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El partido político más peligroso de Europa: como Jeremy Corbyn se dejó manipular por el lobby sionista

Gilad Atzmon 18/12/2019
Los británicos emitieron su voto. Podían optar entre un capitalismo nacionalista puro y duro y un manifiesto socialista que prometía una semana laboral de cuatro días, banda ancha gratuita, educación superior gratuita, salvar el sistema nacional de salud (National Health Service – NHS) y la igualdad como horizonte de futuro. El resultado electoral no ha podido ser más definitivo: Cuando se le pide a la gente que elija entre el capitalismo duro y el socialismo, el capitalismo vence.

Tradotto da S. Seguí
Podemos hablar largo y tendido sobre el colapso del Partido Laborista y de su líder. ¿Cómo es posible que Corbyn, sin duda un hombre bien intencionado, se las arreglara para ser aplastado por el pomposo y antipático Boris Johnson? ¿Cómo es posible que el follonero “Bojo” aplastara al viejo socialista británico, el hombre que hace apenas tres años parecía ser una estrella de rock y la única esperanza de cambio? ¿Cómo es posible que la clase obrera británica le diera la espalda al hombre que prometió salvar el sistema nacional de salud (NHS), aumentar el salario mínimo e impulsar una sociedad más justa e igualitaria?
La clase obrera en Gran Bretaña, como en la mayoría de las sociedades occidentales, está dividida en tres segmentos: la clase obrera empleada, que tiende a votar a los conservadores; la clase sin trabajo, que habría votado por el partido del Brexit pero que terminó votando a los conservadores; y, por último, la clase obrera sin intención de trabajar que resulta ser lo que queda de la ya ilusoria base electoral laborista. Según parece, ni siquiera a éstos atrajo la larga lista de “todo gratis” de Corbyn.
Los británicos podrían llegar a lamentar lo que han votado, posiblemente en un futuro próximo. Algunos afirman ya que el peor resultado de las elecciones fue la victoria de los conservadores, pero que la consecuencia más positiva de la votación es que el Partido Laborista haya sido triturado hasta convertirse en puras partículas de polvo político. El Partido, tal como lo conocemos, puede estar acabado. Sin embargo, lo que muchos británicos, y en particular los votantes laboristas, pueden no entender del todo es que el resultado de las elecciones los salvó de la amenaza del partido político más demencialmente tiránico de Europa.
Durante los últimos tres años, el Partido Laborista se ha vuelto contra sus mejores y más valiosos miembros: ha suspendido y expulsado a sus propios militantes por decir la verdad. En algunos casos, el Partido ha atacado incluso a ciudadanos particulares, con la firme esperanza de que con sus actos apaciguarían a sus detractores de entre los líderes de la comunidad judía. Me he mantenido relativamente callado acerca de todo esto, porque no quería ser la persona que revelara el alcance global de las tácticas autoritarias emprendidas por el Partido Laborista de Corbyn, ni tampoco quería ser responsable de la desaparición política del Partido Laborista. Esa tarea quedó en manos de las instituciones judías de Gran Bretaña: el semanario The Jewish Chronicle, el Jewish Labour Movement, el Gran Rabino, la Board of Deputies y la Campaign Against Antisemitism, quienes se han dedicado a difamar vilmente a Corbyn a diario desde el momento en que fue elegido para dirigir el Partido. 
Sin embargo, ahora que el Partido Laborista ha sido humillado y supuestamente está “en fase de reflexión” ha llegado el momento de exponer los horrores tiránicos que este servil partido político infligió a sus miembros y partidarios. Y, como pueden imaginar, tengo una historia personal que contar.
Mis lectores recordarán que el año pasado, poco antes de Navidad, el empobrecido Consejo Laborista de Islington gastó 136.000 libras esterlinas del dinero de sus contribuyentes para pagar al abogado del padrino del Partido Likud Sheldon Adelson sus esfuerzos por impedir que yo tocara en un concierto de rock en una de sus sedes. Dos semanas antes de Navidad, el político laborista y líder del Consejo de Islington, Richard Watts, acató descaradamente una “petición” del presidente de Herut/Likud del Reino Unido para prohibir mi actuación. Esto significa que un político laborista con cargo dio su consentimiento voluntario a una petición hecha por un partido político extranjero, un partido que en su día fue descrito por destacados intelectuales judíos como Albert Einstein y Hanna Arendt como “semejante a los partidos nazi y fascista”.
