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Cómo reconocer y remunerar el trabajo invisible de las mujeres

Guadalupe Nettel 10/03/2020
Los cuidados y las labores del hogar son un trabajo que se debe pagar. No son una “obligación natural” propia de las mujeres. Ya no podemos tolerar estos prejuicios.


CIUDAD DE MEXICO — Cuando mi padre se refería a una mujer que cuidaba entregadamente de algún niño, enfermo o anciano, decía que tenía “mística femenina”, algo que para él representaba una especie de vocación religiosa. Al oírlo, yo imaginaba uno de esos cultos en que las personas se inmolan o gozan sacrificándose. Nunca hablaba de la “mística masculina”, de la misma manera en que muchos dan por sentado la existencia del “instinto materno” y casi nadie se refiere al instinto paterno, aunque no son pocos los animales machos que cuidan amorosamente de sus hijos.
Todos hemos necesitado que nos cuiden, no solo al nacer o durante la infancia, sino cuando estamos enfermos. En cada familia hay miembros que requieren atención especial. El trabajo de cuidados engloba actividades como la atención a los menores de edad, enfermos y personas mayores, o con algún tipo de discapacidad, además de las tareas domésticas diarias como cocinar, lavar, coser e ir a buscar agua y leña. Se trata de un bien social imprescindible para el funcionamiento de nuestra economía y de nuestras sociedades. Sin embargo, por increíble que parezca, los cuidados de este tipo son a menudo percibidos como una tarea no calificada e improductiva que ni siquiera merece un reconocimiento. Hay quienes incluso aseguran que no se trata de un trabajo, sino de una obligación natural y hasta una “mística”, como decía mi papá, propia de las mujeres. Estos prejuicios son reflejo de una serie de normas impuestas por una sociedad patriarcal que ya no resulta posible tolerar.
Según un estudio reciente de Oxfam, las mujeres realizan dos tercios del trabajo de cuidado que sí está remunerado y más de las tres cuartas partes del que no lo está. Se trata de miles de millones de horas laborales no pagadas, cuyo valor económico —si nos basamos en los cálculos salariales más conservadores— equivale a por lo menos a 10.8 billones (millones de millones o trillions en inglés) de dólares anuales, es decir más del triple de lo que genera la industria global de la tecnología digital.
Muchos cambios están ocurriendo en nuestra sociedad. La violencia y los abusos que antes eran normalizados se han vuelto cada vez más visibles e intolerables. Dentro de la gran revisión que hombres y mujeres estamos llevando a cabo, resulta fundamental señalar la injusticia del trabajo de cuidado no remunerado, pues constituye uno de los grandes pilares de la desigualdad de género.
Uno de los parámetros que siguen los expertos para medir la pobreza consiste en la llamada “pobreza de tiempo”, las horas de las que una persona dispone para la educación, el descanso o el ocio. Igual que la monetaria, la pobreza de tiempo no está equitativamente distribuida entre hombres y mujeres. Oxfam estima que en el mundo las mujeres trabajan 12.500 millones de horas al día sin remuneración en trabajos de cuidado. Lo cual es equivalente a 1500 millones de personas trabajando ocho horas al día sin pago.
Para colmo, la mayoría de quienes dedican su vida a cuidar gratuitamente de los demás no gozarán de una pensión durante su vejez y tampoco reunirán el dinero necesario para asegurarse de que, cuando lo requieran, alguien cuidará de ellas.
Se trata de una enorme cantidad de tiempo que ni es reconocida ni remunerada. Para colmo, la mayoría de quienes dedican su vida a cuidar gratuitamente de los demás no gozarán de una pensión durante su vejez y tampoco reunirán el dinero necesario para asegurarse de que, cuando lo requieran, alguien cuidará de ellas.
Que esta masa gigantesca de trabajo no remunerado se realice de manera gratuita, crea la sensación de que las familias no necesitan ingresos extra para financiar estos servicios, y permite a los gobiernos desentenderse de sus obligaciones.
En realidad, son los Estados quienes tienen la responsabilidad de proveer a los ciudadanos de instituciones que se ocupen de los necesitados y en su defecto implementen apoyos económicos o fiscales para quienes llevan a cabo este trabajo. Es su responsabilidad también garantizar que en todos los hogares tengan las condiciones sanitarias necesarias y la infraestructura básica para que nadie tenga que hacer largos recorridos para ir a buscar agua o leña. Como sociedad estamos perdiendo un inmenso potencial al ocupar el tiempo de la mitad de la población en labores no remuneradas. Las mujeres debemos recuperar esa porción de nuestra vida si queremos convertirnos en seres autónomos y libres.
¿Cómo remediar esta situación? Reconociendo el valor del trabajo de cuidado, reduciendo a través de servicios públicos y gratuitos la cantidad de horas que se le dedica, asegurándonos de que las instituciones provean guarderías de calidad para los niños, enfermos y ancianos, de modo que las mujeres podamos invertir el tiempo necesario en educarnos y llevar una vida profesional y personal satisfactoria. No es menos importante desprogramar los prejuicios sexistas que nos convencen de que cuidar es asunto de un género y no de otro para que esas labores sean distribuidas de manera equitativa entre hombres y mujeres, dentro de las familias, el Estado y el sector empresarial.
Si queremos construir una economía más humana, que incluya a las mujeres y que valore el trabajo de cuidado como corresponde, es necesario escuchar a las personas que cuidan, sobre todo a aquellas que son excluidas y discriminadas, como las migrantes y las mujeres indígenas, vigilando que tengan representatividad en los gobiernos y voz en los medios de comunicación. Pero lo más difícil de cambiar no son las leyes ni la falta de servicios, es la creciente desigualdad económica y la pobreza extrema que sufre la humanidad y cuyas consecuencias sufrimos desproporcionadamente las mujeres.