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El rechazo alemán de los eurobonos es insolidario, mezquino y cobarde

Steffen Klusmann 12/04/2020
Europa es más que una coalición de ególatras. En una crisis como esta no existe alternativa para los eurobonos.

Hace ocho años, en el punto más álgido de la crisis del euro, la canciller alemana Angela Merkel aseguró que “mientras yo viva” no habrá eurobonos. Así, se reprendió bruscamente a los países del sur de Europa cuando, en la cumbre por videoconferencia de los jefes de Estado y de Gobierno de la UE celebrada la semana pasada, volvieron a sacar a relucir el tema de los eurobonos para amortiguar el impacto de la pandemia por coronavirus en sus economías nacionales. El ministro de Economía Peter Altmaier habló despectivamente de un “debate fantasma”.

O bien los gobernantes de Alemania no entienden lo que rechazan con tanta negligencia, o bien no lo quieren entender, porque tienen miedo de que el partido populista Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán) saque provecho de las ayudas para los vecinos europeos para su propia propaganda. Al fin y al cabo, fue el encarnizado debate sobre la ayuda a Grecia el que llevó a la fundación de la AfD en el año 2013.
En lugar de decir honestamente a los alemanes que en una crisis como esta no existe alternativa para los eurobonos, el Gobierno de Merkel nos insinúa que con estos bonos algo estaría mal, que, a la postre, quienes los terminarían pagando serían los diligentes contribuyentes alemanes, dado que, al parecer, los italianos nunca han sabido manejar el dinero. La canciller ha recurrido a este argumento en tantas ocasiones que cualquier reconocimiento a los españoles e italianos parecería una derrota. Nunca tendría que haber permitido que esto llegara tan lejos, aunque más no fuera por compasión y solidaridad. La violencia de la pandemia por coronavirus ha ocasionado una tragedia en Italia y España, tanto desde el punto de vista humano como médico, también porque, después de todo, los dos países han ahorrado duramente, conforme a los deseos de Bruselas. Y no porque hayan vivido por encima de sus posibilidades.
Europa atraviesa actualmente una crisis existencial. En una situación así dárselas de guardián presupuestario de las virtudes es mezquino y sórdido. Quizás valga la pena recordar por unos instantes quién ayudó a financiar la reconstrucción alemana tras la guerra.
Los eurobonos son obligaciones comunes de todos los Estados de la Unión, no una unión de transferencias. Tienen la ventaja de que se les considera una inversión segura porque los Estados con una buena reputación, como Alemania, responden conjuntamente por las obligaciones de deudores sin tanta solidez, como Italia. Esto lleva a que los créditos para Alemania sean un poco caros, mientras que para Italia son bastante más baratos. Berlín se lo puede permitir pero, en cambio, Roma por sí sola pronto ya no podrá conseguir más dinero del mercado de capitales, pues los intereses serían demasiado altos.
Ahora bien, si Italia, España y Francia tuvieran que aplicar generosos programas de ayuda y garantías similares a los de los alemanes para sus economías detenidas, para evitar la masacre de las empresas, no se necesitarían miles de millones, sino millones de millones de euros. Y si los europeos no muestran de inmediato que resistirán todos juntos a esta crisis, los populistas, los enemigos de la Unión Europea y los fondos de alto riesgo en Londres o Nueva York se harán una fiesta. Como ocurrió con Grecia, van a apostar por una quiebra estatal europea. Y esta vez van a ganar.
Los países como Italia o España son demasiado grandes como para que el rescate sea posible con instrumentos ya existentes, como el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE). Sus 410 000 mil millones de euros ni siquiera alcanzan para Italia. Además, las ayudas previstas por el MEDE están vinculadas a condiciones que no serían razonables para el caso de impactos exógenos, como el coronavirus.
A los alemanes les gustaría ablandar esas condiciones y se remiten al Banco Central Europeo, que podría comprar lo que nadie quiere. La política ya hizo uso y abuso del banco central como último baluarte hace ocho años, porque los gobernantes fueron demasiado cobardes como para resolver los problemas por sí mismos. Sin embargo, todas estas sugerencias conducen de facto a lo mismo: una comunitarización gigantesca de los riesgos, solo que no se llaman eurobonos.
Entonces, es más honesto y eficiente aceptar la reciente propuesta de los franceses, que entretanto hasta a los escépticos de los eurobonos les parece bien: los coronabonos. Se trata de títulos de deuda soberana europeos, con un plazo limitado y con una finalidad muy concreta: combatir la pandemia. Serían una fuerte señal para los mercados financieros, pero también para todas las personas en Europa. Demostrarían que en las situaciones de mayor necesidad no nos abandonamos, que Europa es más que una coalición de ególatras, más que un mercado interior bien aceitado pero insensible con una moneda (todavía) común. Y, no nos olvidemos, los coronabonos también serían una inversión financiera a prueba de bombas, que por fin arrojaría intereses. Eso sí, no para los fondos de alto riesgo.