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Globalistas y nacionalistas del siglo XXI

Fernando Dorado 04/10/2019
Con el fin de contribuir con la comprensión de la aparente división que existe entre “globalistas” y “nacionalistas” al interior del bloque transnacional del Gran Capital (oligarquía financiera global), presento las siguientes ideas que tienen que ver con la comprensión de la naturaleza del neoliberalismo que prefiero denominar como globalización neoliberal[1].

Estas ideas sirven para tratar de entender –más allá de falsos y artificiales sesgos ideológicos– el proceso de crecimiento económico capitalista que se ha presentado en Oriente (incluyendo a China, Corea del Sur, Indonesia, Malasia, Singapur, Taiwán, India, Vietnam, etc.) y el declive y/o estancamiento del capitalismo en Occidente (incluyendo a los EE.UU., Europa y Japón).

Así mismo, se trata de mostrar los límites de los análisis geopolíticos. Pienso que debemos recuperar los análisis de clases (sin desconocer las herencias culturales e históricas) para aceptar que el capitalismo es el modo de producción imperante en todo el mundo y que la contradicción capital-trabajo sigue siendo la determinante y la fundamental.
La reestructuración post-fordista 

En los estudios sobre la globalización neoliberal (“neoliberalismo”) siempre se resaltan las políticas de privatización, flexibilización laboral, empequeñecimiento y “modernización” del Estado, etc., etc. Creo que se debe tener en cuenta lo relacionado con la “reestructuración post-fordista”, que fue un proceso de “transectorización del proceso productivo[2]” con la aplicación de las nuevas tecnologías y los nuevos métodos de organización del trabajo, proceso que arrancó entre 1970 y 1980 con el “toyotismo[3]” y demás experimentos hechos por los empresarios estadounidenses y desarrollados inicialmente en Japón, y que continuó con los avances de las 3ª y 4ª revoluciones industriales y tecnológicas. Ese proceso de transformación del proceso productivo fue la base real que sostenía y requería de las demás iniciativas de la globalización neoliberal o “neoliberalismo”. 

