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Mientras estábamos en casa…

Peter Harling 17/05/2020
El brote de una nueva enfermedad infecciosa apenas ha servido para unirnos. Más bien ha demostrado ser intensamente polarizante, en línea con la política, la economía y los asuntos internacionales de la época. Si llegara a encontrarse un punto de acuerdo, consistiría en la idea de que las cosas, de aquí en adelante, no pueden sino cambiar de una forma u otra. Pero incluso este supuesto consenso se rompe rápidamente.

Tradotto da Sinfo Fernández
El pronóstico más pesimista para el mundo poscovid sugiere que la distancia y la desconfianza pueden relajarse pero siguen siendo la norma. Los confinamientos podrían tener altibajos, los muros fronterizos elevarse, la xenofobia intensificarse y las mascarillas seguir en boga mientras lidiamos con las catastróficas consecuencias sociales y económicas de la crisis. En la visión más optimista, nuestros políticos y magnates darían marcha atrás de forma constructiva, trabajando para restaurar la equidad social y el equilibrio ecológico con un nuevo sentido de urgencia. En algún lugar intermedio, una narrativa cautelosamente esperanzadora pasaría por una creciente movilización, solidaridad y conciencia que allanen el camino hacia un mañana mejor.
Por ahora, es mucho más fácil ver que los escenarios más sombríos se afianzan, ya que no podemos articular con cierta claridad qué mecanismo podría provocar el cambio que deseamos ver. La covid-19 ha tenido un efecto paralizador en partes de la sociedad que son esenciales para imaginar nuestro futuro: la clase media, o lo que queda de ella, como último amortiguador entre las élites enajenadas y los pobres exhaustos. Si bien la clase alta está demasiado invertida en nuestros rotos sistemas, la clase baja no puede transformarlos por sí sola, sobre todo a medida que las circunstancias empeoran. Todo depende en gran medida del estrato intermedio, cuya peor apuesta es recluirse en sí mismo.
Sabemos poco sobre el virus, que puede ser el precursor de peores pandemias que están por venir. Pero nos conocemos lo suficientemente bien como para hacer introspección y elaborar estrategias. Mientras esperamos que los epidemiólogos, biólogos y expertos en salud pública resuelvan los aspectos más técnicos de nuestro problema, nos corresponde pensar qué tipo de mundo queremos salvar.
La enfermedad de los datos