Infierno sirio
EL PAÍS 19 FEB 2018 |
La advertencia lanzada por Naciones Unidas hace pocos días sobre la posibilidad real de que la guerra civil en Siria se extienda y se convierta en un gran conflicto regional con repercusiones mundiales no debería caer en saco roto.
Sería un grave error de la comunidad internacional desdeñarla como si fuera un argumento alarmista que tiene por objeto simplemente llamar la atención sobre un conflicto que cumple su séptimo año.
El conflicto sirio se vuelve más peligroso para la estabilidad mundial cada día que pasa. Basta echar un rápido vistazo al número de países y fuerzas que están interviniendo militarmente de forma activa en el país: Siria, Turquía, Rusia, Irán, Israel, Estados Unidos, Hezbolá, los rebeldes sirios que combaten al dictador Bachar el Asad, las milicias kurdas y diversos grupos terroristas yihadistas, entre los que sigue destacando el Estado Islámico (ISIS) que ha extendido el radio de sus acciones a escala mundial. Ayer mismo, en Múnich, Benjamín Netanyahu acusó a Irán de su vocación imperialista en la zona.
No todos intervienen de la misma manera y con los mismos medios, pero lo cierto es que todos ellos se mueven en una maraña de alianzas, oficiales o tácitas, aproximaciones inesperadas y rupturas de aliados históricos que hacen imposible predecir cuál será el curso de los acontecimientos. La única certeza, como muy bien ha apuntado la ONU, es que la población civil de Siria está atrapada desde hace años en un terrible infierno para el que no se vislumbre final alguno. No puede extrañar que millones de sirios hayan abandonado sus hogares buscando refugio, ya sea en otras zonas de su país o en el extranjero.
Se trata de una situación muy inestable en la que cualquier incidente puede desatar un incendio incontrolable. Un buen ejemplo es lo sucedido la semana pasada cuando Irán lanzó un dron sobre territorio israelí. El Gobierno de Jerusalén no solo lo derribó sino que ordenó un ataque aéreo sobre territorio sirio. Las defensas sirias utilizaron armamento antiaéreo ruso y derribaron un aparato israelí de fabricación estadounidense. Se puede decir que todo quedó en una escaramuza, pero nada puede asegurar que incidentes similares —y comienzan a ser preocupantemente frecuentes— no derive en un conflicto abierto.
Particularmente preocupante en términos estratégicos para Occidente es el alejamiento de Turquía de Estados Unidos, y por ende de la OTAN, con sus ataques contra las posiciones kurdas que controlan el norte de Irak y tratan de abrirse paso en Siria. Ankara no ha dudado en invadir territorio sirio para combatir a los kurdos. Pero mientras Turquía los considera terroristas, EE UU respalda a algunas facciones kurdas con armamento, fuerzas especiales y apoyo aéreo.
Hay que celebrar los contactos iniciados para rebajar el desencuentro entre el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, y el secretario de Estado de EE UU, Rex Tillerson. Pero lo verdaderamente urgente es un compromiso serio de la comunidad internacional para poner fin a una situación que no solo está generando la mayor catástrofe humanitaria del siglo XXI sino que además está jugando peligrosamente con la posibilidad de una gran guerra.