Pero al consejo laborista de Islington no le fue muy bien. Un milagro navideño ocurrió en su local el pasado diciembre, cuando un Santa Claus saxofonista hizo en mi lugar mis deberes musicales, con una ejecución casi perfecta. La noticia del escándalo de Islington se difundió rápidamente. Miles de personas escribieron al Consejo Laborista, muchos otros se dieron de baja del partido en señal de protesta. Uno esperaría que después de este fiasco, el Partido Laborista me dejara en paz, pero en su lugar, este colectivo de lerdos personajes sin par no aprendió las lecciones más obvias y necesarias.
Cargos del Partido Laborista continuaron su desesperada campaña para apaciguar al lobby israelí tratando repetidamente de dañar mi reputación y mi carrera musical. En enero se produjo otra caricatura, ahora a cargo de una concejal laborista. La candidata parlamentaria laborista, Rachel Eden, que figura en la lista de la organización sionista We Believe in Israel (Creemos en Israel), intentó desesperadamente cancelar mi concierto en el Reading Jazz Club. Eden se encontró ante un muro de resistencia y no pudo cancelar mi concierto aunque tuvo mucho éxito en hacer pública su repugnante cara. Además, estoy encantado de informarles de que Eden no ha sido elegida al Parlamento esta semana. 
A finales de enero me di cuenta de que me enfrentaba a una campaña orquestada por el Partido Laborista para destruirme a mí y mi trabajo. Pocos días después del concierto de Reading, en el que se agotaron las entradas, recibí la siguiente carta de un promotor británico:
“Hola Gilad:
Espero que sigas bien a pesar de las absurdidades que te siguen echando encima.
Tengo una serie de fechas disponibles para tus “bolos” en enero del próximo año, en el xxx. Me han dicho que si queremos contratarte de nuevo, habremos de discutirlo a nivel del consejo (laborista). Espero que el trámite se desarrolle sin contratiempos (…) pero quién sabe, con los tiempos que corren en el Partido Laborista.
Hasta pronto,
XXX”
Aparecieron otras pruebas de que el Partido Laborista estaba intentando deliberadamente destruir mi carrera artística y mi reputación, con el objetivo de dañar seriamente mi capacidad de ganarme la vida.
La escalada continuó. Los líderes del Partido Laborista pueden haber sido lo suficientemente bobos como para pensar que “destruir” a Atzmon de alguna manera absolvería a Corbyn de unos crímenes que no cometió. En marzo, el Partido Laborista estaba librando una guerra total contra mi música. Al igual que el partido nazi, los laboristas lanzaron una guerra abierta contra un local de jazz. Esta vez la pista conducía directamente a los círculos más cercanos a Corbyn dentro del partido laborista. La organización Momentum, el grupo Jewdas, la racialmente excluyente Jewish Voice for Labour (JVL) y el periodista Owen Jones unieron sus fuerzas en un intento de aumentar la presión sobre el Vortex Jazz Club. Al ver que el club no se rendía, el consejo local del Partido Laborista, en una actuación mafiosa, envió a la policía para intimidar al club. Pero incluso esta medida desesperada les salió mal. En su razonable respuesta, algo desconocido para los políticos laboristas, el club pidió que la policía cumpliera con su obligación y averiguara quién era yo y qué representaba. La policía llamó al club unas horas después y se disculpó, admitiendo que no tenían nada contra Atzmon. Confirmaron que nunca ha habido una sola actividad ilegal vinculada a mi nombre en Gran Bretaña ni en ningún otro lugar.
El hecho de que promotores y amantes de la música no acataran la tiranía laborista y continuaran contratándome y viniendo a oírme tocar en todos los festivales y salas de jazz del país debería haber transmitido un mensaje a los dirigentes laboristas que lanzaron la campaña anti-Atzmon. Aparentemente, el colectivo autoritario, que ni siquiera tiene el don de ser autoritario, optó por una forma diferente de malevolencia. Comenzaron a expulsar y suspender a sus miembros por leer a Atzmon. En algunos casos, incluso denunciaron a sus propios miembros a la policía precisamente por esta acción.
