeño puesto sanitario (health post, en inglés). A Zinabwa le toca ir de casa en casa visitando a las familias para comprobar su estado de salud general y, sobre todo, intentar detectar lo antes posible la enfermedad que más niños mata en el mundo: la neumonía.
“Cuando el niño tose, sus padres suelen pensar que es un resfriado y no acuden al médico hasta que empeora. Y la neumonía se hace mortal en muy poco tiempo”, explica Hayalnesh Tarekegn, responsable del programa de neumonía y diarrea de Unicef, mientras nos dirigimos en un todoterreno al puesto sanitario donde pasan consulta estas dos trabajadoras sanitarias. Nos cruzamos con algunos carros tirados por burros, pero la mayoría de la gente se desplaza caminando y no dispone de medio de transporte propio para ir al hospital o al centro sanitario más cercano. Sin barro en el camino tardan horas andando pero durante la temporada de lluvias, muchos tramos son casi intransitables a pie.
CUANDO EL NIÑO TOSE, SUS PADRES SUELEN PENSAR QUE ES UN RESFRIADO Y NO VAN AL MÉDICO HASTA QUE EMPEORA. Y LA NEUMONÍA SE HACE MORTAL EN MUY POCO TIEMPO
Hayalnesh Tarekegn, responsable del programa de neumonía y diarrea de Unicef
“Con este sistema de trabajadores sociales nos aseguramos de que la asistencia sanitaria llega a las personas más vulnerables, que son las mujeres y los niños”, dice esta médico etíope, al frente del proyecto que la agencia de la ONU para la infancia ha puesto en marcha en colaboración con la Fundación Bancaria La Caixa para detectar precozmente la neumonía y poder reducir así la escalofriante cifra de muertes. Se estima que más de 900.000 niños menores de cinco años fallecen cada año en todo el mundo por esta inflamación de los pulmones causada, principalmente, por bacterias o virus.
“En casi todos los países la neumonía es el mayor asesino de niños, y la segunda causa de muerte en aquéllos en los que la enfermedad más frecuente es la malaria”, recuerda Tarekegn. En Etiopía, entre el 18 y el 22% de las muertes de niños se deben a esta infección. “En Europa, muchos pequeños también la contraen pero reciben tratamiento enseguida y la cifra de fallecimientos es inferior al 1%”, apunta.
Por eso, las principales herramientas para combatirla son el diagnóstico temprano y la rápida administración del antibiótico amoxicilina: “El tratamiento que Unicef promueve para un menor de cinco años consta de 10 comprimidos y cuesta 24 centavos de dólar (20 céntimos de euro). Si tiene más de cinco años, son 20 tabletas que salen por 42 centavos (35 céntimos)”, detalla Tarekegn. “Resulta muy útil que puedan disolverse tanto en leche como en agua porque tener agua limpia aquí es difícil”.
Además, estos comprimidos disponibles desde hace unos cinco años se conservan durante más tiempo y son más baratos que el jarabe que se ha venido utilizando durante las últimas tres décadas: “Un frasco de jarabe cuesta entre 80 centavos y un dolar. Si no lo terminan, las madres suelen guardarlo para otro de sus hijos pero al no disponer de neveras, el producto se estropea y cuando vuelven a usarlo ha caducado o ha perdido su eficacia”, señala. Para Unicef, añade, reemplazar la compra del jarabe por los comprimidos de amoxicilina supuso un ahorro de seis millones de euros en 2017.
En la actualidad, esta agencia de la ONU compra los comprimidos de amoxicilina a seis fábricas (cinco en India y una en Chipre) que cumplen sus estándares de calidad y ofrecen bajos precios: “Estamos buscando otras compañías pero no hay mucho interés porque es un fármaco muy barato que no da muchos beneficios. Producir medicamentos contra la malaria o el VIH resulta más rentable”, explica.
