General

Bashar Asad impera sobre las ruinas de Siria

Lluís Miquel Hurtado 12 AGO. 2018
Nadie osa afirmar que la sangrienta guerra de Siria esté en sus estertores. 

Y, sin embargo, nadie duda de que, con la ayuda crucial de Rusia e Irán, el presidente sirio Bashar Asad va ganando. Su última victoria militar contra la oposición armada y contra el Estado Islámico en el sur sirio deja la franja norteña como el único territorio fuera de su control. La ofensiva en la provincia noroccidental de Idlib, que muchos prevén que será devastadora, ya ha comenzado.

El control de las vías fronterizas de escape para los civiles, su rol de patrocinador y enlace entre brigadas alzadas y su disposición a confrontar con guante blanco a las asociadas a Al Qaeda hacen de Ankara un socio necesario para evitar un baño de sangre. Asad, por su parte, parece estar dispuesto a penetrar en Idlib con menos miramientos. Este viernes, los primeros bombardeos aéreos en las lindes sur de Idlib han comenzado, cobrándose al menos 25 vidas y desatando un nuevo éxodo.
El mes pasado, las provincias de Deraa y Quneitra cayeron del bando oficialista. Al igual que en rendiciones anteriores, los opositores fueron trasladados a Idlib. El apostamiento de Rusia junto a los altos del Golán, fruto de un pacto silencioso con Israel para evitar la presencia iraní, ha permitido evitar nuevas hostilidades con las tropas hebreas. La prensa del Gobierno celebró la victoria sobre Deraa como un golpe definitivo, que viene acompañado de la noticia del acercamiento kurdosirio al bando asadista.
A Deraa la llamaban “la cuna de la revolución” en 2011, cuando empezó una represión salvaje contra la población civil que exigía reformas. Aquello provocó deserciones en el ejército regular, la formación de milicias contrarias al poder sirio y la entrada de armas y petrodólares en masa, merced de la decisión de una serie de países de Occidente y del Golfo Pérsico de acabar con la dinastía golpista de los Asad. Hoy, la bandera revolucionaria se ha arriado en Deraa.
Bashar Asad, el oftalmólogo que jamás fue preferido para suceder a Hafez Asad porque el padre dudaba de su competencia, ha sobrevivido políticamente a Obama, a Sarkozy y a Cameron, por nombrar a algunos de quienes una vez vaticinaron que “caerá en cuestión de meses”. Ninguno de los países que gobernaron exige hoy su salida del poder. Algunos, incluso, tratan discretamente de remendar lazos diplomáticos.
¿Cómo lo ha logrado? “Su propio cinismo y crueldad en casa, combinado con una asistencia decisiva desde el extranjero -intencionalmente o no- les ha permitido permanecer en el poder. Fue brutal e inhumano pero, desde su punto de vista, funcionó”, escribe en ‘The Atlantic’ el analista Christopher Phillips. Esto es, haber empleado a fondo una máquina represora sin apenas parangón en la historia y haber contado con una crucial ayuda militar, financiera y diplomática de Rusia e Irán.
Rusia ha vetado hasta 12 resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU para proteger al líder sirio. Teherán ha facilitado 3.000 millones y medio de euros en préstamos a Damasco. Su apoyo táctico también ha sido notable. Según señalan diversos observadores, el pago ininterrumpido de salarios a funcionarios incluso en zona opositora, el bombardeo de infraestructuras civiles y una serie de amnistías a destacados dirigentes extremistas al principio del conflicto ayudaron a no cortar del todo los lazos de la población con el Gobierno, a poner a la ciudadanía en contra de la oposición armada y a radicalizar esta. Contribuyeron, a esto último, las generosas donaciones saudíes y qataríes a los hombres armados, condicionadas a que ostentasen una piedad beligerante contra todo “infiel”.
Las cifras del conflicto
El coste de la guerra ha superado los 400.000 muertos; más de cinco millones y medio de refugiados fuera de Siria, y una cantidad superior convertida en desplazada interna dentro del país. La ONU ha dicho que la guerra ha costado más de 334 mil millones de euros. Y lo peor puede estar por venir. Idlib, que acoge a más de dos millones y medio de civiles, está en la mirilla de Bashar Asad y de sus aliados, particularmente de Rusia: aquí se librará la batalla final.
“Para Moscú, Idlib es vital primeramente porque la mayoría de los combatientes anti Rusia del Cáucaso norte están reunidos allí. La exigencia de seguridad de liquidar cuentas con estos enemigos locales lejos de casa ha sido uno de los impulsores de la campaña en Siria de Vladimir Putin”, explica Maxim Shuchkov, miembro del Moscow State Institute of International Relations. “Sin embargo, la forma de lograrlo es negociable, y aquí es donde Moscú querría ver la colaboración de Ankara”, matiza. Turquía controla la región de Afrin, de donde expulsó a las milicias kurdas a principios de año, amenaza con seguir avanzando hacia el este por suelo kurdo y ha instalado doce puestos de observación en Idlib.
El control de las vías fronterizas de escape para los civiles, su rol de patrocinador y enlace entre brigadas alzadas y su disposición a confrontar con guante blanco a las asociadas a Al Qaeda hacen de Ankara un socio necesario para evitar un baño de sangre. Asad, por su parte, parece estar dispuesto a penetrar en Idlib con menos miramientos.