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Chile: Subestimar al enemigo

Edmundo Moure 09/03/2020
El texto de Edmundo Moure hace pensar en la legendaria pelea entre Mohamed Alí y George Foreman por el título mundial de los pesos pesados, que se celebró en Kinshasa (Zaire) en el año 1974. 

“El combate del siglo”. Todo el mundo daba ganador a Foreman. Era impensable imaginar siquiera que Alí pudiese equilibrar el combate. Durante siete rounds Mohamed Alí recibió una paliza de la que tardaría en reponerse. Pero en el 8º round noqueó a su adversario, que estaba agotado de tanto pegarle. La derrota de George Foreman le costó años de depresión nerviosa, y tuvo que esperar 20 años para ganar el título de campeón del mundo. Aquí nos está pasando algo parecido, dice Edmundo Moure…

“De todos los peligros, el mayor es subestimar al enemigo”
Pearl Buck
Craso error, pero es lo que venimos haciendo desde el 18 de octubre pasado. El enemigo dobló la rodilla sobre el ring, mientras el árbitro iniciaba el conteo; así lo vimos, podemos jurarlo… La muchedumbre, la multitud, el público, los esperanzados vástagos de la revolución -así de renovados nos sentíamos-, cantaron (cantamos) victoria. Sin embargo, el púgil del lado oscuro se levantó al escuchar el número nueve… No estaba vencido, ni mucho menos; astuto, aguardaba recobrar su aliento, un segundo o tercer o cuarto aire que tendría que llegarle desde las tinieblas… Sí, duro de matar el hideputa.
Se me viene a la cabeza un símil boxístico, quizá porque no estamos hoy para monsergas “pacifistas” ni consejos esotéricos de autoayuda, según propone Cristian Warnken, anestesiado de bondades con sabor a infusiones de manzanilla. El 4 de noviembre de 1978, en la Plaza de Toros de Maracay, Venezuela, Martín Vargas estuvo a punto (en Chile siempre besamos ese borde que se escurre entre las buenas intenciones de lo que pudo ser o debió haber sido, eternos segundones de todos los empeños); a punto, digo, de coronarse campeón mundial de peso mosca. Pero dejó escapar la oportunidad, escatimó el golpe letal de nocaut y el venezolano Betulio González, uno de los bravos del pugilismo mundial, se rehízo y noqueó al chileno con rápida seguidilla que nos dejó atontados y patidifusos.
A partir del “estallido social”, las redes virtuales se saturaron de comunicados exultantes, de memes agudos y no tanto, de caricaturas zafias, de sentencias rotundas y descalificativos de variado jaez. El enemigo era una piltrafa, su líder máximo aparecía demacrado, titubeante, al filo de la histeria con sus tics de títere desarticulado. Pasamos entonces al sarcasmo, a la befa de aquel oponente en un tris de besar la lona, mientras su entrenador, don Capitalismo Salvaje, arrojaba la toalla sobre el ring, al grito de “¡No va más!”… Nada de eso ocurrió. La pelea fue declarada en estado de suspenso, hasta nuevas escaramuzas y un resultado definitivo. Se apagaron las luces y comenzó el desgastador tiempo de espera.
El púgil volvió al laberinto de su camarín de privilegio, mientras los miembros del jurado de la “opinión pública” guardaban sus tarjetas, aconsejados por el Tribunal Constitucional, la Corte Suprema, el Instituto de Derechos Humanos, los pelucones bien pagados de La Haya y la madre que lo parió.
Piñera y Secuaces Inc., se ha venido reponiendo, lento pero seguro. Sus miembros no han soltado un ápice del poder, mirándonos desde la misma pirámide que nos rige hace siglos, desde su incólume trilogía: Propiedad Privada, Orden Público, Paz Social.
En un comienzo, cuando su manager le gritaba que subiera la guardia de sus cortos brazos, que saliera del vértice de las cuerdas, que moviera el torso y afirmara las piernas, en los tres minutos de pausa, el enemigo clamó sus promesas, declarándose, ante todo, humilde escucha de “su pueblo”. Muchos le creyeron, otros hicieron como que le creían; así, los barrigudos púgiles de la ex Concertación, vale decir Lagos, Insulza, Escalona, la Alvear, Walker Ignacio, la silenciosa Bachelet y otros que nombrar no quiero, porque mi boca se llena de amargor (acedía), concurrieron a dar ánimos al interdicto boxeador de la Derecha.
Lo que viene luego no es la breve historia de cinco meses de inteligente despliegue; la inteligencia, muy pocas veces, ha sido atributo de la Derecha, porque su fuerte es la astucia lupina, cualidad o arma que le basta y sobra para imponer sus presupuestos a esa “masa” de la que se sirve para medrar, pero que desprecia a todas luces, cuyos individuos reduce a meras estadísticas. La inteligencia es propia de altos espíritus, sean estadistas, grandes tribunos, filósofos, científicos o cultores de las artes. En este campo, sobre todo en el ámbito de la llamada Cultura, la Derecha flaquea, confunde la creatividad con el mercado –“el culo con las cuatro témporas”, como dijera Camilo José Cela-. Los ejemplos huelgan, la mediocridad también: Luciano Cruz Coke, Roberto Ampuero, Mauricio Rojas, Consuelo Valdés, Evópoli y su plan fascista de “depuración cultural”. Quemar museos y salas de cine arte, infligir vejámenes al reposo de excelsos artistas que se fueron, borrar la memoria o al menos mancillarla, para que se confunda con los bienes de consumo desechados por la ideología de la chatarra prescindible.