Hace unos meses un amigo de Facebook fue suspendido del Partido Laborista en parte porque compartía artículos conmigo e incluso se había atrevido a comunicarse conmigo sin esconderse. El “grupo de arbitraje” laborista acusó a mi amigo de compartir un artículo mío titulado The Primacy of Jewish Genes (La primacía de los genes judíos). El artículo analizaba casos de erudición judía y en realidad ridiculizaba la idea de un “gen judío”, un “biologismo judío” o una “raza judía”.
Unos meses después de que el grupo de arbitraje laborista le notificara su suspensión, la policía llamaba a la puerta de mi amigo de Facebook. Las pruebas que la policía presentaba para justificar una posible “comunicación de odio” eran literalmente idénticas al documento del Partido Laborista. No está claro si el Partido Laborista presentó la denuncia ante la policía contra mi amigo o si los documentos fueron robados del Partido Laborista y de alguna manera desencadenaron la investigación policial. Lo que está claro más allá de toda duda es que el Partido Laborista de Corbyn estaba recopilando pruebas “incriminatorias” contra sus propios miembros. El partido ha participado en la vigilancia intensiva de sus propios miembros, buscando comunicaciones personales e íntimas y sacando a la luz medios de comunicación social privados.
No hace falta ser un genio para entender por qué un partido que muestra un desprecio tan flagrante por las libertades elementales no sólo no es apto para gobernar. El Partido Laborista de Corbyn se convirtió en un horrendo y tiránico operativo orwelliano. Afortunadamente, los británicos, y entre ellos muchos veteranos laboristas, se dieron cuenta de que el laborismo, en su actual estado autoritario representa una amenaza inminente para la libertad. Y en la jornada electoral los británicos pusieron al partido fuera de combate.
Me enteré por mi amigo de que el interrogatorio de la policía duró toda una tarde y no condujo a ninguna parte. Mi amigo es un antirracista genuino y no había nada en sus comunicaciones que se asemejara al odio o a cualquier forma de intolerancia. En un momento dado, durante el interrogatorio, el policía le preguntó a mi amigo sobre mi artículo y él respondió que se preguntaba qué tenía de malo. La respuesta del policía fue chocante, aunque divertida. “También a nosotros nos resulta desconcertante. Lo investigamos y no encontramos nada malo en el tal Atzmon, pensamos que tal vez usted podría decirnos algo.”
El 11 de diciembre, justo un día antes de la jornada electoral, la prensa nos informó de que la policía estaba buscando pruebas de antisemitismo en el seno del Partido Laborista y había presentado un expediente probatorio contra cinco miembros laboristas a la Fiscalía de la Corona. No está claro cómo estos paquetes de “pruebas” llegaron a la policía, en primer lugar: ¿quizás denunció el partido a sus propios miembros? Hay quien cree que los archivos fueron robados del partido por miembros que estaban aún más comprometidos moralmente que su partido. Sea como fuere, está claro que al compilar estos documentos, el partido estaba actuando contra sus propios miembros. Y si así es como el Partido Laborista trata a sus miembros de confianza, traten de imaginar lo que este partido podría haberles hecho a sus disidentes si se le hubiera dado la oportunidad de formar gobierno.
Tres días antes de las elecciones me enteré de que otro ex miembro del partido había sido expulsado definitivamente de sus filas. Entre sus “delitos de pensamiento” se le acusaba de compartir mis opiniones.
El punto número uno del “borrador de cargos” del Partido Laborista decía: “publicar un artículo de Gilad Atzmon en el que dice que Israel dirige la prensa británica”.
El artículo, titulado “This is how Israel Runs the British Press” (Así es como Israel dirige la prensa británica), no era un artículo de opinión, sino un documento filtrado que revelaba el alcance de las operaciones de las organizaciones del Estado de Israel Hasbara/Mossad/Sayanim en el Reino Unido. En él se explicaba cómo Israel y sus agentes logran dominar la cobertura informativa en Gran Bretaña y otros lugares. El correo electrónico filtrado revelaba cómo BICOM (British Israel Communication & Research Centre) dirige la sección de noticias de la BBC, la cadena Sky y el Financial Times.
