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Josep, la película de Aurel: ¿homenaje a un republicano español o a un dibujante de Charlie?

Rosa Llorens 11/10/2020

No hace falta ser sutil: la cultura es una industria y una industria de propaganda; no hay grietas (salvo algunas excepciones de coartada): las novelas o películas alabadas por los medios de comunicación y premiadas son elegidas por sus temas políticamente correctos y sus posiciones conformes a la ideología reinante.

La “izquierda” convertida en liberal está especialmente encargada de desviar las referencias revolucionarias: hemos visto el lema “No pasarán” convertirse en la bandera de los antifas de salón para defender la organización rusa anti-Putin Pussy Riot o para estigmatizar a Bashar el Assad en su lucha contra los yihadistas (¡qué paradoja!).
Por lo tanto, teníamos muchas razones para desconfiar del filme animado Josep de Aurel, y ya no tenemos ninguna duda ante su lanzamiento masivo en las pantallas (46 cines en París y la región parisina), digno de un éxito de taquilla hollywoodiense. La guinda del pastel, esta salida se produce en medio del juicio de los cómplices de los autores del atentado contra Charlie. ¿Tenía Aurel algo que decir sobre la República Española o la Revolución Catalana (ya que el héroe, Josep Bartolí, es un republicano catalán), o viene a aportar su piedra a la beatificación de los periodistas de Charlie? (en los tiempos que corren, es mejor precisar que condenar las posiciones políticas de este medio de comunicación no quiere decir hacer apología del terrorismo).
¿Cuál es la situación? Según el sitio lebleudumiroir, la forma es “magistral”: se trata de un dibujo del tipo “línea clara”, pesado, poco animado (por supuesto, diremos que es intencionado, no se quería hacer Disney, sino contar la vida de un dibujante), entremezclado con los verdaderos dibujos (mucho menos “línea clara”) de Josep Bartolí, dibujante catalán que dejó su testimonio sobre los campos de concentración franceses donde fueron aparcados los republicanos españoles durante la Retirada, en febrero de 1939; en síntesis, la película es un homenaje que se puede calificar de escolar, incluso a veces aburrido. En cuanto al fondo, sería difícil delimitarlo si se buscaran las apuestas políticas de la Guerra Civil. De hecho, la película presenta dos defectos: el victimismo y la confusión ideológica.
Por supuesto, no se podía dejar de hablar de los sufrimientos de los prisioneros españoles: para neutralizar a los “Rojos”, el gobierno francés (Daladier) se había contentado con cerrar espacios, a menudo playas (estamos en el Rosellón) con alambre de púas, sin ninguna infraestructura; al principio, los republicanos dormían en el suelo, al aire libre (y si el invierno del Rosellón puede parecer suave, la humedad allí es casi tan mortal como un frío siberiano). Los dibujos de Bartolí dan testimonio aquí de la vida cotidiana de los prisioneros, y muestran cómo ellos mismos construyeron las infraestructuras que necesitaban para sobrevivir. Pero la película se deleita con los maltratos, humillaciones y exacciones de que eran víctimas a manos de los gendarmes franceses.
Sin embargo los republicanos nunca pidieron la compasión (“¡los pobres, ¡cómo sufrieron!”); eran, por definición, hombres y mujeres comprometidos y lo que querían era el reconocimiento (y el triunfo) de los valores por los que luchaban.
Pero estos valores, y más precisamente las posiciones políticas, se reducen a la habitual papilla de lo políticamente correcto: Josep repite que no era ni comunista ni anarquista – ¿qué era entonces? Misterio… Se hace pensar que representa a la mítica “tercera España”, la que quería que todo el mundo fuera simplemente amable, como el personaje femenino (obviamente) que sermonea a dos prisioneros, uno comunista, el otro anarquista, como si fuera una disputa entre niños. Es consultando Wikipedia que descubrimos que Bartolí militaba en el POUM, Partido Obrero de Unificación Marxista, el partido trotskyzante (por lo tanto, era comunista) donde incluso fue, durante la guerra, comisario político.
Según lebleudumiroir, “Josep empaña las pistas mostrando que sus amigos de ayer estaban más fracturados en sus ideas y en sus actos y que las líneas eran borrosas”, lo que no le impide concluir que la película es “una verdadera herramienta pedagógica”: ¡cuando un hecho es complejo, la pedagogía consistiría, por lo tanto, en dejarlo todo borroso! Es necesario recordar aquí la película de Ken Loach, Land and Freedom, Tierra y Libertad, que expone de manera luminosa los puntos de conflicto entre comunistas y anarquistas (y sus aliados, los trotskistas del POUM). De toda la riqueza de los debates de la época, sólo queda la habitual antífona de los conservadores y los fascistas sobre los “crímenes” de los anarquistas (conventos e iglesias quemadas, curas y monjas asesinados). Buen príncipe, Josep explica que ¡fue el hambre lo que los volvió locos! Los defensores de la República habían sobre todo constatado que, durante el fallido golpe de Estado del 18 de julio de 1936, los francotiradores les disparaban desde las iglesias y conventos.
