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Rocío Jurado: una vida de soledad, feminismo y destape intelectual

MARÍA PORCEL 10 AGO 2018
La faceta más pública y artística de Rocío Jurado es conocida desde hace décadas.

La más grande no era un apelativo en vano: su presencia sobre los escenarios y su arrolladora voz la convirtieron en un mito que se apagó el 1 de junio de 2006 con apenas 61 años a causa de un cáncer de páncreas. Sin embargo, todavía quedan detalles por conocer de una mujer de la que, pese a tener una vida privada poco privada, aún queda tela que cortar.


El jueves por la noche, el programa de Televisión Española Lazos de sangre desgranó la saga de los Mohedano-Jurado-Carrasco-Ortega Cano en una emisión que lideró el prime time con 1.780.000 espectadores. En él se pudo ver a la Jurado más fotografiada, pero también a la más íntima. Y no precisamente a esa mujer cuyo legado llevan paseando sin pudor sus familiares y descendientes por televisión desde hace 12 años, sino a la mujer que había detrás de la estrella y que brillaba tanto o más que la artista.
Por las cámaras del programa pasaron su viudo, el torero José Ortega Cano; su hermano y representante, Amador Mohedano; o su hija pequeña, Gloria Camila Ortega (que aseguró que la echa de menos, aunque Ortega Cano ha sido fundamental para ella: “Tengo un padre que también ha hecho de madre”), además de su médico, de amigos como Lolita Flores, Diana Navarro o Joan Manuel Serrat y muchos de los periodistas que la trataron a lo largo de su carrera, como Mercedes Milá o Rosa Villacastín. Pero también, y gracias al archivo de TVE, se recuperaron muchos momentos de la de Chipiona ante las cámaras, en los que salieron a la luz aspectos poco conocidos o recordados de la cantante de copla. 
“¿Te gustaría morir sobre un escenario?”, le preguntaba un periodista en los inicios de su carrera. “Simplemente no me gustaría morir”, respondía ella, siempre con la palabra a punto. En las imágenes que desgranaban su trayectoria la Jurado se dejó ver como una mujer con una vida compleja, un clan que mantener, un feminismo decidido y muchas tristezas.
Su relación con Rocío Carrasco, su primera hija, no fue fácil. Con sus dos siguientes hijos, Gloria Camila y José Fernando, que adoptó con 3 y 6 años, fue corta: sólo pudo disfrutar de ellos durante siete años. Tuvo un aborto con 37 años que, según el programa, le costó pasar una depresión. Ya cumplidos los 50 y casada con José Ortega Cano tuvo otro que le hizo desistir de tener más hijos naturales.
La relación entre la primogénita y la madre fue compleja. Carrasco se fue de casa a los 18 años para casarse con Antonio David Flores, pero tuvo una infancia y una adolescencia de largas soledades, como contaba su entorno y ella misma confesaba. “Y lloraba y lloraba y lloraba y lloraba… Hasta que un día no lloré más. Porque ya me di cuenta de que, llorase o no llorase, volver no iba a volver, se iba a ir de todas formas. Entonces ese día no lloré. Y ese día la que lloró fue ella”, explicaba, muy serena, la joven en en una entrevista ante la mirada triste de su madre refiriéndose a sus ausencias a causa del trabajo. Como decía Mercedes Milá, “esas personas son animalitos heridos”. Desde la muerte de la chipionera, Carrasco no ha recuperado la relación con sus hermanos pequeños, con su tío Amador o con el viudo de su madre. Tampoco tiene relación con su exmarido ni con sus propios hijos, que viven con él en Málaga. Sin la matriarca, el clan se dispersó y se volvió carne de platós y exclusivas, más centrados en lo personal que en lo profesional.
Rocío Jurado fue una mujer rompedora. Vistió como quiso (o como le dejó la censura), vivió como quiso y cantó lo que quiso. Entre otras, letras que hablaban de poder femenino o de sexo: “Si amanece y ves/ que estoy despierta/porque de tu amor/aún no estoy llena/Ámame otra vez”. Ella lo sabía: “Lo había cantado, si se había cantado, un hombre, nunca lo había cantado una mujer”. También se posicionó, por ejemplo, a favor del divorcio. “Rotundamente, soy partidaria”, aseguraba siempre con la sonrisa pintada. Acabó recurriendo a él para separarse de su primer marido, el boxeador Pedro Carrasco, en 1993.
Ella se declaraba feminista, en una época en la que la simple palabra levantaba ampollas (si hoy todavía cuesta, qué decir de los ochenta y los noventa). Y sabía expresar sus ideas de forma tan concreta como exacta: “Soy feminista. No soy detractora del hombre, para nada. Soy defensora de los derechos de la mujer, que es diferente”. 
Fue abierta en las entrevistas, educada sin cortarse un pelo. Cuando le preguntaban por su talla de sujetador ella respondía a la entrevistadora: “¿Por qué te lo voy a decir? No, no. El único sujetador que me importa es el mental, que era el que tú te tenías que poner para no hacerme esas preguntas”. Y encima conseguía hacer reír a todos.
Su sensualidad y su coquetería no frenaban ni escondían su claridad, sus decisiones, siempre muy pensadas. Ella no tenía límites. “¡Pero cómo voy a frenarme!”, decía, en referencia a las interpretaciones que acompañaban las letras de sus canciones, a menudo más explicitas de lo que la época permitía. “Yo pienso que mi destape ha sido más artístico que corporal. Yo pienso que el destape es mucho más importante si es mental”, decía ante un boquiabierto Lauren Postigo.
La artista sacó a la palestra temas entonces tabú y no tuvo miedo de mostrar sus fortalezas y sus debilidades. “No puedo, no he podido, de verdad, tener otro hijo. Nosotros, aunque cueste mucho decirlo, aunque parezca mentira, las mujeres que nos dedicamos a esta profesión… —por eso hay muchos menos ídolos mujeres, hay muchos más ídolos hombres— tenemos que programar los hijos. Es una cosa muy triste, pero es así”. 
La Jurado decidió sus canciones, sus ropas, sus apariciones. Hizo una (falsa) huelga de hambre para que, de niña, su padre la dejara ser cantante. Pidió una fortuna por cantar para Pedro Almodóvar en Tacones lejanos. Jamás repitió un vestido sobre el escenario. Se volvió a casar solo cuando obtuvo la nulidad eclesiástica. Se enfrentó, y luego se reconcilió, con artistas como Raphael (a causa de Como yo te amo, un éxito de ambos que ninguno quería compartir). Supo lo que era tener que decidir entre el éxito y la familia. Quiso hacer una última gala, un autohomenaje, en 2005 junto a un puñado de artistas, aunque su enfermedad obligara a parar la grabación. Pero sabía lo que estaba haciendo: moriría meses después y ese sería uno de sus legados. Fue decidida, valiente, tomó las riendas. Fue fuerte en vida y para morir. “Ella nunca dijo que se iba a ir, nunca, ni pensó en ello”, confesaba Ortega Cano con un nudo.
No fue Se nos rompió el amor, ni Como una ola. La canción que más representaba a la Jurado fue Necesito estar sola, que le compuso su también guitarrista Paco Cepero. “Sola/Necesito estar sola/ Sola yo, con mis penas”, reza su letra. “Esta canción… ¡Esta es mi vida!”, asegura su compositor que le dijo la Jurado cuando se la mostró: “Se metió por ahí y la vi llorando, de verdad”. “Hoy necesito estar conmigo a solas/Perdida entre mi cuerpo y la experiencia/Hoy quiero preguntar por qué se vive/Por qué duele la luz/y la existencia”. Sola. La más grande, pero sola.