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💦 WATER DAY _ Por qué el agua no es el nuevo petróleo (por suerte)

Javier Dale, El País, 22 marzo
2018

Nuestra
relación con el H2O trasciende a lo económico y es ahí donde reside la
esperanza

Es una
pregunta recurrente en los últimos años: “¿El agua sustituirá al
petróleo como motivo de una guerra global?”. De tan recurrente, se ha
convertido en afirmación. Y hay motivos para darla por cierta. El primero, su
necesidad evidente. No solo para el consumo, sino también para la agricultura,
la manufactura de bienes, la producción energética… El agua está tan vinculada
a nuestra propia existencia que parecería necesario pelear por ella.
Pero al
elevar esta cuestión a mentes expertas, la guerra por el agua no se antoja
inevitable. Para Aaron Wolf, profesor de Geografía del departamento de Ciencias
Terrestres, Atmosféricas y Oceánicas de la Universidad de Oregon State (EE UU),
el agua causa tensiones políticas, no guerras. Por su parte, Alberto Garrido,
director del Observatorio del Agua de la Fundación Botín, señala: “Aunque
en el pasado ha habido conflictos en sentido estricto, hoy en día es más
difícil que se transformen en tensiones militares”.

Se pierden
443 millones de días escolares al año debido a enfermedades relacionadas con el
consumo de agua (diarrea, fiebre tifoidea, cólera y malaria)
 

Para
entender la cuestión, basta con reducir el líquido elemento a cifras. De la
totalidad de agua del planeta, explica Wolf, solo el 8% es consumible. Dos
tercios de esa cantidad se emplean en tareas agrícolas y apenas el 10% se usa
para beber. El resto se dedica a las manufacturas o a producción de bienes.
“La usamos para todo, hasta por motivos estéticos o religiosos”,
concluye.

Sin
embargo, a pesar de que desde una perspectiva global no parece un recurso
escaso, el agua falta en 18 de los 22 países árabes de Asia Occidental, indica
la Comisión Económica y Social de las Naciones Unidas para la región. 700
millones de personas —el 10% de la población mundial— viven en la escasez
absoluta.
La falta
de agua, sostiene Wolf, ha causado más de mil conflictos en los últimos 50
años, y 3,5 millones de personas mueren cada año por su carencia. Un holocausto
anual, “una epidemia comparable a los estragos que causó el SIDA o la
malaria”, denuncia. Aun así, el profesor defiende que no hay posibilidad
de guerra, pero entiende que se hable de ella. “Así es como Occidente
empieza a interesarse por el problema”, se resigna.
El poderoso
ejemplo boliviano
“Hablar
de guerra y paz respecto al agua no es el acercamiento correcto”, prosigue
Wolf. Y Garrido asiente con optimismo razonado. El doctor en ingeniería
agrónoma sostiene que en las últimas dos décadas muchos países han asumido el hecho
humano del agua y han cambiado sus Cartas Magnas para incluirla como derecho.
Bolivia
es un ejemplo: tras el conflicto interno por el agua, que estalló cuando se
privatizó el acceso en Cochabamba en 1999, la Constitución de 2009 recogió que
“el agua constituye un derecho fundamentalísimo para la vida, en el marco
de la soberanía del pueblo”.
Ciudad
del Cabo se prepara para el ‘día cero’, fecha en la que se podría dejar de
suministrar agua, a no ser que el consumo se reduzca o lleguen las lluvias,
según advierte su alcaldesa

Desde una
perspectiva de cercanía, Xavi Torras, director de la Fundación WeAreWater, dedicada a la construcción de
estructuras para el acceso al agua y su saneamiento en 18 países del globo,
coincide con el diagnóstico de Wolf y Garrido. “Hay centenares de acuerdos
sobre el uso del agua —explica— y muy pocos conflictos”.

La razón
por la que cree que una guerra del agua resulta improbable es de peso: “Su
falta es tan devastadora que no creo que ningún país del planeta se atreva a
planteársela. Si un país no tiene agua aniquila a su propia población”. De
ahí la insistencia, que Torras conoce de cerca, de los gobiernos de países
fronterizos o que comparten cuencas en alcanzar acuerdos.
Veámoslo
sobre un mapa. Aunque India y Pakistán son zonas donde el agua escasea, es
difícil que motive un conflicto entre ellos. La razón es su propia geografía:
Garrido expone que son países soberanos sobre sus propios recursos,
“constituidos en torno a cuencas hidrográficas”.
El caso
del Nilo o del Mekong es diferente, ya que un mismo río nutre a distintos
países, lo que ha generado conflictos a lo largo de la historia. Hoy no es así.
Desde 1995, la Comisión del Mekong une a Camboya, Laos, Tailandia y Vietnam en
el bien común de la gestión del río. Y el llamado Pacto de las Fuentes del Nilo
rige desde 2015 entre Egipto, Etiopía y Sudán. Es la norma en la gestión del
agua en zonas de escasez: conducir el conflicto hacia el acuerdo. Eso lleva,
afirma Garrido, “a estar mucho mejor que hace 20 años”.
Un
recurso compartido… y malgastado
Wolf
apunta que el problema de la gestión del agua no está solo en el Tercer Mundo,
sino allí donde el consumo de agua ha aumentado pero todavía no se ha creado
una cultura de responsabilidad. “La reciente sequía en Ciudad del Cabo
surge, en buena parte, porque no existe todavía una conciencia de consumo que
lleve a un aprendizaje y a una prevención”.
Los
países con menos población con acceso a agua potable son Chad y Níger (9%),
Madagascar (11%), Etiopía (12%) y Sierra Leona (13%)

Garrido
recuerda que en España el trauma del periodo 1993-1995, cuando se llegó a
plantear la evacuación de Sevilla a causa de la sequía, “marcó un antes y
un después. Nos hemos alejado mucho de una situación como esa. Un escenario
como aquel tendría hoy un impacto menor, por la mejora tecnológica y el
establecimiento de una cultura preventiva”.

