El feminismo en los Estados Unidos
Jaime Aznar Auzmendi 22/02/2018 |
Las agresiones sexuales perpetradas por Harvey Weinstein y otras personalidades de la industria del cine han rebasado la mera actualidad informativa.
Desde la brutal violación de Virginia Rappe, cometida en 1921 por el cómico Roscoe “Fatty” Arbuckle, Hollywood nos ha malacostumbrado a las sombras de su trastienda. Pero ahora todo es distinto. Una corriente de indignación ha ido impregnando diferentes capas de la sociedad norteamericana, como nueva expresión de un movimiento ya veterano: el feminismo.
En el preámbulo de la Constitución de 1787, la nueva república se comprometió a “asegurar para nosotros mismos y nuestros descendientes los beneficios de la Libertad”. No obstante, algunos colectivos quedaron fuera de esta declaración de principios, por ejemplo, las mujeres.
El despertar de la Primera Ola Feminista lo encontramos en las campañas evangélicas contra el alcohol y la esclavitud, a principios del siglo XIX. Dichos movimientos se abrieron a la participación de la mujer. Fruto de este protagonismo surgió en 1832 la primera asociación femenina abolicionista, ya que las mujeres blancas se identificaban con la especial vulnerabilidad de las esclavas.
Una poderosa Asociación Nacional América por el Sufragio de la Mujer vio la luz en 1890, convirtiéndose en fenómeno de masas a principios del siglo XX.
En las décadas de 1840 y 1850, el debate sobre los derechos de la mujer rebasó sus marcos originales, planteando abiertamente una posición de igualdad. En 1848 Lucrecia Mott y Elizabeth Candy Stanton impulsaron la Convención de Seneca Falls, en cuya declaración se arremetía contra la negación de derechos civiles y jurídicos.
Durante segunda mitad del siglo XIX el sufragismo fue cogiendo impulso. Susan B. Anthony y la mencionada Elizabeth Candy Stanton fundaron en 1869 la Asociación Nacional por el Sufragio de la Mujer. Su implicación política fue criticada por algunas sufragistas que deseaban evitar cualquier controversia, dando lugar a una división que duraría veinte años.
Pese a ello, en 1888 logró constituirse el Consejo Internacional de Mujeres, que agrupaba a un total de nueve países. Las demandas del movimiento fueron cada vez más ambiciosas, reclamando el acceso tanto a la educación como al mundo del trabajo.
Una poderosa Asociación Nacional América por el Sufragio de la Mujer vio la luz en 1890, convirtiéndose en fenómeno de masas a principios del siglo XX. Finalmente, el 19 de agosto de 1920 se aprobó la 19ª Enmienda de la Constitución, en la que el derecho a voto no podía ser negado por razón de sexo.
El incendio de una fábrica textil en Nueva York, en el que murieron 123 empleadas, mostraba la poca consideración y protección de que eran objeto las mujeres
Las relaciones laborales no quedaron al margen de este ímpetu. El incendio de la fábrica textil Triangle Shirwaist de Nueva York en 1911, se cobró la vida de 123 empleadas. Aquel acontecimiento mostraba la poca consideración y protección de que eran objeto las mujeres. En 1933 el presidente Franklin D Roosvelt nombró a Frances Perkins secretaria de Trabajo, quien hizo posibles las primeras ayudas a madres trabajadoras.
El estallido de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y la entrada de los Estados Unidos en el conflicto, supuso una verdadera revolución socio-productiva. Entre 1941 y 1945 las mujeres demostraron ser capaces de realizar el trabajo de los hombres, adoptando sus mismos roles fuera del ámbito doméstico. La recientemente fallecida Noami Parker Fraley, fue la imagen de Rosie la Remachadora y su célebre lema We can do it.
La sociedad de posguerra asistió a transformaciones cuya repercusión sigue siendo perceptible en la actualidad. En 1955, la píldora anticonceptiva hacía su aparición, gracias al trabajo de Margaret Sanger, Katharine McCormick, y Gregory Pincus. Hasta 1960 no pudo comercializarse, pero en poco tiempo millones de mujeres tomaron el control de su vida sexual. Los movimientos sociales de los sesenta y su confrontación ideológica, visibilizaron a las mujeres como sujeto de los cambios. Así nacía la Segunda Ola del Feminismo.
‘Me Too’ no debe interpretarse como una moda pasajera, se trata de algo mucho más profundo que hunde sus raíces en la mayor injusticia de nuestro tiempo
Una activista e intelectual estadounidense, Betty Friedman, publicó en 1963 “La mística de la feminidad”. Su ensayo crítico marcó la senda del feminismo contemporáneo, alentando a deshacerse de la tutela masculina y profundizar en la emancipación. Los acontecimientos no tardaron en darle la razón.
En 1970 un caso de violación en el Estado de Texas desembocó en la legalización del aborto. La víctima de 23 años, Norma McCorvey (inicialmente conocida bajo el seudónimo Jane Roe), consiguió implicar a la Corte Suprema de los Estados Unidos tras años de apelación. El histórico fallo de 1973 reconoció que el gobierno no estaba capacitado para prohibir la interrupción del embarazo.
Los nuevos retos del cambio de siglo precipitaron el despertar de una Tercera Ola Feminista a mediados de los noventa. Esta nueva generación de activistas e investigadoras tuvo que adaptarse a un mundo muy distinto del que conocieron sus predecesoras.
Los objetivos de esta etapa no se centran tanto en las leyes y los procesos políticos, sino en la identidad individual. Figuras como Rebecca Walker o Judith Bulter han dado paso a nuevos debates: los feminismos no occidentales, la prostitución, el transfeminismo,… Se trata de un proceso abierto, y en consecuencia, mutable.
Desde una perspectiva histórica, es posible establecer una línea temporal que conecta The Boston Female Anti-Slavery Society (1832) con el movimiento Me Too (2017). Éste último combina aspectos de Olas anteriores y los proyecta en un mundo globalizado, donde mujeres de otras latitudes desarrollan iniciativas similares.
Más allá de las críticas arrojadizas, Me Too no debe interpretarse como una moda pasajera o un titular sobredimensionado. Se trata de algo mucho más profundo que hunde sus raíces en la mayor injusticia de nuestro tiempo.