Las trabajadoras sanitarias como Zinabwa y Zehara son claves para el éxito de su estrategia. No han estudiado medicina ni son enfermeras, pero han recibido una formación de un año para que tengan los conocimientos suficientes para detectar la enfermedad en sus primeras fases, suministrarles la amoxilicina de forma inmediata para iniciar el tratamiento lo antes posible o derivarles a un hospital si la enfermedad está en un estado avanzado.
“Las trabajadoras sanitarias de Etiopía son las más cualificadas de África. Su entrenamiento es el más largo. Lo normal en otros países es que el periodo de formación dure entre dos y seis meses”, repasa Tarekegn. “Es muy importante que hablen el idioma de la población con la que trabajan. Y como suelen vivir en la misma zona y son mujeres, las madres confían en ellas”.
La trabajadora Zinabwa Moges, pasando consulta en una vivienda LUIS TATO / F.B.’LA CAIXA’
Cada día que le toca hacer ronda, Zinabwa visita entre seis y ocho casas. En el primer hogar en el que pasa consulta durante la jornada en la que la acompañamos viven una pareja y sus cinco hijos y se cumple la norma más básica para prevenir la neumonía: la zona de estar y el dormitorio están separados de la cocina y de los animales. La construcción principal es de adobe y tiene dos habitaciones: la sala de estar tiene unas sillas, una mesa con platos y algunos cacharros para cocinar y está decorada con fotos del Real Madrid recortadas de revistas. En el pequeño dormitorio sólo caben las camas con mosquiteras. La trabajadora sanitaria se sienta con la madre y, con la ayuda de un libro con ilustraciones sobre temas de salud, va interesándose por todos los miembros de la familia. En este caso, todos parecen estar en buen estado.
“En general, muere más gente por neumonía en zonas rurales que en ciudadesporque muchas personas duermen en la misma habitación en la que pasan el día. Hay excepciones, como Mongolia, donde la incidencia es mayor en las ciudades porque es un país extremadamente frío en el que la mayoría de la gente vive en slums, en casas sin electricidad y muy pequeñas. Su única forma de calentarse es quemar carbón durante mucho tiempo. En las zonas rurales también lo usan pero las casas son más grandes”, relata Tarekegn.
El principal obstáculo para combatir la neumonía es lo difícil que resulta diagnosticarla en países con recursos tan limitados como Etiopía: “Un niño que tose y tiene fiebre puede tener malaria, neumonía, tuberculosis o un resfriado. La malaria se detecta con un test rápido. Un indicador claro de la neumonía es que respire demasiado rápido pero contar manualmente las respiraciones de un niño no es fácil”, explica.
Para facilitar el diagnóstico, en el marco del proyecto Ayuda para el Diagnóstico de una Infección Respiratoria Aguda (ARIDA, por sus siglas en inglés) se han desarrollado tres pequeños dispositivos portátiles para contar de forma automática las respiracionesde los niños. Las trabajadoras etíopes están testando uno de los tres modelos diseñados tanto en sus visitas a domicilio como en los puestos de salud donde pasan consulta.
Amanuel Tamiru, de 16 meses, durante la prueba con el dispositivo para detectar si tiene neumonía en el puesto de salud de Howolso TERESA GUERRERO
CON EL DISPOSITIVO, LA PROBABILIDAD DE TENER UN BUEN DIAGNÓSTICO ES MUY ALTA Y MINIMIZA LOS CASOS DE FALSA NEUMONÍA, EVITANDO EL USO DE ANTIBIÓTICOS EN BALDE
Macoura Oulare, jefa de salud de Unicef en Etiopía
Cada puesto de salud da servicio a entre 3.000 y 5.000 personas. Los pacientes -medio centenar cada día- acuden entre las 8 y las 17.30 horas. Los dos dispensarios que visitamos son casi idénticos, el de Howolso y el de Furra, sólo se diferencian por el color de sus paredes. Son pequeñas edificaciones con bancos en el exterior que hacen la función de sala de espera y dos habitaciones con poca luz. De las paredes cuelgan folios y cartulinas en los que se anotan los registros de algunas enfermedades en la comunidad y recomendaciones para la población. El escritorio de la trabajadora sanitaria preside la primera salita, con un banco y un par de sillas donde se sientan los pacientes.