El Partido Laborista de Corbyn ha tenido en su punto de mira a sus mejores miembros durante la mayor parte de los últimos tres años y ha utilizado las tácticas autoritarias más repugnantes. Ha intimidado a activistas, ha suspendido y expulsado a personas por haber realizado declaraciones veraces y ha presionado a artistas y los locales que los acogían. Cuando algunas de estas historias salieron a la luz, unos pocos ardientes partidarios laboristas insistieron en que eran los blairistas y los sionistas del partido los que estaban detrás de este lío. O bien los mantenían engañados o se estaban mintiendo a sí mismos: los corbinistas eran al menos tan malos como los otros, y bien podrían ser peores. De una manera boba, ingenua y perversa, el grupo Momentum, la Jewish Voice for Labour (JVL), siempre excluyente en materia racial, y otros elementos comprometidos vinculados a Corbyn, pensaron que atacando a sus camaradas e intentando destruir mi carrera podrían apaciguar al lobby y sus detractores dentro de la comunidad judía. Obviamente, fracasaron en su objetivo; lo que lograron fue precisamente lo contrario. Se mostraron como lo que realmente son: un puñado de caricaturas tiránicas y arbitrarias, descalificadas para gobernar.
A partir de hoy, Corbyn está acabado. Las perspectivas de igualdad en un futuro próximo en Gran Bretaña han desaparecido. Corbyn, que no perdió ninguna oportunidad de perder una oportunidad, sólo puede culparse a sí mismo por el desastre que su presencia en la política británica nos infligió a todos nosotros y a la izquierda en particular. Pero Corbyn no creó este desastre solo, se rodeó de asesores que eran al menos tan ingenuos y disfuncionales como él mismo.
Esta semana hemos sabido que Chris Williamson, el diputado laborista que defendió, durante unos minutos, mi derecho a ganarme la vida, para después seguir vendiéndose en un intento de sobrevivir a la embestida del lobby, obtuvo sólo 695 votos el pasado jueves. La carrera política de Williamson está probablemente terminada, y Rachel Eden, la candidata a diputada laborista que intentó impedirme actuar en Reading, tampoco accedió al Parlamento. Supongo que su empeño contra un artista de jazz y un centro artístico le ganó algunos enemigos dentro de su propia circunscripción. Yo, sin embargo, sigo vivito y coleando. Mi carrera musical y literaria está intacta. A pesar de los desesperados intentos del Partido Laborista de Corbyn de erradicarme en nombre del lobby judío, publico mis comentarios a diario y actúo todas las noches. El día de las elecciones, toqué en el Oxford Jazz Club. A las 22.10, cuando al comienzo de mi segundo set, interpreté un réquiem por el Partido Laborista y por Corbyn, mi interpretación de este canto fúnebre político fue tan respetuosa como me fue posible.
Lo que vimos en Gran Bretaña el jueves pasado podría describirse como un golpe populista contra el Partido Laborista, excepto que el Partido Laborista ni siquiera estaba en el poder. Uno puede preguntarse cómo el partido socialista de la oposición se las arregló para denigrarse de ese modo. No fueron los cambios de dirección de Corbyn sobre Brexit lo que le hizo odioso, ni los dones gratuitos que juró aprobar si era elegido, ni la etiqueta absurda de antisemitismo que le habían pegado. En realidad, todo ello contribuyó a su popularidad. Fue la deriva tiránica y autoritaria de su partido la que le enajenó el apoyo de la base del Partido Laborista.
El pasado jueves, el Partido Laborista fue prácticamente aniquilado en todo el país. Si quieres ubicar en un mapa los guetos laboristas restantes es posible que necesites una lupa. Los británicos lograron salvarse de un peligroso grupo de “bienintencionados” y vengativos personajes orwellianos. Los laboristas han sido severamente castigados por los británicos. A partir de este momento, cualquier intento autoritario por parte de los laboristas de obstaculizar derechos humanos elementales deberá enfrentarse a una resistencia feroz, con exposición y denuncias. Me inclino a pensar que para salvar al Partido Laborista de su actual estado de podredumbre, sería preferible liquidarlo primero.