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Kazuo Ishiguro: “El Reino Unido se ha convertido en un país mucho más racista”

Tenía cuatro años Kazuo Ishiguro cuando oyó por primera vez, en su Nagasaki natal y por boca de su madre, la expresión “Premio Nobel”. Así lo ha recordado el escritor británico, galardonado con el Nobel de Literatura 2017, durante la rueda de prensa que precede al discurso de aceptación, este jueves, y la entrega del galardón el próximo domingo en Estocolmo.

“Crecí con la idea de que el Premio Nobel no sólo era un gran galardón, sino un símbolo que ejemplifica que tenemos que intentar y sobresalir como seres humanos, independientemente de nuestro país”, ha proseguido el escritor ante la prensa congregada en la Academia Sueca, en su mayoría sueca y japonesa. “Todos los premios son metáforas y para mí éste simboliza el esfuerzo colectivo para mejorar nuestra civilización”, añadió.
El pasado octubre se anunció que Ishiguro, autor de siete novelas todas ellas editadas por Anagrama en España, era merecedor del Premio Nobel porque en sus novelas “de gran fuerza emocional, ha revelado el abismo bajo nuestro ilusorio sentimiento de pertenencia al mundo”, en palabras de la Academia. Y sobre “cómo los pequeños mundos que habitamos se relacionan con el gran mundo político” ha versado su reflexión este miércoles.
Ha recurrido el autor de Los restos del día a la figura retórica en diversas ocasiones. “Quizás porque soy escritor pienso en términos metafóricos”, ha reconocido antes de responder a una pregunta sobre el Brexit. Y aunque ha explicado que no era el foro indicado, identificándose como un “firme remainer”, lo ha tildado de tragedia, por lo que la gente, en parte engañada durante la campaña, “debería tener una segunda oportunidad”.
No le agrada a Ishiguro, quien llegó a Inglaterra con 5 años, “la atmósfera anímica negativa” que acampa en el Reino Unido. Para él, ha reconocido, fue fácil crecer “entre dos culturas” que le han beneficiado a la hora de escribir. Pero es un asunto personal, ha dicho, porque llegó en 1960, antes de la gran ola migratoria procedente de las colonias del Raj. Así, en su pueblo, “era el único [asiático], tenía fama local y de eso hablo en parte mañana durante mi discurso [de aceptación del Nobel)]. Me dio confianza. Había una mística en ser japonés”.
Sin embargo, ahora “el Reino Unido se ha convertido en un país mucho más racista. Tengo un gran respeto por la generación que recibió a mi familia no mucho después de la II Guerra Mundial. Siento fascinación por esa generación tan generosa que creó un estado de bienestar”, y que ya parece no existir. Tampoco se ha librado de ese diagnóstico pesimista actual Estado Unidos y Europa, que se fragmentan “en grupos rivales, incluso en países que han estado juntos durante mucho tiempo”.
Le han preguntado al novelista si la pérdida de identidad que padece Europa se debe a cómo lidiamos con el pasado. Su obra no ha dejado de explorar los conflictos entre la experiencia y la memoria. Así fue en su primera novela, Pálida Luz en las Colinas (1982) o en la tercera y más famosa, Los Restos del Día (1989), llevada al cine como Lo que queda del día en 1993. Entonces ha enfatizado en lo difícil que es lograr el equilibrio entre recordar y perdonar, entre pedir justicia y la necesidad de curar una sociedad.
No ha guardado silencio con respecto a la campaña global de denuncias de acoso sexual, tema candente estos días en Estocolmo después de que se denunciara que una persona vinculada familiarmente a uno de los 18 miembros de la Academia Sueca, la misma que concede el Nobel, está acusada de vejaciones sexuales por parte de 18 mujeres. Para Ishiguro, “la integridad del Premio Nobel no está afectada”, y el foco en este asunto sólo debe ser “el acoso sexual por parte de los hombres poderosos”, ha dicho.
Interesado desde hace un tiempo en la inteligencia artificial y en cómo la ciencia y la tecnología afectan a una sociedad que, desde su punto de vista, no debate sobre los cambios inevitables, Ishiguro no adelantó si su primera obra post-Nobel será una novela o un cómic manga, tal y como le ha propuesto una editorial estadounidense. Idea que le agrada porque “uno de los peligros que corre el novelista es el de trabajar aislados y volvernos introvertidos”, explicó.
Por ahora, y hasta que el domingo reciba de manos del rey Carlos Gustavo de Suecia el diploma del premio instaurado por Alfred Nobel, le basta con que su novela Los Inconsolables (1995) -“mi novela menos vendida, pero la más importante según los académicos”, explicó, que versa sobre cómo un pianista es recibido como una suerte de mesías en una ciudad europea “para acabar desquiciado”–no sea “un sueño profético”. Se mostró confiado. “Me siento bastante fuerte”, concluyó no sin risas.