En la habitación interior hay estanterías, archivadores, una desvencijada camilla y una balanza para pesar a los niños. Ahí encontramos al pequeño Amanuel Tamiru cuando volvemos al dispensario de Howolso tras hacer las visitas a domicilio. La compañera de Zinabwa Moges, Zehara Nuri, está pesando a este niño de 16 meses, al que su madre ha llevado a la consulta porque tenía tos.
Primero le registra en un gran libro en el que lleva el control de los pacientes, le toma la temperatura y le pregunta a su madre si ha tenido diarrea mientras ésta le sigue dando el pecho. A continuación, le coloca alrededor de la cintura el dispositivo para contar sus respiraciones. Durante toda la consulta está muy tranquilo pero durante el conteo se mueve y hay que repetir la prueba.
Finalmente, la luz verde se enciende en el dispositivo, descartando así que tenga neumonía (si su respiración hubiera sido anómala se habría encendido la luz roja). Tras comprobar que sólo sufre un resfriado común, Zehara le entrega a la madre varios sobres de suero, que envuelve en una servilleta, y le explica detalladamente cómo tiene que prepararlo. Le dice que vuelva dentro de cinco días pero, si no mejora, que lo traiga de nuevo de inmediato.
La madre, ya aliviada, cuenta que tarda una media hora andando en llegar a la consulta, y que tiene también una niña de cinco años, que les está esperando fuera. Se disculpa porque no sabe con exactitud cuántos años tiene y asegura que siempre que nota algún problema en sus hijos se acerca a la consulta.
“El dispositivo da una información de calidad y certera. La probabilidad de contar bien las respiraciones para realizar un buen diagnóstico es muy alta y minimiza los casos de falsa neumonía, evitando el uso de antibióticos en balde”, sostiene Macoura Oulare, jefa de salud de Unicef en Etiopía.
“El aparato para contar respiraciones no es la solución al problema pero es una parte de la ecuación. Necesitamos un sistema sanitario con trabajadoras sanitarias que vean a los niños; disponer de las medicinas y que éstas no sean caras y un centro al que puedan derivar a los pacientes que lo necesiten”, resume Tarekegn.
La educación de la población es el otro pilar de su plan. Como ejemplo, cita este caso que vivió durante una de sus visitas a Etiopía: “Estábamos en un centro sanitario y llegó un niño de 15 meses muy grave, al que pusimos oxígeno inmediatamente. Los padres aseguraron que estaba enfermo desde hacía unas pocas horas porque les daba vergüenza decir que llevaba malo varios días. No querían que pensáramos que eran malos padres”.
Niños etíopes en una aldea cercana a Furra LUIS TATO
APARATOS A PRUEBA EN ETIOPÍA Y NEPAL
Que sea portátil, resistente al calor y la humedad, que no requiera electricidad ni acceso a Internet y resulte sencillo de usar para personas con poca formación. Éstos fueron los requisitos principales que Unicef puso a las empresas para crear los dispositivos para contar respiraciones y ayudar a detectar la neumonía en zonas remotas y con escasos recursos en las que no hay máquinas de rayos X.
El programa de Unicef ARIDA está financiado por la Fundación Bancaria La Caixa con cinco millones de euros para tres años y ha desarrollado hasta ahora tres aparatos que se están siendo probados en Etiopía y Nepal.
El modelo más sencillo está diseñado para que dure dos o tres años y cuesta 35 dólares si no es recargable y 40 si puede recargarse. El aparato más sofisticado mide también la saturación de oxígeno y sale por 250 dólares.
En Etiopía se están probando un total de 152 aparatos. El estudio realizado durante la primavera y el verano ha permitido recopilar datos sobre su utilidad en el terreno y los resultados preliminares se presentarán en unas semanas al Gobierno de ese país. En Nepal acaba de empezar un ensayo similar.