El
problema aquí es de posesión. Las tensiones locales por los Planes
Hidrológicos Nacionales
(PHN), o el conflicto —uno de los mil
mencionados por Wolf— luso-español por el uso de los recursos de ríos compartidos
(Miño, Tajo, Duero y Guadiana) y solucionado con el Convenio de Albufeira,
describen la génesis de la cuestión: malentender el agua como una posesión y no
como algo compartido y, por tanto, necesario para todas las partes. Para
Torras, esa conciencia del agua como algo que se puede gastar sin pensar más
allá también está presente en las zonas de escasez. “Al usar el agua que
tienen a su alcance para todo —limpiar, lavar, defecar— se contamina la cuenca
del río hacia abajo” y el problema se multiplica.
Estamos
obligados al diálogo
En un
contexto global, el profesor Wolf ve en el agua no una causa de guerra sino un
caudal de acuerdos. “Utilizar el agua como vehículo de diálogo es
exactamente la forma en la que deberíamos abordar el problema”, sostiene.
Wolf se declara “fascinado” por el Tribunal
d’Aigües de Valencia
, la corte ancestral en la que se dirimía el
acceso al agua de los distintos regantes protegiendo así el recurso de los
intereses particulares. Para el profesor, el Tribunal, Patrimonio Inmaterial de
la Humanidad desde 2008, es “un ejemplo a seguir”. Porque en el
conflicto del agua, razona, “la ley puede actuar. El mercado puede actuar.
Pero también se puede actuar a un nivel espiritual”.
En
España, los embalses se han rellenado gracias a las lluvias, pero los expertos
avisan de que no es suficiente
“El
agua se aborda solo desde la perspectiva física y emocional, aunque mucha
conflictividad al respecto surge de la relación intelectual o espiritual que
tenemos con ella”, continúa Wolf. Al tratar el agua como un producto
tangible y no como un valor intangible, acabamos desarrollando una relación
económica con ella, más transaccional que humana. Para el profesor, una
aproximación únicamente científica hacia el agua genera el miedo a la carencia.
Y ahí nace el conflicto entre dos partes que quieren y temen lo mismo. Sin
embargo, “si conseguimos relacionarla con todos nuestros niveles de
existencia nos daremos cuenta de lo importante que es”.

“Aunque
se sale de los parámetros académicos de la geoestrategia y la economía”,
explica Garrido, la aproximación espiritual al alma del agua “puede ayudar
a tener una comprensión más integral de ella como recurso”.
Además,
el director del Observatorio
del Agua de la Fundación Botín
recuerda que la encíclica Laudato si’
del Papa Francisco (2015) subraya la importancia del agua y empuja hacia “una visión
del mundo de los recursos naturales desde su lado más transcendental
“.
Y añade que esta concepción del agua como valor no se aleja de lecturas ya
existentes y basadas en la ecología, como la Nueva Cultura
del Agua
, un movimiento impulsado por el doctor en Físicas y Premio
Goldman para el Medio Ambiente Pedro Arrojo, hoy diputado de Podemos en Aragón,
que defiende que de la misma manera que al ver un bosque no vemos un almacén de
madera, al mirar un río o un pantano no deberíamos ver solo un canal de H2O.
Un último
truco para entenderlo
WeAreWater
está difundiendo el cortometraje El hombre de
agua dulce
, dirigido por Álvaro Ron y participante en los pasados
Premios Goya, para fomentar esta lectura. En el corto, un hombre se dirime
entre vender sus tierras, que albergan un pozo de agua, o resucitar un río que
se ha secado. Es decir, entre el beneficio personal o el bien común.
Para
Torras, la mayor cautela sobre el valor del agua, y también contra una
hipotética guerra por el líquido elemento, es “tomar conciencia de que se
trata de un organismo vivo, que es parte de la esencia de un planeta que por
algo decimos que es azul”. Armonizar el uso del agua como lo que es, un
recurso compartido, es la mejor prevención contra el temido conflicto.
Y si una
vez advertidos de la rareza del agua, de su naturaleza común, del drama que
causa cuando falta; si una vez conscientes de todo eso, todavía necesitamos una
prueba más para tomar conciencia de su valor, el profesor Wolf propone un
último ejercicio: “Intente vivir sin agua un día. Solo un día. A ver qué
pasa”.
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El tabú
del cerdo como medida de protección del agua

Aunque
desde un punto de vista científico la sacralización del agua, planteándola como
algo espiritual, parezca impropia, lo cierto es que en origen las religiones
buscan regular la relación del ser humano con el entorno. Es decir, hacer
sagrado lo terrenal para protegerlo.

En Vacas,
cerdos, guerras y brujas, el antropólogo Marvin Harris argumentaba que el tabú
judáico y musulmán contra el consumo de cerdo escondía, en realidad, una
defensa del agua. El cerdo carece de glándulas sudoríparas, por lo que retoza
en agua para regular su temperatura corporal, contaminándola. Prohibir el
cerdo, sostiene Harris, conllevaba, sencillamente y en el contexto de carencia
de Oriente Medio, proteger el agua necesaria para el cultivo y el consumo. Algo
que, pese a ser un mandato religioso, forma parte en esencua de una perspectiva
más humana que divina.