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En el espejo oscuro de la pandemia

Gabriel Zacarias 21/04/2020
“Esta sociedad que suprime la distancia geográfica acoge interiormente la distancia, en tanto que separación espectacular.”

Guy Debord, La Sociedad del Espectáculo, §167

Tradotto da José Sagasti
Conversando con un amigo que vive en Bérgamo -ciudad al Norte de Italia donde estudié y que hoy es una de las mas afectadas por la epidemia del Coronavirus-, este me describe la situación como “un episodio infinito de Black Mirror”. De hecho, es difícil apartar la sensación de que estamos viviendo una distopía, como las representadas en tantas series de este tipo. Black Mirror, la más famosa de ellas, lleva el término “espejo” en su título.
Sus episodios no representan un mundo distante -tiempos lejanos, galaxias remotas, universos paralelos- más simplemente algo como un futuro próximo con fecha incierta. Al mismo tiempo extraños y familiares, la trama se basa en el recrudecimiento del trasfondo ya presente en el cotidiano que vivimos. Tal vez, lo que pasamos en ese momento puede ser comprendido de la misma forma. El descarrilamiento de la normalidad parece anunciar un futuro próximo (ya iniciado) al mismo tiempo extraño y familiar. ¿Podemos aprende algo sobre el mundo en que vivimos como este “episodio infinito”?
Los momentos de crisis o excepcionales pueden servir al menos para comprender mejor, y críticamente, nuestra normalidad habitual. Propuse en otro artículo, que nos mirásemos “En el Espejo del terror”, para comprender mejor a la sociedad del capitalismo tardío que había dado lugar a las nuevas formas de terrorismo. De manera análoga, creo que cabe reflexionar sobre lo que encontramos de nuestro presente en la imagen que se está formando en el espejo oscuro de la pandemia.
Ciertamente hay mucho que pensar en diversos planos -con relación a la organización política, la reproducción económica, la relación con la naturaleza o los usos de la ciencia. Aquí, quiero problematizar solo una cuestión: la idea de “distanciamiento social”, rápidamente aceptada como norma, con la progresiva prohibición de los encuentros y la conformación de una vida cotidiana en confinamiento en todo el mundo. La situación pandemia reposa sobre una contradicción que precisa ser subrayada. La rápida expansión de la enfermedad es resultado de los flujos globales que han unificado las poblaciones a escala planetaria.
Del estado de pandemia nace una paradoja única de una población mundial unificada en un mismo estado de confinamiento. Hay, en resumen, un aislamiento concreto de los individuos en un mundo que está enteramente conectado. Esa paradoja no es exclusiva de la pandemia, sino una paradoja que la pandemia llevo a su extremo, tornándose visible. A decir verdad, la dialéctica entre separación y unificación (de lo separado) está en la base del desarrollo del capitalismo occidental que unificó al mundo.
Guy Debord ya había notado esa contradicción estructural cuando trato de comprender la fase “espectacular” del capitalismo, que se anunció a mediados del siglo pasado. Lo que él llamo la sociedad del espectáculo era una forma de sociedad basada en el principio de separación. Lo que comúnmente se describía como una sociedad de comunicación de masas podía entenderse inversamente como una sociedad en la que la facultad de comunicarse se perdía masivamente.
La comunicación, en este sentido, era el infantazgo de la vida comunitaria, un lenguaje común asemejado por una vivencia común. Lo que sucedió en las sociedades del capitalismo avanzado era precisamente lo contrario. La expansión en el espacio -grandes ciudades, suburbios apartados, circulación económica global- y la racionalización del trabajo, como la hiper especialización de las tareas individuales, significó el distanciamiento entre las personas y la pérdida del entendimiento común, factor que fue creciendo por el monopolio estatal sobre la organización de la vida colectiva.
La pérdida progresiva de comunidad y de sus formas de comunicación fueron, por lo tanto, la condición previa para el surgimiento de los medios de comunicación de masas -los cuales eran lo contrario de los medios de comunicación, ya que se basaban en un creciente aislamiento real. La imagen de millones de espectadores postrados delante de aparatos de televisión, que apenas consumen los mismos contenidos pero no se comunican, fue una clara figuración del hecho de que, como escribió Debord, “El espectáculo reúne lo separado, pero lo reúne en tanto que separado”29).
