Las vidas suspendidas
Xavier
Aldekoa, La Vanguardia, 04/06/2018
que no logran llegar a Europa permanecen bloqueados en Níger por la vergüenza
de volver a casa
Arnaoud Zakou lleva ocho meses varado en Agadez. Malvive en una casa de adobe , donde las paredes ‘hablan’ de Europa y no quiere volver a intentar una travesía del Sáhara que recuerda con dolor (Pau Coll /RUIDO photo) |
A Alex
Jallah el Mediterráneo le derrotó. Durante una odisea de casi diez años desde
su Liberia natal hacia Europa, Jallah atravesó fronteras y desiertos, le
estafaron, padeció robos, torturas y secuestros y casi se muere de sed; pero
jamás se planteó detener su camino hacia una nueva vida. Hasta que llegó al
mar. Los ojos se le llenan de lágrimas cuando recuerda el momento en el que
llegó a la costa de Libia y se dispuso a subirse a un bote precario para
intentar cruzar a Italia. Se quedó paralizado. “Tuve miedo. Tuve miedo. El mar
me aterrorizó. Mucha gente moría…”. En el último instante, Jallah dio marcha
atrás. Han pasado varios meses desde que decidió volver por donde había venido
y regresar a Níger, pero aún debe detener su explicación varias veces para
tragar saliva. Cuando se derrumba, hunde el rostro entre las manos y repite
entre sollozos el nombre de Lobetto, la hija que despidió en Monrovia como un
bebé y ahora está a punto de cumplir diez años. “Quiero estar con ella, pero no
puedo volver con las manos vacías. ¡Me avergüenzo tanto! No puedo volver sin
nada, todos se reirán”. Jallah ha empezado a trabajar de peluquero en el barrio
de Gamkale II de Niamey, la capital de Níger, pero los días con suerte solo
gana 1.000 cefas —1’5 euros— y para él ahorrar es imposible. “¿Cómo voy a
volver? No tengo nada. Estoy atrapado”.
ha convertido en el refugio de mil vidas suspendidas. Jóvenes subsaharianos que
han fracasado en su intento de llegar a Europa y que han abandonado su ruta por
miedo, tras sufrir experiencias traumáticas o quedarse sin dinero, permanecen
bloqueados en territorio nigerino sin opciones ni voluntad de seguir hacia
delante ni de regresar a sus países. Son los habitantes de un limbo terrenal
con sabor a derrota que no salen en las estadísticas pero que ilustran la
desesperanza de quienes han abandonado a la fuerza el sueño migratorio hacia el
Viejo Continente.
Negué Marley espera en la estación de WADATA en Niamey tras ser deportado desde Argelia. No quiere volver a casa (Pau Coll /RUIDO photo) |
Para el
religioso genovés Mauro Armanino, de la orden de Misiones Africanas y que
trabaja en Niamey con migrantes desde el 2011, la presión familiar es una losa
demasiado pesada para algunos. “Las familias de estos chicos son muy humildes y
vendieron vacas o tierras para pagar el viaje de su hijo a Europa; cuando no lo
consiguen, no se atreven a enfrentarse a la humillación del fracaso”. Según la
Organización Internacional de las Migraciones (OIM), desde el año 2014, unas
500.000 personas han llegado a costas italianas por la ruta central del
Mediterráneo, la más peligrosa y que ha provocado al menos 15.000 muertes en el
mar en los últimos cuatro años. No hay cifras sobre los que vagan atrapados en
mitad del camino, pero sólo hace falta pasear por los alrededores de la
estación de autobuses de Agadez o los guetos donde viven los migrantes
clandestinos para encontrar a quienes han bajado los brazos.
liberiano Laurent Davis y también para Emmanuel, de Benín, la opción de seguir
hacia el norte se esfumó hace tiempo. Tras ser asaltados por bandidos en el
desierto, pasan los días vagando entre los autobuses, implorando por un plato
de comida o cargando sacos a cambio de unas pocas monedas con las que pasar el
día.
Laurent sólo sabe inglés y desconoce el francés o el árabe, las lenguas locales
más habituales, sus posibilidades de encontrar un empleo son escasas. “La vida
no ha sido fácil para mí. Rezo a Dios cada día para encontrar una salida. Si
pudiera volver atrás no volvería a intentar este viaje, he sufrido mucho. Ahora
sólo quiero trabajar”.
No puedo
volver con las manos vacías; quiero volver pero me da vergüenza regresar sin
nada”
ocasiones, el sueño de quienes siguen hacia adelante se funde con el de quienes
se han dado por vencidos. El marfileño Arnaud Zokou lleva ocho meses varado en
Agadez. Vive en una casa de adobe sin ventanas con una docena de migrantes que
esperan la señal del traficante para subirse a un todoterreno y atravesar el
Sáhara, pero él no piensa volverlo a intentar. Cuando sus compañeros de habitación
se jactan de no tener miedo del desierto, él baja la cabeza y golpea con la
punta de los dedos un bidón amarillo que le sirve de asiento. Al final, cuando
los demás no escuchan, se sincera. “Yo no puedo más. Es demasiado duro y
peligroso, yo sé cómo es el desierto, sin agua ni comida. No quiero morir ni
que me roben otra vez”.
libio, donde se producen secuestros o ventas de esclavos, y el mayor control
fronterizo promovido por la Unión Europea y varios países africanos en el
Acuerdo de La Valeta (Malta) en 2015 han aumentado los obstáculos para los
migrantes.
vez que Zokou intentó llegar a Libia, fue detenido por la policía nigerina y
encarcelado durante semanas. Sin dinero ni posibilidad de conseguir un trabajo
—muchos migrantes no se dejan ver por las calles de Agadez por temor a ser
apresados por las autoridades—, Zokou dice que tampoco piensa regresar a Costa
de Marfil. “¿Volver pobre? No es una opción”. Para él, la única posibilidad es
esperar porque, asegura, aún conserva, aunque tenue, una pequeña pizca de
esperanza. “Si Dios quiere, algún día quizás tengo un golpe de suerte”.
casos, la entrada en el limbo es por obligación. En la estación de Wadata, en
el este de Niamey, más de un centenar de jóvenes, la mayoría de Guinea y Mali,
se desparraman en cualquier rincón a la espera de que la IOM les lleve de
vuelta a casa. Todos han sido expulsados de Argelia, donde trabajaban o
buscaban la manera de llegar al Mediterráneo. Isiaga Bangoura, de 25 años,
asegura que un día las autoridades argelinas hicieron una redada, les quitaron
todo lo que tenían y les abandonaron en la frontera de Níger. Los demás, que le
escuchan en corro, asienten indignados. Bangoura dice que ha sufrido demasiado
y necesita descansar, pero que cuando le lleven a su país no volverá con su
familia. “No les diré nada. No quiero que sepan que he fallado. Sin dinero no
puedo volver. Intentaré buscar trabajo y si tengo suerte, lo volveré a
intentar. Si no, no sé qué voy a hacer”. Algunos de los que le rodean, vuelven
a asentir.