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La pandemia, ¿un arma?

Juan Diego García 20/03/2020
La pandemia del coronavirus, dadas sus dimensiones y su impredecible evolución recibe hoy por hoy la mayor atención informativa mundial. Resulta complicado agregar algo a lo ya dicho por los gobiernos y los medios de comunicación. Sin embargo se pueden destacar dos aspectos bastante significativos: el origen real de la pandemia y el provecho que sacan de la misma algunos gobiernos.

En cuanto al origen del coronavirus el gobierno chino (oficialmente) señala a militares usamericanos de visita en China (para los juegos militares mundiales de octubre de 2019) como los portadores iniciales de la enfermedad, basándose en las propias declaraciones de un alto oficial del ejército de USA ante una comisión de investigación del Congreso. Según éste, la enfermedad ya se había registrado en un campamento, precisamente de los militares que viajaron a China a participar en el evento deportivo. Todo indicaría entonces que fueron ellos los portadores del virus que luego de China se ha extendido por todo el planeta. La pandemia no sería entonces “china” como los medios de comunicación y el mismo gobierno usamericano se empeñan en divulgar sino que tendría su origen en su propio país.
Algo similar sucedió con la llamada “gripe española” en 1918, que produjo entre 20 y 40 millones de muertes en todo el mundo; tal calificativo que demonizaba a España se debió a la neutralidad de este país en la Primera Guerra Mundial, pues no existiendo aquí la censura previa que regía entre los contendientes la prensa de Madrid fue la primera que dio amplia información al respecto. Pero la gripe “española” realmente se había iniciado en un campamento de soldados usamericanos que venían a combatir al viejo continente. Los responsables militares de entonces rechazaron la propuesta del presidente usamericano de no enviar tropas al Viejo Continente para evitar la extensión de la gripe, aduciendo que sería interpretado como un retiro de su país del entonces bando aliado. Los resultados de tal decisión resultan hoy ampliamente conocidos.
Ni la gripe de entonces era “española” ni el actual coronavirus sería chino, a la espera de las necesarias aclaraciones del gobierno de USA al respecto. En ambos casos Washington habría utilizado de manera no solo irresponsable sino inmoral una pandemia que entonces costó millones de muertes y ahora podría producir resultados similares. En estos momentos nadie se atreve, responsablemente, a predecir la posible evolución del fenómeno.
El asunto adquiere sin duda dimensiones políticas. Que USA acuse a China sirve para evadir responsabilidades propias, y de paso, afea ante el mundo a la gran potencia asiática que es ya el principal competidor de USA en la economía mundial. No es coincidencia que Peking expulsara hace dos días a todos los corresponsales de la prensa usamericana precisamente por carecer por completo de profesionalidad, informar de forma tendenciosa y divulgar mentiras, en sintonía con el gobierno de Washington. Es una coincidencia, sin duda, que en ambos casos -1918 y 2020- hubiesen sido soldados usamericanos los portadores iniciales del mal y su gobierno el responsable directo del contagio mundial. Pasaron décadas hasta que se conoció el verdadero origen de la llamada “gripe española”; hoy en día parece que no va a suceder lo mismo; la China de ahora no es la España de entonces.
A algunos gobiernos la pandemia les conviene. Es el caso claro de Piñera en Chile o de Duque en Colombia, acosados por mil problemas. En Santiago se pide la renuncia del gobierno y una nueva constitución (para reemplazar la que dejó Pinochet), mientras que en Colombia, movilizaciones similares exigen investigar el denunciado fraude electoral que llevó a Duque al poder, y soluciones a la miseria de amplios sectores populares. Con el coronavirus, en ambos casos la atención pública se desvía y, sobre todo, las calles se vacían y la protesta se limitará a los llamados cacerolazos para alivio de los dos cuestionados gobernantes. Pero no solo ellos; otros también aprovechan la pandemia para aliviarse de la presión de la opinión pública. ¿Bolsonaro en Brasil, que atraviesa un momento de grandes dificultades? ¿Macron en Francia, que no consigue apagar la protesta ciudadana? ¿O el mismo Trump cuya torpe gestión de la pandemia le coloca en grandes aprietos?
El coronavirus afecta de lleno no solo a la población sino que pone en entredicho el modelo neoliberal que reduce el sector público de la salud y disminuye o anula el control social sobre los empresarios privados (los mismos que, ahora sí, acuden presurosos a pedir las ayudas del Estado). El caso de Colombia es muy llamativo; las políticas neoliberales desmantelaron completamente el sistema público de salud mientras su privatización solo ha traído corrupción e infinita ineficacia. Si la pandemia golpea a este país andino con contundencia los efectos serán catastróficos. Igual puede afirmarse –manteniendo las proporciones- de USA en donde un sector importante de la población carece por completo de seguros de salud y buena parte del resto tampoco están debidamente protegidos. Las consecuencias serían de dimensiones igualmente catastróficas. Seguramente más que en Europa que, a pesar de los recortes nada desdeñables que han traído consigo el neoliberalismo mantiene aún sistemas de salud razonablemente buenos.
El coronavirus plantea además una cuestión muy inquietante: la pandemia como arma de guerra. ¿Algún laboratorio manipuló el virus del dengue común para que se convirtiera en hemorrágico y causara graves daños en Centroamérica? (y los sigue causando también en Sudamérica) ¿Alguien llevó a Cuba hace unos años un virus letal que arruinó las granjas porcinas? ¿Quién está en condiciones de hacer manipulaciones semejantes y, sobre todo, a qué intereses beneficia? Con armas como el coronavirus se puede arruinar a un país concreto o a la economía mundial en su conjunto.
Pero cabe una reflexión adicional. No solo las grandes potencias están en condiciones de llevar a cabo tales manipulaciones genéticas; y como sucede con las armas atómicas, es posible romper el monopolio de las grandes potencias y equilibrar las fuerzas (el llamado “equilibrio del terror”). No es descartable que se multiplique el acceso a virus letales o a las bombas atómicas igualando las fuerzas, neutralizando de hecho su potencial, pues “si destruyo, me destruyen”, sería la lógica deducción. Esperemos que no haya gobernantes tan estúpidos que la ignoren.