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Golpe de Estado en Bolivia: debates pendientes y silencios cómplices

Néstor Kohan 18/11/2019
Nuestra época, posterior a la crisis del 2008, es la del neocolonialismo imperialista.

Las cadenas de formación de valor se desglosan, tercerizan y globalizan mientras la producción capitalista -manteniendo el control de las empresas y estados centrales- se relocaliza en sus unidades productivas desplazándose y amplificándose hacia el Sur Global. Se intensifica la superexplotación de la fuerza de trabajo (mayormente feminizada y precarizada). La búsqueda voraz y desbordada de los recursos naturales del Tercer Mundo se torna fundamental y vital para disminuir el valor del capital constante y contrarrestar la caída de la tasa de ganancia en plena crisis capitalista mundial. Un proceso que en tiempos de catástrofes ambientales, cambios climáticos y escasez de recursos no renovables supera el viejo colonialismo del reparto del mundo en «zonas de influencia». Las asimetrías entre distintas formaciones sociales alientan una nueva división internacional del trabajo, reproduciendo jerarquías, dependencias, dominaciones y profundizando el desarrollo desigual del capitalismo a escala mundial.
En ese contexto, nuestra América está atravesada por múltiples contradicciones. Pero la principal y determinante es la puja entre: a) la dominación geopolítica, económica y cultural del imperialismo norteamericano (principalmente las firmas multinacionales y el aparato político-militar de Estados Unidos que las protege); y b) el bloque latinoamericano de las clases subalternas (clase obrera, campesinos sin tierra, segmentos laborales precarizados sometidos a la superexplotación del capital) y los movimientos rebeldes en lucha (de los cuales los pueblos originarios constituyen la gran mayoría a escala continental, acompañados de otros cada vez más movilizados como el de las mujeres antiimperialistas y los ambientalistas, entre varios más). En suma: múltiples contradicciones y diversas formas de lucha, incluyendo desde los movimientos sociales que han llegado al Estado hasta espacios de resistencia extrainstitucional, legales, semilegales y clandestinos.
En ese horizonte social, epocal y geográfico, Bolivia constituye una sociedad abigarrada en la cual durante las últimas cuatro décadas (desde el decreto privatizador 21060 del 29-8-1985 en adelante) en el campo popular han convergido dos movimientos históricos: la tradición indígena y comunitaria, y la tradición obrera minera. Dos corrientes heterogéneas cuyas rebeldías y demandas a veces se encontraron y otras no. Evo Morales y el MAS como movimiento político lograron articular y entrecruzar ambas tradiciones (no a partir de un supuesto «significante vacío», según la jerga de Ernesto Laclau, sino proponiendo un proyecto histórico-político integrador y descolonizador, nítidamente definido en sus determinaciones de hegemonía popular sobre la vieja «república» colonial, dependiente y racista). Los resultados, a la vista.