¡Muera la Inteligencia, viva la Muerte!
Pero tenemos que reconocer, con rabia e indignación, que la astucia de los detentadores del poder está dando buenos resultados para sus deleznables propósitos. En estos -ahora larguísimos- cinco meses, el púgil en apariencia derrotado y su cohorte de paniaguados, cómplices ideológicos y concertacionistas prevaricadores, no han cumplido ni una sola de las cacareadas promesas de ese espurio acuerdo en La Moneda, incluidas en la “potente agenda social” proclamada por su mandante. Solo faltó que el portavoz del Frente Amplio levantase con la suya la mano derecha del peleador palaciego para proclamar una amañada victoria “por puntos”.
Cual triste y menesteroso paliativo, el tembleque gobierno de la Derecha hizo repartir un bono misérrimo, mientras, por las pantallas de la mentirosa tevé abierta, nos mostraban la baraja moviente, espejismo de los billetes azules. Hasta aquí llegaría la respuesta a las principales demandas ciudadanas, porque su “pronta tramitación” fue otro de los falaces subterfugios con que se ha venido ganando tiempo, en una dilación permanente, cara a la entelequia de abril.
Como eficaz acción paralela, impulsada por los medios de comunicación al servicio del sátrapa, se viene desarrollando una sostenida y dosificada campaña del terror y del acoso ciudadano, resaltando hechos puntuales de violencia urbana: incendios, saqueos, ataques a recintos policiales, muchos de ellos auténticos “tongos” o montajes que quedan en evidencia a través de las redes… Hemos asistido a numerosos tinglados, llevados a cabo a rostro descubierto por nuestra policía venal o bajo el burdo disfraz de “encapuchados”. Todo sirve.
El tongo también es una figura muy empleada en el boxeo, y consiste en que uno de ambos boxeadores se deje perder; mucho mejor si es el favorito en las apuestas, para que los apostadores concertados obtengan pingües ganancias.
Se cierran estaciones del Metro, se obstaculiza el ingreso de los usuarios, porque “hay disturbios en la superficie”. Una campaña cotidiana del terror, aplicada en cuidadas dosis, para obtener la vacuna que propicia el miedo organizado. El objetivo es claro, fortalecer, día a día, la opción del “rechazo” en el plebiscito de abril, conjurando las manifestaciones cívicas, ahora mediante el invisible aliado del “corona virus”, que el burdo prestidigitador Mañalich ha sacado de la chistera.
Por otra parte, se deja flotando la amenaza de revocar la consulta ciudadana, porque “no están ni estarán dadas las condiciones para su realización”, en el marco de la incertidumbre social provocada, no por el gobierno, sino por los violentistas, anarquistas, comunistas… y otros peligrosos “istas” venidos de Cuba y Venezuela, las tierras del mal.
El desproporcionado fortalecimiento del aparato policial represivo, junto a la repetida advertencia de recurrir al estado de excepción, refrendan una actitud beligerante y sin condiciones. La Derecha no está dispuesta a perder en el cuadrilátero de la polis.
En la retaguardia o tras bambalinas, el empresariado recurre a esa vieja y siempre eficaz arma que es la amenaza de desempleo: “Si el rumbo de la economía continúa así, no tendremos otra salida que reducir nuestra dotación”, advierten a sus atemorizados servidores. Entonces, el problema o el dilema no es la precariedad del salario y su más que justificado reajuste, sino mantener la “fuente de trabajo”; si es difícil subsistir con trescientos mil pesos al mes, mucho más lo será sin nada o con las escasas y breves monedas del subsidio de cesantía. Alrededor suyo, el asalariado comprueba, de manera gráfica y fehaciente, cómo proliferan los empleos de emergencia en nuestras grandes urbes, donde pareciera que hay más vendedores que potenciales clientes; todos venden o tratan de hacerlo, escabullendo el bulto a policías y guardias que decomisan las mercaderías, las destruyen o, lisa y llanamente, se las apropian, porque todo vale en la ardua lucha por la subsistencia.
La pelea o el round final se advierte en extremo difícil, de imprevisible desenlace. A estas alturas, debiésemos entender que no vamos a ganarla por puntos, ni siquiera por nocaut… No, ciudadanos, este combate es a muerte. Y ellos –él- lo saben mejor que nosotros.