Para muchos, sin embargo, esta figuración y la crítica que la acompañan habrían quedado obsoletas en el mundo actual, con el advenimiento de internet y sus derivados. En vez de espectadores postrados pasivamente delante de aparatos televisivos, hoy tendríamos espectadores activos, intercambiando mensajes, produciendo y difundiendo contenidos. Pero la verdad es que nada en los últimos cincuenta años puso en cuestión la separación fundante que subyace al propio avance de las tecnologías de comunicación. Bastaría como ejemplo la escena habitual de una mesa de restaurante donde cada individuo mira su propio teléfono en vez de conversar. Lo separado se reúne como separado incluso en el mismo espacio físico.
Lo que se nos ha quitado ahora, en medio de la crisis pandémica, es esa posibilidad de cohabitar el espacio físico. En las condiciones actuales, la prohibición de los encuentros y la obligación de aislamiento parecen más fáciles de imponer a la población global de lo que sería probablemente prohibición o una ruptura de internet y las redes sociales. Irónicamente, el “distanciamiento social” ahora se evoca como la gran salvación de una sociedad que siempre ha estado fundada en el distanciamiento.
El único lugar de encuentro que existe en la sociedad productora de mercancías es, en verdad, el mercado -que es donde las mercancías toman en mano a sus productores y consumidores, y es por cuenta de ella que los hombres se encuentran. Es el obstáculo de estos encuentros, ahora prohibidos, lo que sorprende tanto -el cierre de espacios de trabajo y consumo.
Pero el capitalismo, que era una relación social mediada por cosas, se desdobló en espectáculo, en una relación social mediada por imágenes. Y ya es posible estar en los espacios sin estar en ellos; es posible trabajar (hasta cierto punto) y consumir (sin límites) sin la necesidad de salir de casa. La gran promesa reiterada por la publicidad de tener el mundo a mano gracias un simple toque de pantalla -todo puede ser comprado y entregado en su casa- ¿no fue siempre la promesa de un confinamiento voluntario?
En este sentido, el estado de excepción de la pandemia parece haber realizado, en al menos una parte el sueño del capitalismo. Si el episodio distópico que vivimos se revelase como un “episodio infinito”, no sería difícil imaginar una población totalmente acostumbrada a las relaciones virtuales, al confinamiento regado de delivery y Netflix. Los viajes se prohibirían y restringirían a la circulación de mercancías, ahora frutos de un sector productivo mayormente automatizado.
La lucha del espectáculo por destruir la calle, el encuentro y los espacios de dialogo -sólo de la comunicación puede nacer una alternativa a la pseudo comunicación espectacular- estaría finalmente ganada. El espacio real pertenecería ahora solo a las mercancías; los seres humanos, confinados, refugiándose en la virtualidad. La circulación humana, “subproducto de la circulación de mercancías”, seria ahora prescindible, en un mundo totalmente entregado a las “mercancías y sus pasiones” (‘La Sociedad del Espectáculo’, §168 y §66)
Esto es apenas un esfuerzo imaginativo -un escenario, que es, poco probable, aunque es fácil de prever un futuro con un crecimiento significativo del control sobre los flujos mundiales y la circulación de personas basado en argumentos sanitarios, seguido de una normalización de parte de las medidas actuales de excepción (como vimos que ocurrió en relación con el terrorismo desde los ataques del 11 de septiembre de 2001).
De todas formas, es imprudente hacer pronósticos en medio de tantas incertidumbres. Pero el momento requiere reflexiones y lo que mejor podemos hacer es pensar en lo que ya conocemos. Aquí lo que tal vez sintamos como menos problemático en este momento es lo que tal vez mas precise ser problematizado. Queda esperar que el distanciamiento social se convierta en desapego [Verfremdung] en el sentido de Brecht -ruptura con la representación autonomizada de la sociedad del espectáculo y sus ilusiones (entre ellas, la mayor de todas: la de la economía capitalista, reproducción insensata e incesante de valor abstracto en detrimento de la vida).
Un desapego, por lo tanto, de esta forma de sociedad: una oportunidad necesaria para repensar, críticamente, las separaciones que la fundan, y los profundos límites de la vida cotidiana que el capitalismo tardío nos impone.