La reestructuración del proceso productivo consistió en el desmantelamiento de la manufactura e industria centralizada (en las áreas y lugares donde lo podían hacer, incluyendo los países latinoamericanos), la deslocalización de la industria (interna y externa, nacional e internacional), y la descentralización y la desconcentración de los procesos productivos y administrativos. Todo ello correspondía a la necesidad de sobre-explotar la mano de obra, aumentar la tasa de ganancia y la rentabilidad tanto del capital variable como del constante, y apropiarse de la riqueza y mercados de los países de la periferia capitalista que se habían descolonizado formal y políticamente, con las revoluciones nacionalistas de países de África y Asia en las décadas anteriores (algunas pintadas de “comunistas” y “socialistas”).
Este proceso es muy importante de resaltar porque es uno de los aspectos determinantes del proceso de globalización neoliberal. El conocimiento de ese fenómeno estructural puede ayudar a explicar la reacción nacionalista en EE.UU., Reino Unido y Europa (Trump, Brexit y demás), que cuenta con amplios apoyos sobre todo entre los trabajadores industriales que perdieron sus empleos y formas de vida, y entre los productores agrícolas que se beneficiaban directamente de los mercados internos de aquellos países que se habían industrializado durante la segunda mitad del siglo XIX y las primeras tres cuartas partes del siglo XX. Ello se puede comprobar identificando las bases de apoyo político de Trump entre los núcleos de población del llamado “cinturón del óxido” y los Estados del “medio oeste” de los EE.UU., lo que también es fácil ubicar en el Reino Unido con las bases sociales de apoyo del Brexit[4].
Es interesante hacer notar cómo algunos países del Lejano Oriente que recibieron las enormes inversiones en infraestructura y tecnología, independientemente de su orientación ideológica, de su pasado colonial o de la dependencia de una u otra potencia económica y política (USA, UE o Rusia), contaban con las condiciones económicas, políticas y hasta culturales para responder positivamente a las necesidades del gran capital. Es decir, podían ofrecer mano de obra barata, gran flexibilidad en la normatividad ambiental y disciplina de hierro para los trabajadores. Pero, a la vez, los gobiernos de esos países se cuidaron de que los Estados impulsaran políticas relativamente autónomas en la política monetaria y en ciertos aspectos de su economía nacional, lo que les permitió proteger su mercado interno y construir su propia base industrial y tecnológica.
Políticas nacionalistas, nuevo eje de acumulación de capital y América Latina
En nuestros países latinoamericanos no existían las condiciones políticas y económicas para aplicar esa política “nacionalista”. Pongo las comillas porque dicha política se aplicó incluso en países que eran subordinados a EE.UU. como Corea del Sur y otros, pero lo que es común a todos ellos es que sus Estados, más allá de que fueran de “izquierdas” o “derechas”, no practicaban la “democracia occidental”; en lo fundamental eran gobiernos autoritarios, dictaduras personalistas o gobiernos de “partido único”. Y, aunque dicho proceso estuviera supeditado a la globalización neoliberal y hasta se alimentara de ella, les permitió a dichos países construir sus propias bases económicas industrializadas, y asimilar y apropiarse de tecnologías de punta que habían sido monopolio de los países capitalistas de Occidente.
En América Latina las oligarquías conservadoras de formación colonial no podían objetivamente impulsar un proceso parecido. Su poder político era muy débil y frágil, su “patriotismo” es retórico y su racionalidad económica es parasitaria, quieren vivir de la renta. Paradójicamente fue Pinochet en Chile el que intentó hacer algo parecido a los países del Lejano Oriente pero, en la práctica, solo desarrolló lo que los EE.UU. le dejaron hacer. Otras dictaduras militares de Sudamérica como la del Brasil y algunos gobiernos “populistas”, también lograron implementar algunas políticas de industrialización pero, solo fueron esfuerzos residuales del proceso de sustitución de importaciones que se plasmaron en algunos proyectos siderúrgicos, producción de automóviles con auto-partes producidas en EE.UU. o Europa, y algunas industrias textiles y de alimentos. En general, el gran capital desmontó sus industrias en todos los países de América Latina y solo en algunos países se instalaron industrias de maquila y otras modalidades de súper-explotación de los trabajadores. El énfasis se colocó en las industrias extractivas de materias primas.
A manera de reflexión 
En 1980, siendo obrero en una fábrica de zapatos en Bogotá, Croydon del Pacífico del Grupo Uniroyal, que también tenía plantas de producción de llantas de caucho, vivimos el proceso de desmantelamiento de la factoría que alcanzó a tener más de 2.000 obreros. Con algunos intelectuales, entre quienes destaco a mi amigo Héctor León Moncayo (“Moncayito”), empezamos a estudiar y a entender el problema, a comprender el proceso de “transectorización del proceso productivo”, y hasta realizamos huelgas para tratar de impedirlo, pero era algo indetenible. Después, hemos logrado entender como este proceso era lo central en toda esa transformación estructural del capitalismo, y como las medidas concertadas en el Consenso de Washington solo eran un complemento para adecuar los Estados a sus necesidades, con las privatizaciones y demás políticas. Dichas políticas no sólo se impulsaron en la periferia capitalista (o países del “tercer mundo” como se decía en aquellos tiempos) sino también en los países del centro capitalista, aunque lo hicieron con más tacto y más despacio porque en dichos países los trabajadores tenían mayores herramientas para defenderse como lo explica y reseña con detalles el ya desaparecido teórico italiano, Giovanni Arrighi, en varios de sus textos[5].