Queda también una condena del asesinato de Trotsky por un estalinista (un militante del PSUC, el Partido Comunista Catalán, Ramón Mercader) – no cuesta nada: para la “izquierda”, Trotsky versus Stalin se ha convertido, como el Che versus Fidel Castro, en un icono bobó inofensivo.
Aurel no tiene nada que decir sobre los Republicanos españoles. Lo que le interesaba de Bartolí, lo que quería magnificar, era su estatuto de dibujante, a veces ilustrado de forma grotesca (se oyen los gritos de una mujer violada por los gendarmes, Josep se precipita sobre su lápiz y dibujo a su enemigo personal, el gendarme malo, con una cabeza de cerdo).
Así que vamos a abandonar a los republicanos a su suerte, y encontrar de nuevo a Josep, unos años más tarde, en México, donde se convierte en el amante de ese otro icono bobó y feminista, Frida Kahlo (se podría creer que es una ficción romántica, pero no, está en la biografía de Bartolí). Esto permite denigrar a Diego Rivera, un extraordinario muralista y un pintor comprometido, bajo el pretexto de que se preocupa demasiado por sus frescos (donde representa la historia y las luchas del pueblo mexicano) y no lo suficiente de Frida, su mujer. Y es ella, en la base de su propia obra narcisista, quien formulará la moraleja de la historia, apoyada en Freud (contra Marx): los dibujos de Bartolí, con sus contornos claros, son un error, que da testimonio de su miedo (de varón patriarcal y blanco, sin duda); quien para liberarse, debe dejarse arrastrar por las ondas de color (que, ella, es femenina, por no decir matriarcal). Pero habrá una segunda moraleja, más precisamente política: estamos en Nueva York (ciudad faro de la democracia), hoy en día, donde Valentín, el nieto del buen gendarme que ayudó a Josep a escapar (en este punto, la película se vuelve completamente inverosímil), viene a ver una exposición dedicada a Bartolí; al salir se vuelve hacia la comisaria de la exposición, ¡con una mirada vengativa y un lápiz entre los dientes!
Mujeres poderosas y sexualmente libres (una secuencia desconcertante muestra a las prisioneras organizando en el campo un burdel — la prostitución siendo un signo de emancipación) y dibujantes heroicos, a esto se reduce el compromiso de la película. Es la ocasión de señalar que caricaturas y películas de animación (están muy de moda para tratar temas serios, incluso trágicos) no son garantía de un pensamiento subversivo: al contrario, su característica esencial es que se basan en la simplificación, es decir, en una base de clichés incansablemente martillado por los medios de comunicación. Así es como Charlie Hebdo representa a Bashar el Assad por dos atributos, el charco de sangre, y las moscas (estas por lo demás omnipresentes en Charlie con los zurullos): el lector reconoce inmediatamente, de manera pavloviana, al “carnicero de su pueblo” construido por los medios de comunicación, y se identifica con las posiciones de la revista, sin que ésta tenga que presentar hechos ni ideas (las ideas son peligrosas, son discutibles). Pero Charlie no sólo ataca a Bashar el Assad, sino que es la máscara políticamente correcta del prejuicio racista antiárabe y antimusulmán (también debemos citar el análisis de Emmanuel Todd en su libro Qui est Charlie? [¿Quién es Charlie?]). Cabe señalar que entre los dedicatorios de la película figura uno de los dibujantes de Charlie Hebdo, Tignous, el especialista de la figura del cuñado, es decir , el hombre del pueblo, y la cabeza del mal gendarme parece ser una referencia a esta figura.
Lo políticamente correcto encuentra su apoteosis en el tema de la transmisión, que da forma a la película (el buen gendarme, moribundo, cuenta la historia de Josep, y la suya a su nieto – era también la forma de Land and Freedom, Tierra y Libertad, pero fue explotada de manera muy diferente) y la forma hace así olvidar el fondo: transmitir, es maravilloso, inútil precisar lo que hay que transmitir, y si se transmite por el dibujo, es decir, sin enunciar ideas (si no generalidades “generosas”), es aún mejor.
Aquí podemos volver al bleudumiroir: Josep, “una verdadera herramienta pedagógica y didáctica sobre historia y memoria, pero también una sublime puesta en abismo sobre el oficio del ilustrador y su papel”. La Guerra de España aparece así, por lo que es aquí, un simple pretexto, pero un pretexto apreciable, que permite desactivar (de un solo tiro) uno de los hitos más altos del siglo XX revolucionario.