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La mafia muda

Gorka Larrabeiti 16/01/2020
El término ‘mafia’ evoca algo italiano, muy violento, ilegal, aparatoso, perversamente político y morbosamente literario. Hoy, sin haber dejado de ser lo que fue, también es global, europea y europeísta, silente, y altamente competitiva

A Barbara Sargenti y a quienes como ella han sacrificado mucho en esta lucha
La mafia ya no es la que era. Podría ser el título de una película, y de hecho lo es (La mafia non è più quella di una volta, Franco Maresco, 2019). También es una realidad muy subestimada. En España se habla muy poquito de mafia, y cuando lo hacemos, o hablamos de ficción o de noticias espectaculares que percibimos como ajenas: el primer narcosubmarino europeo, los misteriosos fardos de coca purísima que dejaron las mareas en las playas de las Landas, los ajustes de cuentas entre mafias extranjeras en la Costa del Sol, la guerra entre adolescentes camorristas en Nápoles o la reciente megaredada en Italia contra la ‘Ndrangheta. Lo que evoca el término ‘mafia’ es algo mayormente italiano, más en concreto meridional, muy violento, ilegal, aparatoso, perversamente político y morbosamente literario. Ya no es así, o no solo. Hoy esa realidad, sin haber dejado de ser lo que fue, también es global, europea y europeísta, cada vez más septentrional, silente, empresarial, legal, requerida, estabilizadora y altamente competitiva. La mafia, como todo organismo vivo, es un sistema que cambia con la historia. La mafia, en singular o plural, muta. El magistrado italiano Roberto Scarpinato habla de darwinismo mafioso y de, al menos, tres especies de mafia: la primitiva, la mercatista y la masomafia.
Hasta los años 90 las distintas especies de mafia (Cosa Nostra, ‘Ndrangheta, Camorra…) encajaban bien en ese estereotipo criminal y primitivo que aún lucha por su supervivencia. Es famosa la definición de Leonardo Sciascia en la revista Tempo presente (1957), que rememoraba en una columna de 1982 por qué la seguía considerando “de sintética exactitud”. Decía así Sciascia: “La mafia es una asociación para delinquir con fines de enriquecimiento ilícito de sus propios asociados que se presenta como intermediación parasitaria e impuesta mediante medios violentos entre la propiedad y el trabajo, la producción y el consumo, el ciudadano y el Estado”. Nótese la contundencia de los términos empleados: “delinquir”, “ilícito”, “parasitario”, “violento”. Además, la mafia desempeñaba, siempre según Sciascia, funciones de “subpolicía y vanguardia reaccionaria” a cambio de quedar exenta de determinados tributos. En tiempos de guerra fría, no cabía definición más atinada.
“Sobre la evolución de la mafia se han escrito demasiadas notas costumbristas: nueva mafia, III y IV mafia, y así, venga a catalogar. Todo vale con tal de hacer folklore.” El primero en apuntar el peligro de banalizar la información sobre la mafia fue el diputado y secretario regional comunista Pio La Torre ya en 1974, ocho años antes de que lo asesinara Cosa Nostra. A La Torre le debemos no solo la idea de que ya en los años 70 existía en Italia una convergencia objetiva entre mafia, terrorismo y fuerzas subversivas de ultraderecha, cuyo interés común era el debilitamiento del Estado, sino también el artículo 416 bis, maravilla literaria, aprobado en setiembre de 1982 (Ley Rognoni-La Torre) tras los asesinatos del propio La Torre en abril y del general Della Chiesa en setiembre. Lean: “La asociación es de tipo mafioso cuando quienes forman parte de ella se valen de la fuerza de intimidación del vínculo asociativo y de la condición de sometimiento y omertà que deriva de ella para cometer crímenes, adquirir de modo directo o indirecto la gestión o en todo caso el control de actividades económicas, concesiones, autorizaciones, licitaciones y servicios públicos, o para recabar beneficios o ventajas injustas para sí o para otros, o bien con el fin de impedir u obstaculizar el libre ejercicio del voto o de procurarse votos para sí o para otros con motivo de consultas electorales.” Lo que llama la atención es el polisíndeton de nueve conjunciones disyuntivas (“o”, “o bien”) que unen elementos que se alternan o se prestan a una elección. Esa meticulosa vaguedad permitió que la legislación antimafia italiana explorara terrenos criminales incógnitos.
Tratemos, a continuación, de la mutación mercatista. Un mafioso de cuello blanco y corbata se la contaba así al magistrado Scarpinato: “Venimos de un mundo en el que la política gobernaba la economía. Hoy es la economía la que gobierna la política, y nosotros somos una de las almas negras de la economía”. No se puede sintetizar mejor el acelerón que sufrió la Historia a partir de los 80, debido a una revolución espacial, la globalización, otra político-económica, el neoliberalismo, y a otra tecnológica, que nos ha llevado a una “intensificación de ritmos de vida y de trabajo, en eso que algunos llaman rapidación” (LS, 18). Además, tras la caída del muro de Berlín, aquella tarea de subpolicía anticomunista que ejercían las mafias perdió sentido. Y ya a partir de los 80, pero sobre todo en los 90, la cocaína se volvió un producto de consumo masivo y global del que manaban océanos de liquidez. Escuchen ahora la mutación de la mafia primitiva a la mercatista de boca de un ‘ndranghetista interceptado: “Ya no hacemos bang-bang, sino click-click”. Se prefiere la corrupción a la sangre como método operativo porque es silenciosa y discreta, menor su pena y más ardua su persecución. En el marco de un neoliberalismo que garantiza no restringir jamás el libre desarrollo de las capacidades y de las libertades empresariales del individuo, la corrupción consigue siempre abrirse huecos, sembrar método, ganar consenso.