Cien años de Camilo José Cela
El 11 de mayo de 1916 nació el
escritor que se convertiría en un artista comprometido con la
palabra. Una prueba son obras como ‘La familia de Pascual Duarte’
y ‘La colmena’.
No conocí, entre los escritores
españoles que frecuenté, un caso de tan exhaustiva conservación de
todo lo relacionado con su trayectoria creadora como el de Camilo
José Cela.
En este sentido resulta del máximo
interés la semblanza con que Cela despedía desde las páginas de
Papeles de Son Armadans
a uno de sus colegas, muerto en el exilio mexicano: “En
mi juventud, Max Aub (quizá con Ramón Gómez de la Serna, por
un lado, y con Juan Ramón Jiménez, por el otro) y tan dispar y casi
artesano fue para mí el arquetipo del escritor arquetípicamente
puro, del hombre que amaba, en este duro oficio, desde la palabra que
se dice hasta el tipo y cuerpo de letra con que se dice a los demás”.
El escritor de Iria Flavia
probablemente no conocía entonces aquella carta a Louise Colet del 2
de enero de 1852 en la que Flaubert confiesa: “Je suis un
homme-plume”, pues de otra forma podría haberla traído a cuento
para remachar su visión y recuerdo del amigo desaparecido.
Pero lo
que me importa destacar es que ese carácter de “hombre-pluma”, y
los rasgos que le corresponden tanto en el caso de Flaubert como en
el de Aub, son los mismos que caracterizan la
personalidad literaria de Camilo José Cela.
Él fue ante todo un artista
comprometido con la palabra.
Sus obras son el resultado de laboriosos
procesos que él mismo resumió en esta frase, tan flaubertiana, con
que presentó su novela Oficio
de tinieblas 5
el 14 de noviembre de 1973 en los salones del Hotel Colón de
Barcelona: “La literatura no es más que una mantenida pelea contra
la literatura”. Pero una vez que las palabras ya están
ahí, y constituyen el texto, no se desentendía de ellas, sino que
cuida la materialidad de la impresión, y así sus libros, ya
editados por él mismo ya por otros, añaden a sus valores
específicamente literarios los de una elegante tipografía, a menudo
enriquecida por ilustraciones de excelentes artistas, para ser por
último fijados en la Obra
completa tanto en su texto
definitivo como en el lugar que el autor les ha destinado en un
conjunto donde hasta la página más breve y aparentemente ocasional
tiene un papel orgánico que cumplir.
Precisamente al principio de estas
obras completas que Cela comenzó a publicar en 1962 y no llegaron a
ultimarse, nuestro “hombre-pluma” (y en el sentido más literal
de la expresión, en esta época en la que los ordenadores han
convertido a la máquina de escribir en una antigualla) confiesa su
decidida inclinación a redactar prólogos y notas previas a sus
propios libros, y en todos estos escritos suyos encontramos no solo
información autobiográfica y sobre la génesis de cada obra en
concreto, sino también sus concepciones acerca de la estética, el
arte literario en general y la naturaleza, sobre todo, del género
novelesco.
Y en ese mismo prólogo general titulado Cauteloso tiento
por lo que pudiera tronar declara: “Me dispongo a fijar los textos
y a fecharlos, cuando me resulte posible hacerlo, me preparo a anotar
las variantes, de forma, claro es, que no entorpezca el hilo de la
lectura… y me lío la manta a la cabeza, en fin, para corregir
personalmente las pruebas y no poder culpar a nadie de cualquier
desaguisado…”.
En consecuencia, proclama como
“definitivas las versiones que hoy ofrezco y ruego a mis editores y
traductores que en lo sucesivo, a ellas se remitan”.
Por todo ello, si mucho se ha
estudiado ya la obra del último Nobel español, otro tanto queda por
hacer, sobre todo cuando todos estos elementos de información ya
accesibles estén debidamente ordenados e interpretados, junto a los
que el autor fue guardando con esmero y constituyen el patrimonio de
la
Fundación que lleva su nombre, radicada en su aldea natal de
Iria-Flavia, Padrón, A Coruña.
La parte más valiosa del mismo está
constituida, ciertamente, por el conjunto de los manuscritos de sus
obras, prácticamente completo una vez recuperado el de La
familia de Pascual Duarte.
Mas la minuciosidad celiana trascendió lo que sería el mero
encuadernado de sus inconfundibles páginas, escritas a pluma, con la
versión final de cada texto, y así junto a ella se encuentran, en
volúmenes similares, versiones previas, borradores, anotaciones,
esquemas, recortes, comentarios, ideas súbitas, todo lo que, en fin,
los flaubertianos pudieron conocer con cien años de retraso gracias
a la edición completa de los “carnets de trabajo”.
A esta tarea, brillantemente realizada
por Pierre-Marc de Biasi en el caso de Flaubert, se han sumado otros
investigadores que han encontrado auténticos filones entre los
papeles de Hugo, Proust, Valéry, Gide, André du Bouchet, Georges
Perec, Nabokov o Euclides da Cunha.
Una última muestra de ello nos
la ofrece Bénédicte Vauthier con su “estudio de crítica
genética” de Paisajes después de la batalla de Juan Goytisolo.