Estudiar y debatir sobre estos procesos de transformación de los procesos productivos es muy importante porque permite demostrar que la “hegemonía de Occidente” está en declive y decadencia, no principalmente por factores “geopolíticos” (estratégicos, políticos, militares, etc.) sino por la deriva que asumió la crisis estructural del capitalismo (que se manifestó en la crisis del petróleo de los años 70), que obligó a los capitalistas a construir nuevos centros industriales y tecnológicos (“deslocalización a nivel global”), y que ello no se presentó por obra de “otros” sino por necesitad vital de los mismos capitalistas “globalistas” (es su momento). Y ello tiene que ver con demostrar, que el intento de reversar ese proceso (idea de Trump, Johnson y otros) no solo es contraproducente para ellos mismos sino que es una tarea infructuosa.
Además, a los capitalistas “globalistas”, cuya cúpula está concentrada en menos de 50 familias de multimillonarios del mundo entero, que en esencia controlan las redes globales del gran capital y tienen inversiones entrelazadas e imbricadas tanto en Oriente como Occidente, no les interesa una desestabilización de su economía que ponga en peligro su dominio aunque permiten las tensiones entre países para desinformar, engañar y manipular a los pueblos y a los trabajadores, y por ello, de alguna manera permiten que esos falsos nacionalismos tomen auge, y hasta los aprovechan para obtener más ventajas para sus inversiones y proyectos de expoliación y despojo de territorios y de materias primas estratégicas. 
Por otro lado, esta temática tiene que ver con que si China y otros países como la India o Corea del Sur, quieren convertirse en las nuevas potencias económicas (como lo están haciendo), tienen que hacerlo sobre la base de la súper-explotación de los trabajadores, lo que inevitablemente genera reacciones masivas y beligerantes de los trabajadores o de otros sectores víctimas de sus políticas y agresiones. Un ejemplo es lo que ocurre actualmente en Hong Kong, donde el problema de fondo son los bajos ingresos y la escasez de empleo “de calidad”, con la particularidad de que en esa ciudad y región, los trabajadores y jóvenes tienen “ciertos grados de libertad” para expresar su protesta que pareciera centrarse en una lucha contra el gobierno chino pero que en el fondo deja ver las contradicciones y conflictos de clase que están latentes y ocultos en toda la gran nación china. Otra cosa es que EE.UU. y otras potencias de Occidente quieran aprovechar esas protestas para hacer demagogia “antichina”, lo que es aprovechado por el gobierno chino para reprimir esas expresiones de inconformidad y engañar al pueblo chino continental.
Todo lo anterior nos lleva a concluir que en dichos países de Oriente (sean gobernados por “pro-capitalistas” o por “comunistas” o “socialistas”) no se puede esquivar la lógica del capital en su proceso de crecimiento y ensanchamiento de su poderío económico. Lo que tampoco se puede negar es que dicho “proceso económico” hace parte de su “lucha nacional” en contra de las potencias económicas tradicionales (de Occidente, principalmente) que se disputan los mercados y el control de regiones estratégicas ricas en materias primas. Pero, así mismo, se puede concluir que los trabajadores y los sectores sociales subordinados de esas sociedades y del mundo entero, no tienen, en dichos modelos y experiencias, las soluciones de fondo para superar un modo de producción basado en la explotación del trabajo y en la depredación irracional de la naturaleza.
Por el contrario, podemos decir que la “línea” que surgió en Oriente, la del “capitalismo asiático” (ya probado parcialmente en Japón), en donde el Gran Capital utiliza unos Estados que heredaron las tradiciones despóticas de sus pasado ancestral y lo combinan con una particular forma de capitalismo salvaje, empieza a ser mirado con buenos ojos por los capitalistas en general, tanto “globalistas” como “nacionalistas”, lo que se expresa en la lucha política actual en todo el planeta, y se va a agudizar más en la medida en que estalle la crisis económica y financiera que se viene incubando a la sombra de la llamada “guerra comercial y tecnológica” entre EE.UU. y China.
Es indudable que la única manera de superar los graves problemas que vive la humanidad, tiene que pasar por replantear el “modelo” (o modo) de producción y de consumo capitalista. No tenemos absolutamente claro como surgirá el “postcapitalismo” pero lo que si podemos asegurar, a partir de estas reflexiones, es que continuar “emulando” y “compitiendo” con las potencias de Occidente en su mismo terreno para continuar con la carrera infinita hacia el “progreso” y el “crecimiento”, colocando a la cabeza de los pueblos y de los trabajadores a los multimillonarios como “grandes generales o timoneles”, como lo propone Heinz Dieterich para México[6] (Carlos Slim) y lo hacen en la práctica los “comunistas” chinos, no nos llevará a construir una sociedad más justa y equitativa pero si nos conducirá hacia la extinción de la vida humana en la tierra.
Notas
[1] Thomas Friedman (2017). La Tierra es plana. Breve historia del mundo globalizado del siglo XXI. Es un interesante libro sobre la globalización que aunque no es crítico aporta una buena visión panorámica sobre ese proceso.
[2] Transectorización de los procesos productivos: Fue el proceso implementado por los capitalistas para utilizar toda la capacidad instalada de las unidades productivas (secciones, talleres, etc.) que estaban contenidas dentro de una fábrica o factoría, para acabar con los “tiempos muertos o negros”, automatizar las unidades de montaje reduciendo al máximo a los trabajadores operarios, trasladando las áreas de la producción manufacturada hacia zonas rurales o hacia países con regímenes políticos que les garantizara una sobre-explotación de los trabajadores. Así, muchas de esas unidades productivas se convirtieron en “negocios” específicos y particulares, puestos al servicio simultáneo de diversas industrias o áreas económicas, aumentando la productividad del trabajo y garantizando mayor rentabilidad a sus inversiones.
[3] El toyotismo es una relación en el entorno de la producción industrial que fue pilar importante en el sistema de procedimiento industrial japonés, y que después de la crisis del petróleo de 1973 comenzó a reemplazar al fordismo como modelo referencial en la producción en cadena.
[5] Arrighi, Giovanni (1937-2009). Importante intelectual italiano. Entre sus principales obras están “Dinámica de la crisis global” (2005), “Caos y orden en el sistema-mundo moderno” (2001), “Adam Smith en Pekín” (2007), “El largo siglo XX” (2014). Ediciones Akal.